ÁMBITO FINANCIERO – El problema con detener la actividad económica es que también trae problemas de salud, con gente que va a morir o sufrir por sus consecuencias, pero que nadie las relacionará con la cuarentena.
La pandemia del coronavirus generó pánico en la población del mundo y, ante él, muchos gobiernos decidieron aplicar cuarentenas, más o menos restrictivas, para minimizar el contagio y las muertes. El problema con detener la actividad económica es que también trae problemas de salud, con gente que va a morir o sufrir por sus consecuencias, pero que nadie las relacionará con la cuarentena. Por eso, los gobiernos tienden a ser más restrictivos, ya que saben que los “medirán” por los que perezcan por el coronavirus y no por los que lo hagan por las consecuencias de dichas restricciones, que nadie contará (por ej. falta de atención adecuada de otras enfermedades, pobre alimentación, estrés, suicidios, violencia familiar, más delitos, etc.).
Parar la economía, implica que toda la sociedad bajará varios escalones su calidad de vida; pero los que están cerca de la línea de pobreza o la indigencia pasarán a estar por debajo de ella. Por otro lado, el Estado ha aumentado fuertemente su gasto para atender las necesidades de los sectores vulnerables, personas o empresas, y los sanitarios por la pandemia. Como durante décadas nuestros gobiernos se han gastado hasta el crédito que teníamos, es obvio que esto tendrá que ser pagado en el corto plazo por trabajadores y empresarios, con más tributos o con mayor “impuesto inflacionario”, que ya genera la emisión del Banco Central. Cuanto más los expriman, más escalones adicionales bajará el bienestar de los argentinos y será mayor aún la cantidad de desempleados, pobres e indigentes, lo cual irá en detrimento de su salud. La inflación saca relativamente más poder adquisitivo cuanto menor es el ingreso y será la principal fuente de exacción para financiar al Gobierno.
Si bien al inicio puede ser justificable una cuarentena restrictiva durante un par de semanas para poder organizarse, cuanto más tiempo se esté sin producir y cuanto mayor sea la necesidad de financiar al Estado, mayor será la cantidad de negocios que quebrarán. Por lo tanto, cuando la economía salga de esta pandemia, menor será el potencial de producción y empleo. Por eso, hay que tratar de que vaya abriéndose gradualmente, pero a paso firme. Esto puede hacerse aumentando los testeos a niveles más parecidos a los de países vecinos que, en la mayoría de los casos y medidos por habitante, son más de tres veces superiores. Como, por su previo mal manejo, el Estado argentino tiene escasos recursos para aumentar los controles, hay que sumar al sector privado productivo en eso.
Un ejemplo positivo de apertura fue permitir las compras por internet de bienes como las laptops (vitales para trabajar desde el hogar) o termo-tanques y calefones, que era necesario reponer en los hogares. Luego, habilitaron a los gasistas para instalarlos y, junto a ellos, a otros oficios imprescindibles para el mantenimiento de las viviendas. Esto le dio posibilidades de ingresos a gran cantidad de monotributistas y autónomos y solucionó los problemas domésticos de muchas familias. Ahora, hay que permitir que el fabricante de calefones empiece a producir con un protocolo que obligue a la empresa a controlar la salud de sus empleados, ampliando la capacidad de detectar casos de contagio que deberían ser aislados. Además, en los lugares de trabajo, hay que establecer rutinas de higiene para prevenir el coronavirus que, luego, los obreros podrían replicar en sus hogares. Así, no sólo se beneficiarán los productores y trabajadores, que podrán mantener sus ingresos, sino también la comunidad.
Por otro lado, hay que bajar lo más posible el gasto en todos los niveles del Estado. Por ejemplo, los sueldos de los empleados públicos que no están prestando servicio deberían recortarse entre un 20% y un 30%, con un piso de tres salarios mínimos vital y móvil. La disminución salarial debería ser mayor en los funcionarios políticos, ya que le están reclamando a la sociedad un enorme sacrificio de ingresos.
Dado que sus erogaciones han bajado por la cuarentena, la baja de sueldos debería aplicarse también a quienes están en relación de dependencia en el sector privado y no están trabajando. Esto permitiría aliviar la carga de empresas que han visto caer fuertemente o desaparecer su facturación, preservando empleos que, de otra forma, se perderán.
Es triste ver cómo algunos gremios reclaman “bonos” por volver a cumplir tareas y hay quienes piden extender restricciones de la cuarentena mientras esperan cómodos el sueldo a fin de mes. En tanto, quienes deben pagarlo no saben cuánto tiempo más podrán sostener su negocio y, al menos, la mitad de los argentinos, que viven de su trabajo diario, se preguntan cómo mantendrán a sus familias.
Hay actividades que deben restablecerse en forma urgente, con los protocolos sanitarios pertinentes. No es posible que en una democracia republicana la Justicia no funcione por tanto tiempo. Hay mucha gente cuya libertad y derechos dependen de ella. Fue increíble también que el sistema financiero no haya seguido funcionando rápidamente, cuando es por donde fluye la savia de una economía que ya está demasiado golpeada.
Tampoco tiene sentido tratar a todos los lugares del país de la misma forma. Es obvio que las restricciones deben ser mayores y más extensas en el tiempo en las grandes ciudades o donde se detectaron más casos; pero no tiene sentido que sean tan rígidas y duraderas en municipios donde no hay tantos habitantes ni contagios. Debería establecerse condiciones bajo las cuales se les permita ser más flexibles. Esto ya lo impuso la realidad en los barrios donde prima el hacinamiento, ya que se establecieron restricciones de movimiento hacia fuera del barrio y no dentro de él.
No será el Estado el que nos sacará del pozo en el que nos dejará la pandemia. Ya estaba quebrado por una nueva crisis generada por décadas de despilfarro del sector público. Será nuestro sector productivo que ya estaba exhausto. Por lo que debemos evitar que siga deteriorándose porque es el único que tiene posibilidad de gestar empleos y puede evitar que tengamos que lamentarnos de que más de la mitad de los argentinos termine en la pobreza o indigencia, con el consecuente gravísimo costo para su salud