Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
LOS MERCADOS – Los precios subieron a su ritmo más alto en 28 años en 2019.
El día jueves se conocieron dos novedades de importancia en materia de inflación. Por un lado, el INDEC difundió el dato mensual de diciembre. Este número se ubicó en 3.7% para el mes, lo que llevó a la inflación anual a su máximo nivel en 28 años, un increíble 53.8%.
Por otro lado, durante la tarde el Banco Central anunció una nueva flexibilización de su política monetaria. Justificó esa medida en que, después de todo, la dureza el pasado no dio buenos resultados y, por tanto, hay espacio para ser más expansivos.
¿Es esto así? Por un lado, es cierto que la estrategia del pasado no ofreció buenos resultados. Ahora, ¿cómo es que eso ocurrió?
¿Cómo puede ser que con la política monetaria más dura de los últimos 17 años, hayamos tenido dos años de la inflación más elevada de la historia reciente? ¿Será hora de tirar a la basura el llamado “monetarismo”?
En lo que sigue de esta nota, intentaré dar una respuesta a estas preguntas.
Fracaso del monetarismo
Para resumirlo a grandes rasgos diremos que el monetarismo es aquella doctrina económica que postula que los aumentos en la cantidad de dinero, a largo plazo, se traducen en aumentos del nivel de precios.
Milton Friedman, uno de sus principales exponentes, sostenía que de acuerdo con esta teoría “existe una relación consistente pero no precisa entre la tasa de crecimiento de la cantidad de dinero y la tasa de crecimiento del ingreso nominal.” Friedman no fue el primer pensador monetarista, sino que sus orígenes se remontan a Irwin Fisher e incluso a pensadores anteriores, pertenecientes a la española Escuela de Salamanca.
Friedman insistió numerosas veces con la relación entre el dinero y las variables nominales. En una de sus famosas conferencias que se encuentra disponible en el libro “Paro e Inflación”, de Unión Editorial, concluyó:
Nunca ha habido un período de inflación dilatado y continuo que no haya ido acompañado de un crecimiento del circulante superior al de la producción.
¿Se equivocó Friedman? Si revisamos el caso argentino encontraremos que un proceso de inflación “dilatado y continuo” ocurrió entre los años 2003 y 2015. En dicha época, la inflación pasó de 4% en 2003 a cerca de 40% anual en 2014 y, todos los años, especialmente a partir de 2007, convivimos con elevados niveles de subas de precios.
Si el monetarismo estuviera equivocado, la cantidad de dinero debería haber permanecido constante, o crecido muy poco, de manera de probar que un proceso dilatado y continuo de inflación no estuvo acompañado de un fuerte crecimiento del circulante. No obstante, no fue eso lo que ocurrió.
Entre enero de 2003 y diciembre de 2015, la cantidad de dinero en la economía se multiplicó por 16, mientras que los precios se multiplicaron por 10.
O sea que, mirando la película completa de 2003 y 2015, los datos, lejos de refutar al monetarismo, son una más entre muchas ilustraciones y casos.
¿Y con Macri?
Ahora bien, si una teoría “funciona” durante un rato, no puede ser que no funcione durante otro rato. Y si la causa de la inflación es la creación de mucho dinero, terminar con esa creación de dinero debería reducir *rápidamente* la inflación.
En efecto, esto fue lo que se intentó. Desde octubre de 2018 hasta octubre de 2019 la cantidad de dinero se mantuvo prácticamente inalterada. Además, previo a esa fecha el Banco Central había buscado controlar la emisión monetaria con la tasa de interés. Finalmente, nada dio resultado ya que, como dijimos al inicio, padecimos los dos años de la más alta inflación en 28 años.
¿Qué pasó? Lo que ocurrió fue que en medio de los esfuerzos para bajar la inflación se cruzó una monumental crisis fiscal que golpeó a la economía argentina en dos oportunidades. La primera, allá por agosto de 2018, cuando la desconfianza sobre la capacidad de pago de la deuda llegó al máximo y el dólar subió de $ 28 a $ 40 en pocos días. La segunda, un año más tarde, cuando tras conocerse el resultado de las PASO, el tipo de cambio voló de $ 45 a $ 60.
En ambas oportunidades, un mayor precio para el dólar afectó de manera directa los precios de los bienes importados y también los precios internos -ya que al no tener una moneda fuerte, la gran mayoría de los argentinos buscamos recomponer nuestros márgenes en moneda dura. Así, un fuerte shock cambiario genera un salto en el nivel de precios que todos conocen como “más inflación”.
Ahora bien, nada de esto sorprendería a un “monetarista”. En su texto de Macroeconomía, el economista chileno José De Gregorio describe que:
… la relación entre dinero e inflación es muy débil en el corto plazo. (…) Cuando se observa la evidencia de largo plazo, veinte años, la relación es más clara, y efectivamente hay una alta correlación entre la inflación y el crecimiento de M1. Esto es particularmente importante para inflaciones altas. (…)
En consecuencia podríamos concluir que la teoría cuantitativa, y por lo tanto, la neutralidad del dinero, se cumpliría en el largo plazo.
La evidencia también indica que, a corto plazo, la correlación entre emisión e inflación es débil, mientras que a largo se vuelve más robusta.
De lo anterior podemos concluir que, a corto plazo, un brusco movimiento del dólar tiene mucho mayor poder explicativo de lo que pasa con el índice general de precios que lo que ocurre con la cantidad de dinero. Congelar la base monetaria y que no baje la inflación de manera inmediata no tiene nada de contradictorio con la teoría monetarista. Que suba, tampoco.
Mal diagnóstico, malas soluciones
Ignorando todos los procesos descriptos más arriba, que no son solo parte de una escuela de pensamiento económico, sino principios compartidos por casi toda la profesión de economía al día de hoy, el Banco Central está bajando las tasas de interés y emitiendo dinero para financiar las necesidades fiscales del gobierno.
En la autoridad monetaria parecen guiarse por la premisa de que, dado que el control de la cantidad de dinero convivió con los niveles más elevados de inflación de la historia reciente, entonces debe hacerse lo contrario.
De hecho, es eso lo que afirman en su último comunicado al anunciar una nueva reducción de la tasas de interés:
Las altas tasas de interés reales fueron inefectivas en generar una desinflación sostenible en el pasado reciente. La tasa de inflación en 2019 alcanzó 53,8%, la más alta desde 1991. El proceso inflacionario actual tiene un fuerte componente inercial.
Otro fundamento para su decisión es que el gobierno está avanzando en un “Acuerdo Económico y Social” y que se ha relanzado “Precios Cuidados”.
Es decir que -de manera muy preocupante- en el criterio del Central la inflación no se resuelve con política monetaria, sino con controles y acuerdos de precios llevados adelante por el Poder Ejecutivo.
La baja de la inflación no se dio en la era Macri porque, por motivos fiscales ajenos al Banco Central, el país vivió dos shocks cambiarios que afectaron el nivel de precios de la economía. Pensar que – a raíz de esto- la política monetaria no sirve para bajar la inflación es errar el diagnóstico.
Y si el diagnóstico es equivocado, difícilmente vengan luego soluciones satisfactorias.