Lic. en Administración de Empresas. Magister en Economía Aplicada de la UCA. Doctorando en Economía en la UCA.
EL ECONOMISTA – Está claro que Argentina tiene desequilibrios macroeconómicos que son estructurales. Desde 1960, el país siempre convivió con cuentas fiscales deficitarias, con la excepción del período 2003-2008 cuando hubo un superávit fiscal heredado producto de una colosal devaluación, con costos sociales elevados, y de realizar una enorme quita en la deuda. Sin embargo, retornamos rápido a las andanzas y el déficit fiscal volvió a ser la regla y no la excepción a partir del 2008/09. El Gobierno de Cambiemos finaliza su mandato con un déficit fiscal primario de 0,4% del PIB (sin incluir intereses) y un déficit financiero del 4,2% del PIB (si se excluyen los ingresos extraordinarios del orden del 0,5% del PIB). Teniendo en cuenta que la herencia fue un déficit fiscal del 6%, parecería observarse una mejora (que la hay), pero que está sobrevaluada.
Es que el quid de la cuestión se encuentra en el gasto público más que en el nivel del déficit. No es lo mismo un déficit fiscal digamos de 6% (a modo de ejemplo) con un gasto público del 25% del PIB (como en el 2003) que un déficit fiscal de la misma magnitud, pero con un gasto público del 45% del PIB. Este último, es mucho más difícil de revertir por la enorme dimensión del gasto público. Durante el gobierno de Cambiemos el déficit fiscal primario disminuyó principalmente porque hubo ajustes al sector privado y, en segunda instancia, por una reducción del gasto público (que en los primeros dos años no se evidenció). Peor aún, por no haber encarado este problema en el inicio de la gestión, se tuvo que hacer luego a las apuradas, porque el FMI lo exigía, y, por lo tanto, el resultado no fue el esperado.
Se debe tener en cuenta que, si Argentina realmente pretende corregir los desequilibrios macroeconómicos, deberá encarar las reformas estructuradas pendientes. El gobierno de Mauricio Macri no lo hizo y le salió caro. El expresidente realizó una baja en la presión tributaria (vinculada al agro) que no fue acompañada de una reducción en el gasto público y, por lo tanto, el déficit fiscal primario se incrementó mientras que el total se mantuvo prácticamente estable. Adicionalmente, el Gobierno tomaba deuda que en lugar de utilizarse para realizar las reformas sirvió para continuar financiando un gasto que el país no está preparado para soportar y por eso terminó con una crisis. ¿Cuáles son las reformas estructurales más urgentes? Para esta pregunta podemos destacar:
1 – La reforma del Estado, 2) modernizar la legislación laboral, 3) desregulaciones y 4) la reforma previsional. La Reforma del Estado es clave y consiste en reducir simultáneamente y de manera ordenada el gasto público y la presión tributaria con los amortiguadores sociales adecuados como por ejemplo utilizar la Ley de Empleo Público que brinda la posibilidad de poner en “disponibilidad” a aquellas personas que ya no formarán parte del empleo público, pero continuarían cobrando un sueldo por dos años mientras se incentiva al sector privado a capacitar y contratar más personas.
2 – Modernizar la legislación laboral también es clave para combatir el desempleo y la informalidad. Argentina, desde el 2011 que no logra crear puestos de trabajo en el sector privado productivo. Aquí es clave cambiar la indemnización por despido por un seguro de desempleo. El problema es que al ser difícil despedir, nadie quiere contratar. Es una cuestión hasta instintiva. Por ejemplo, un hincha de fútbol (por más fanático que sea) nunca entraría a la cancha si sabe que a la salida lo espera la barra brava rival para golpearlo. Es decir, nadie entra donde no puede salir. Los empresarios corren riesgos en sus negocios, entre ellos la contratación de personal. Ahora, si van a ser incapaces de deshacer su error, entonces prefieren no encarar el problema y terminan optando por no tomar nuevos trabajadores.
Argentina no funciona porque el gasto público es desmedido: la única forma de corregirlo es hacer reformas para que sea competitiva.
3 – Fomentar la desregulación es necesario para que emprender sea más fácil. Los emprendedores en Argentina, incluidos los más vulnerables, tienen muchas ideas y proyectos. El problema es que trabas y regulaciones hay muchas más.
4 – Por último, el sistema previsional de reparto está quebrado y no funciona. Para que el sistema de reparto sea solvente, se necesitan cuatro aportantes en actividad por cada jubilado y en la actualidad hay aproximadamente 1,5. Más aún, si las personas que trabajan en la informalidad lo harían en blanco y sumando a los famosos “ni-ni”, esa cifra ascendería siendo optimistas a 2,5 aportantes por lo que los números continuarían sin cerrar. Está claro que la situación del sistema previsional es compleja y delicada, pero será necesario debatir alternativas para que el sistema funcione.
En definitiva, Argentina no funciona porque el gasto público es desmedido y la única forma de corregirlo es encarar las reformas estructurales para que sea competitiva y que así pueda insertarse en el mundo y ampliar sus mercados. Hace varios años que nos venimos cerrando y el resultado fue el incremento de la pobreza. Es hora de probar algo distinto y que en el mundo funciona.