El dilema moral del virus corona

Foto de Martin Krause

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.Doctor en Administración por la Universidad Católica de La Plata y Profesor Titular de Economía de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA. Sus investigaciones han sido recogidas internacionalmente y ha publicado libros y artículos científicos y de divulgación. Se ha desempeñado como Rector de ESEADE y como consultor para la University of Manchester, Konrad Adenauer Stiftung, OEA, BID y G7Group, Inc. Ha recibido premios y becas, entre las que se destacan la Eisenhower Exchange Fellowship y el Freedom Project de la John Templeton Foundation.

LA PRENSA – Supongamos que usted tiene escondida a Ana Frank y su familia en el fondo de su casa y, de pronto, golpea la puerta un oficial de la Gestapo preguntando si hay judíos allí, ya que entienden que se han escondido en algunas casas de Amsterdam. ¿Usted qué hace?­

Éste es un ejercicio típico de cursos introductorios de ética en el cual se confrontan dos de las principales escuelas desde fines del siglo XVIII: por un lado la deontológica, asociada con Immanuel Kant, según la cual uno debe regirse por el principio que quisiera fuera una ley universal, es decir, que todos cumplieran, sin importar las consecuencias; por otro, la consecuencialista, asociada con Jeremy Bentham (aunque éste también usaba el término deontología), que precisamente señala que hay que tenerlas en cuenta, y en la que encontramos dos tipos, el consecuencialismo, o utilitarismo, de actos, y el de reglas. En el primer caso, una acción es buena si los beneficios superan a los costos; según el segundo no hay que tomar en cuenta acción por acción sino aquella norma o regla de conducta que genere más beneficios que costos.­

En el caso de Ana Frank, si usted es consecuencialista va a evaluar la situación, pero no es sencillo definir beneficios y costos: ¿para quién? ¿sólo para mí o para los Frank también? ¿para todos los judíos escondidos en Amsterdam? Y si usted es deontológico se encuentra con el difícil problema de evaluar dos principios valiosos. Por ejemplo, en este caso el valor más importante parece ser el de proteger la vida; pero también hay otro en juego que es la verdad, no mentir.­

¿Cómo elijo entre uno u otro? ¿Acaso no estaré tomando en cuenta las consecuencias de elegir proteger la vida o proteger la verdad? Entonces resulta que el deontológico termina arrinconado en las consecuencias, que inicialmente dejaba de lado. Y puede que el consecuencialista se guíe por un principio universal para evaluar cuáles son las a tener en cuenta.­

En fin, no se trata de resolver una discusión que lleva más de doscientos años y varias bibliotecas enteras, pero algo de esto parece que nos está pasando en estos tiempos de pandemia. Una gran mayoría parece estar pensando en términos deontológicos: el primer deber es proteger la vida. Por esa razón acepta todo tipo de medidas que restringen su libertad: cuarentena, aislamiento, prohibición de traslados, de viajes, de concurrir a trabajar, a eventos, etc. Todos muy kantianos, cumpliendo con el deber.­

Pero, a medida que pasan los días, las consecuencias comienzan a crecer en la consideración de muchos: no se produce, no se factura, no se pueden pagar sueldos, comenzarán a reducirse los stocks y a originarse faltantes. Y esto que empieza de a poco crecerá, tal vez no tan rápido como la misma pandemia, pero todos sabemos que lo hará. Pasa que inicialmente pensamos que no era lo importante. Y a medida que crezca nos planteará el dilema: ¿debemos seguir cumpliendo con el principio, sin importar las consecuencias? Cuidado, si no producimos nada puede haber otras muertes. ¿Qué pasaría con el apoyo a la cuarentena si las muertes, digamos, por hambre, o por la falta de otros insumos médicos, porque una enfermera no puede ir a cuidar a una señora mayor a la noche o por tantas otras cosas, superan en algún punto a las muertes por la enfermedad?­

Tal vez en ese punto, el kantiano podrá decir que proteger la vida es producir, es evitar todas esas muertes; y el consecuencialista, con otros fundamentos, podrá decir lo mismo, son mayores los beneficios de producir que sus costos.­

Por uno u otro lado, el sentido común será el consenso que se vaya generando para relajar la cuarentena y volver a trabajar. Pero volver a trabajar en serio. Sin barreras para los que quieren producir, y sin dádivas para los que no quieren. Lo cierto es que en ambos casos nos encontramos con una difícil decisión: entre un principio u otro; entre una consecuencia u otra. No tengo una respuesta. Simplemente un consejo para quien es deontológico: que mire las consecuencias: y para quien es consecuencialista: que ordene sus costos y beneficios según algún principio. Es como saltar la brecha: ¿le suena conocido?

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