Describiendo la dinámica de las sociedades, el padre Rafael Braun solía decir lúcidamente: “La retaguardia marca el ritmo, la vanguardia marca el rumbo”. Hoy podemos preguntarnos algo sobre las retaguardias y porque las vanguardias parecen estar tomando un rumbo de colisión[1].
Más allá de importantes matices, diferentes experiencias, variadas culturas, y/o épocas históricas, en las retaguardias de todas las sociedades han existido y existen importantes núcleos poblacionales que, ya por ser pobres, ya por temor a perder lo que tienen, tienden a dar crédito a ideas o mensajes en los que ellos son exculpados de sus problemas y situaciones y donde las culpas o las amenazas provienen de terceros (los ricos, los empresarios, los banqueros, la oligarquía, los judíos) o del exterior (los países ricos o imperialistas, los inmigrantes musulmanes, los inmigrantes hispanos, etc.).
Estas personas o grupos poblacionales son propensas a seguir y dar su voto a dirigentes que expongan consignas y slogans de tono estatista/nacionalista, las más de las veces teñidas de una xenofobia agresiva. Y en un mundo de voto universal, estos dirigentes encuentran la posibilidad de hacerse del poder y transformarse en las vanguardias que marcan el rumbo.
Los alemanes que en 1933 le dieron el triunfo a Adolf Hitler eran un pueblo altamente instruido, pero fueron incapaces de percibir que los slogans y las políticas del demagogo que se aprovechaba de sus frustraciones (las humillaciones de Versalles, la depresión de la economía) los conducía al desastre. En ese mismo año y en el mismo contexto de depresión, desempleo y descontento, en los EE.UU. llegó al poder Franklin Roosevelt, que pudo haber gobernado con la misma agresividad nacionalista que Hitler. No lo hizo, sin embargo.
El contraste entre Hitler y Roosevelt muestra que para que las frustraciones populares no terminen conduciendo a sociedades enteras al nacionalismo agresivo, no es tan importante la instrucción, lo que sepan o no sepan las masas (paradójicamente, la instrucción era superior en Alemania que en los EE.UU.), sino la lucidez, la sobriedad y la prudencia de los dirigentes que compiten y/o acceden al poder.
La segunda mitad del siglo XX atestiguó la presencia de un conjunto de dirigentes de la talla de Konrad Adenauer, Charles de Gaulle, Winston Churchill, Dwight Eisenhower o Alcide de Gasperi y muchos más que con la necesaria lucidez, sobriedad y prudencia guiaron sus naciones hacia contextos de democracia, apertura, integración y multilateralismo.
A estos nombres se pueden agregar otros más discutidos o discutibles, pero que de una o u otra manera también llevaron sus países a contextos de mayor apertura y multilateralismo. Ejemplos: Deng Xiaoping (China) Jawaharlal Nehru (India) y hasta el mismísimo Francisco Franco (España), tan detestado como autócrata, pero que en sus años finales facilitó la emergencia de una dirigencia democrática y aperturista del calibre de Adolfo Suárez y Felipe González[2].
En más de una oportunidad alguno de estos hombres habrá recurrido a la demagogia en la búsqueda del poder, pero cuando les tocó gobernar lo hicieron en general con lucidez y sobriedad.
Por el contrario, el siglo XXI viene atestiguando la emergencia de una dirigencia que no solo gana elecciones halagando la ignorancia de las masas descontentas, frustradas y/o atemorizadas, sino que gobierna de acuerdo a los postulados del nacionalismo populista. Donald Trump en los EE.UU., Boris Johnson en Gran Bretaña, Umberto Bossi en el norte de Italia, Jean Marie y Marine Le Pen en Francia (aunque no han ganado, están cerca), Viktor Orban en Hungría, Jair Bolsonaro en Brasil, Recep Erdogan en Turquía, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en España, López Obrador en México y Josip Puigdemont en Cataluña son claros ejemplos de esta tendencia.
Ni el fenómeno a escala global, ni cada caso particular tiene causas únicas, pero el contraste es brutal. Buscando no ya una causa única, pero sí una causa común, las enormes diferencias de comportamiento podrían encontrarse en el distinto medio o contexto histórico en el cual estas generaciones de dirigentes crecieron y se formaron.
Quienes dominaron la escena política en la segunda mitad del siglo XX crecieron y vivieron en el mundo de las matanzas de la Primera Guerra (1914-18), en el mundo de la pobreza y del desempleo masivo de los años de profunda depresión (1929-1933) y luego en el mundo de los horrores de la Segunda Guerra (1937-1945) patentizados por los sufrimientos de Nanking, Varsovia, Londres, Coventry, Leningrado, Stalingrado, Berlín, Hamburgo, Dresden, Auschwitz, Treblinka, Tokio, Hiroshima, Nagasaki y tantos lugares más…
Los demagogos de hoy, en cambio, los cultores de “relatos” y de “hechos alternativos”, crecieron en el mundo integrado, relativamente pacífico y de gran crecimiento material, el mundo que habían construido loa Adenauer y sus coetáneos.
Aquellas vanguardias no dejaron un mundo perfecto ni mucho menos. Los desafíos de la globalización (migraciones, relocalizaciones industriales, coordinación de normas y regulaciones, movimientos de capitales, combate del delito transnacional, etc.) son monumentales. Pero ellas dejaron un mundo que era perfectible a través de las mil facetas e instituciones propias del multilateralismo. Los unía el espanto de lo que les había tocado vivir y la pulsión para que esos horrores no se repitieran.
En vez de perseguir el mismo fin y perfeccionar esas
instituciones, los demagogos de hoy perecen preferir asegurarse su permanencia
en el poder halagando miedos y construyendo muros propios del peor nacionalismo.
Quiera Dios que no se requieran nuevas tragedias y horrores a escala global
como las de 1914-1945 para que las futuras vanguardias
de dirigentes políticos recobren la lucidez, la sobriedad y la prudencia de
quienes los precedieron, y lleven al mundo por las sendas pacíficas del
derecho, del multilateralismo, de la integración y de la apertura.
[1] Ver: “Si esto es una guerra, ¿Dónde están nuestros generales?, por Loris Zanata, “La Nación”, 25/3/2020
[2] Lamentablemente no se puede incluir en esta lista a Juan D. Perón, un líder que pudiendo hacer de la Argentina una verdadera democracia abierta e integrada al mundo, eligió el camino del nacionalismo autárquico.