Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
LOS MERCADOS – IVÁN CARRINO
El fenómeno del COVID-19 desató una catarata de falacias contra los liberales.
Nunca vi algo igual. Dar una vuelta por el barrio para pasear a los perros un sábado a las 5 de la tarde fue casi igual a hacerlo un jueves a las 2 de la mañana. La diferencia es que era a plena luz del día y que, si mis sentidos no me fallan, había incluso menos gente. Salvo por la que hacía cola para entrar al supermercado.
Mis viejos tampoco lo vieron. Si uno conversa con sus padres, que tienen más tiempo en este mundo, opinan lo mismo: esta situación de cuarentena y freno absoluto de la actividad, producto de la amenaza del coronavirus, es inédita.
Lo que sí vi fue el día en que Fernando de la Rúa decretó el Estado de Sitio en diciembre de 2001. El decreto no hizo más que convocar a más gente a las plazas para protestar. Esta vez ocurre todo lo contrario: el presidente Fernández ordenó cuarentena total, y la ciudadanía, al menos por ahora, cumple.
Esto no pasa porque a “Alberto” lo quieran más que a “Fernando”. Lo que ocurre es que muchos están absolutamente convencidos, producto de la información que circula libremente, que ésta es una buena respuesta a la crisis.
#QuedateEnTuCasa, dice el Hashtag que fue tendencia en todas las redes sociales.
El COVID-19, que transmite una enfermedad similar a la gripe pero que en un enorme número de casos deriva en neumonía y resulta letal, ya tiene 311.000 infectados y nada menos que 13.000 víctimas fatales en más de 150 países alrededor del mundo.
Los gobiernos han reaccionado con restricciones extremas a la libre circulación de las personas y, por tanto, a la actividad económica global. Frente a este escenario, muchos consideran que el liberalismo, que grosso modo exigiría poco estado en todo momento y en todo lugar, ha entrado en crisis, una crisis de la que no podrá ya salir.
A continuación, exploramos esta idea y explicamos por qué se trata de una gran falacia.
Tres roles para el gobierno
Adam Smith, pensador escocés del Siglo XVIII, no solo es considerado el padre de la economía moderna, sino también de la extensa tradición de liberalismo económico. En su “Riqueza de las Naciones”, publicado en 1776, Smith pedía que el estado se quitara del medio de la actividad productiva, y que permitiera el libre comercio. Consideraba Smith que éste promovería la división del trabajo, la especialización y, por tanto, un aumento de productividad que traería mayor riqueza.
Smith no era para nada generoso con los gobernantes, es cierto. En su obra los trata de arrogantes y despilfarradores, entre otras cosas. Sin embargo, no por ello concluía que el gobierno no tenía ningún rol que jugar, en ningún momento ni lugar.
En las páginas 612 y 613 de su libro, Smith asigna al “soberano” tres deberes que cumplir, los tres “muy importantes”. El primero es el deber de proteger a la nación de invasiones extranjeras. El segundo, el de proteger a cada miembro de la sociedad de la violencia y opresión de otros individuos.
El tercero lo copio textual aquí abajo:
“…erigir y mantener ciertas obras y establecimientos públicos cuya erección y sostenimiento no pueden interesar a un individuo o a un pequeño número de ellos, porque las utilidades no compensan los gastos que pudiera haber hecho una persona o grupo de éstas, aun cuando sean frecuentemente muy remuneradoras para el gran cuerpo social”.
Lo que hace Smith aquí no es más qua anticiparse a la idea de las externalidades y los bienes públicos que hoy tanto se estudia en los cursos de economía. El principio es el siguiente: si una actividad presenta una externalidad positiva –es decir, beneficia a más personas que las que están directamente relacionadas con la transacción- como los actores que generen esa actividad no podrán captar esos beneficios “externos”, entonces no estarán motivados para producir esa actividad en cantidad suficiente.
Una consecuencia que de aquí se desprende es que, en estos casos, y siguiendo a Adam Smith, el estado debe intervenir.
En el caso de la pandemia actual ocurre algo asimilable que intentaré transmitir con un ejemplo. Que José no vaya al kiosco de Juana genera el beneficio externo de que Manuela no se contagiará el coronavirus. Sin embargo, en ausencia de regulación estatal, José irá al kiosco invitado por Juana, Manuela se contagiará y el resultado para la sociedad estará lejos de ser “muy remunerador”.
Siguiendo a Adam Smith, entonces, las regulaciones que el gobierno impone para evitar el contagio no están en contradicción con el liberalismo. En este caso tan particular y excepcional en que vivimos, restringir el comercio genera una externalidad positiva.
El estado para Ludwig von Mises
Casi 200 años después de los escritos de Adam Smith, fue un economista de origen austríaco quien defendería, en una colección interminable de libros, trabajos y conferencias, el sistema de la libre empresa contra el flagelo del intervencionismo.
Ludwig von Mises era tan radical en sus conclusiones y principios que existe una anécdota famosa en donde, durante una reunión, Mises acusó a un grupo de tertulianos entre los que estaba nada menos que a Milton Friedman, de ser “una manga de socialistas”.
No obstante, Mises nunca pidió la abolición del estado, sino un rol estrecho para el mismo y, principalmente, lejos de la economía. En el capítulo XV de su obra La Acción Humana sostiene que en una economía de mercado:
“… el estado, el aparato social de coerción y compulsión, no interfiere con el mercado ni con las actividades de los ciudadanos conducidas por él… Emplea su fuerza solamente… para proteger la vida del individuo, su salud y su propiedad contra la agresión violenta o fraudulenta…”
Si entendemos al Coronavirus como una agresión (no diría, fraudulenta, pero sí al menos negligente) contra la salud de los individuos, entonces vemos que también el liberalismo de Mises admite que el estado intervenga en la vida social para detener el contagio y que, temporalmente al menos, restringa ciertas libertades.
Salud y tamaño del estado
Visto que ilustres liberales que han hecho verdadera escuela en esta tradición le otorgan un rol en cuestiones como la protección de la salud, pasemos ahora a un área más práctica, relacionada con el verdadero tamaño del estado y la porción que se relaciona con lo estrictamente sanitario.
Recientemente, el presidente de Francia, Emmanel Macron sostuvo que “lo que ya ha revelado esta pandemia” es que el estado de bienestar europeo no es un costo o una carga, sino un “bien precioso”.
Ahora bien, lo que uno inmediatamente piensa cuando se habla del estado de bienestar europeo es ese gobierno que gasta –en promedio y con cifras oficiales- nada menos que el 46,7% del PBI. En palabras de Macron, sería necesario tener un estado de casi la mitad del tamaño de la economía para combatir al coronavirus.
No obstante, cuando uno mira las partidas de salud en todos los países de la Unión, descubre que eso es falso.
Gráfico 1. Gasto en Salud de los gobiernos europeos (en % del PBI)
En Europa, el país que más gasta en salud, que es Dinamarca, solo lo hace en un 8,5% del PBI. Es decir que, llevando el análisis al extremo, si de prevenir y atender enfermedades altamente contagiosas se trata, el gasto público europeo (y, por tanto, su estado de bienestar), podría reducirse hasta en 38,2 puntos porcentuales.
En Argentina ocurre algo similar. Recientemente en un debate con otro colega, éste le decía a la cámara que había que aclarar “que cuando Iván pide ajustar el déficit fiscal”, en realidad estoy pidiendo –entre otras cosas- bajarle el sueldo a los médicos.
Mi respuesta fue basada en evidencia: de acuerdo con los últimos datos oficiales del gasto público consolidado del estado argentino, el gasto en Salud es 6,7% del PBI, el gasto en Educación, Cultura y Ciencia y Técnica es 6,3% del PBI, y el gasto en Justicia, Defensa y Seguridad, asciende al 4,3%.
Es decir que si tuviéramos un estado mínimo, compatible en mucho con los principios liberales clásicos, el gobierno solo gastaría el 17,3% del PBI. ¡O sea que el tamaño del estado podría reducirse en 29 puntos del producto sin tocar ni un peso de salud o educación!
Por último, la advertencia liberal que todos admiten
Para cerrar este extenso análisis de una temática por demás jugosa, pero cargada de falacias y espantapájaros, tengo que decir que el liberalismo se verá reivindicado una vez más por esta situación.
Es que si hay algo en lo que liberales de todos los colores y vertientes coinciden es en lo siguiente: en la medida que el estado imponga regulaciones que afecten los incentivos, la economía no crecerá.
Es fácil comprender que cuando un gobierno prohíbe la actividad económica con cuarentenas obligatorias, esto afecta los incentivos a invertir y producir. Es que, básicamente, hacerlo implicaría violar la ley.
Ahora lo que se desprende de estas leyes, y que nadie en su sano juicio ha intentado siquiera discutir, es que impondrán costos económicos que pueden llegar a ser enormes.
Y es eso lo que comenzará a discutirse justificadamente en algunos días. Si el costo del frenazo económico es mayor al costo / riesgo de una gran propagación de la enfermedad.
Pero como sea que esa discusión resulte, los liberales que piden un estado chico para promover el desarrollo económico habrán tenido razón nuevamente. Las leyes para prevenir el contagio están contenidas dentro del marco teórico liberal y también lo está el costo económico que esas leyes van a imponer.
Lamentablemente para intervencionistas, socialistas, fascistas, y toda clase de antiliberales, no hay nada nuevo bajo el sol.