Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
LA NACIÓN – El mundo vive una situación de conmoción absoluta. Un nuevo virus acecha a la humanidad y el número de víctimas fatales se eleva de a cientos por día. El contagio, además, corre a la velocidad de un rayo. En poco más de dos meses se registraron más de 400.000 casos positivos de Covid-19 .
En este contexto, los gobiernos del globo comienzan a tomar medidas, entre las cuales está la cuarentena total que impuso el presidente Alberto Fernández .
Por la rapidez de respuesta, el gobierno argentino fue felicitado en los medios del mundo. Es que, en comparación con Italia, que dispuso la cuarentena cuando ya tenía 9000 infectados y casi 500 fallecidos, la Argentina siguió un sabio consejo por todos conocido: “Mejor prevenir que curar”.
Los expertos dicen que la preocupación no pasa tanto por la tasa de mortalidad de este coronavirus , que hoy es 4% pero que podría ser increíblemente menor si se sumara a los pacientes asintomáticos, sino por el hecho de que, dada la capacidad de contagio, los sistemas médicos de los países pueden saturarse, volviéndose imposible dar un servicio eficaz.
Siguiendo esa idea, lo mejor es que el contacto se evite al máximo posible, de manera que lo mismo ocurra con el contagio, y así el sistema no colapse. El riesgo sanitario está claro. Y la cuarentena parece la solución ideal. Existen, no obstante, otros riesgos que también se deben considerar: el de la salud mental y el económico.
Como no soy experto en lo primero, solo diré que intuyo que obligar a la gente a quedarse en sus casas so pena de castigo legal no parece contribuir a la plenitud de cada individuo.
Sobre el segundo tema se puede intentar una cuantificación. Si consideramos que los sectores de la construcción, hoteles y restaurantes, intermediación financiera y actividades inmobiliarias se han frenado a cero; y si a eso le sumamos que la mitad del comercio y de la industria manufacturera puede operar solo al 50% por servir a las “actividades esenciales”, entonces obtenemos que nada menos que el 46% de las actividades que generan el PBI privado no pueden operar.
Si la situación se extendiera por todo el trimestre, la caída del producto sería fenomenal. ¿Cuántas empresas resisten la restricción? Seguramente, algunas tengan algo de espalda financiera, pero, ¿qué pasa con todas las que no la tienen, en un país donde el crédito a tasas razonables es nulo?
No discuto las medidas de Fernández para frenar la posibilidad de contagio. El Estado tiene un rol en prevenir a quienes no quieren infectase por negligencia de terceros. Sin embargo, advierto sobre la necesidad de que estas medidas draconianas, que harán crujir a nuestra maltrecha economía, tengan un fin más temprano que tarde. No es aconsejable continuar la cuarentena más allá del 31 de marzo.
Recientemente, Donald Trump afirmó que “no podemos dejar que la cura sea peor que la enfermedad. Nuestro pueblo quiere volver a trabajar”. Lo interesante es quién pronuncia el mensaje. Trump es el líder político de un país que tiene cero inflación con pleno empleo, que crece hace 10 años de forma ininterrumpida y que, en momentos como el actual, recibe una abrumadora demanda de su moneda y de sus títulos de deuda.
La Argentina lleva dos años de recesión, tiene una de las inflaciones más altas del mundo, un desempleo del 9,7% (y empleo en negro del 35%), y tan poca demanda por su moneda y su deuda, que hay cepo cambiario y un parcial default.
Por favor, no se tome este mensaje como una muestra de irresponsabilidad frente a la delicada situación sanitaria. Pero si hasta Estados Unidos se preocupa por la salud de su economía, ¿cómo no vamos a hacerlo nosotros?
Hay que flexibilizar las medidas a partir del 31 de marzo, reforzando el sistema de salud y la conciencia acerca de los riesgos de esta nueva enfermedad. Si éstas se mantienen, probablemente el contagio no avance tan rápido en el país, pero será enorme el costo de una economía destruida, con más desempleo, inflación y pobreza.
El autor es economista, consultor y subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas de EseadePor: Iván Carrino