Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
INFOBAE – Más abajo me refiero al cierre transitorio de fronteras debido a la pandemia que abarca a todos los países del globo en cuanto al tránsito de personas y a dificultades en el comercio, pero antes hago varios puntos que estimo cruciales para cuando se abran plenamente las posibilidades de la cooperación social libre y voluntaria. Esto puede aparecer extemporáneo pero no lo es, está necesariamente situado en el presente al efecto de abrir el paraguas frente a aquellos que pretendan prolongar la penuria de diversos aspectos de la cerrazón bajo los pretextos que precisamente a continuación refutamos.
Lo primero es destacar que el comercio que atraviesa fronteras no se diferencia del comercio dentro de un país puesto que los ríos, las montañas, los océanos y las delimitaciones políticas no modifican los nexos causales y las consiguientes ventajas recíprocas de los intercambios libres y voluntarios entre partes.
En segundo lugar es relevante subrayar que desde la perspectiva liberal la única razón por la que el mundo se divide en naciones es para evitar los enormes peligros de la concentración de poder que surgiría de un gobierno universal. A su vez, los regímenes republicanos subdividen y fraccionan el poder político en provincias y, a su vez, en municipalidades.
Entonces, el tomarse en serio las fronteras constituye un desatino sobre la base de “proteccionismos” que en verdad desprotegen a los locales que combaten los “desvalores” de lo extranjero y en definitiva fabrican “culturas” alambradas que retrotraen a lo más primitivo y retrógrado de la humanidad.
Los nacionalismos, los patrioterismos y las xenofobias son patrimonio de una soldadesca embrutecida que se alimenta con los alaridos de la selva en abierta contradicción con el espíritu cosmopolita del liberal.
Pseudoempresarios aliados con el poder de turno pretenden sacar partida de sus mercados cautivos y otras prebendas con lo que explotan miserablemente a sus congéneres con argumentos retorcidos como los de “la industria incipiente”. Esta postura sostiene que necesitan el establecimiento de aranceles y tarifas para defenderse de la producción extranjera hasta que puedan acumular la suficiente experiencia para competir. Esta falacia pasa por alto el hecho de que prácticamente todas las evoluciones de nuevos negocios arrojan pérdidas en los primeros períodos para luego más que compensarse en los siguientes. Pero esta situación en modo alguno justifica que se endose coactivamente el referido costo sobre las espaldas de los consumidores cuando lo deberían absorber quienes pretenden un negocio. Si no disponen de los recursos necesarios, deben encontrar socios capitalistas para financiarse y si nadie acepta la propuesta es debido a que lo sugerido es un cuento chino (lo cual es habitual en estos casos). También es posible que la evaluación esté bien hecha pero como aparecen otros negocios más atractivos y como los recursos son escasos y no puede llevarse a cabo todos simultáneamente, el negocio de marras debe esperar su turno según sean las prioridades prevalentes.
Abrir las fronteras al comercio exterior de par en par se traduce en menores erogaciones por unidad de producto, lo cual a su turno significa liberar recursos humanos y materiales para atender otras necesidades. A su vez, el empresario deseoso de lograr nuevos arbitrajes está interesado en capacitar para las nuevas faenas que no resultaban posibles antes pues estaban esterilizadas en otras áreas. La liberación de aranceles produce el mismo efecto que el descubrimiento de una nueva tecnología que permite incrementar la productividad.
En este contexto, no cabe alegar derechos adquiridos debido a que los comerciantes se adaptaron a una legislación anterior basada en la cerrazón aduanera. Salvando las distancias, los fabricantes de cámaras de gas en el régimen asesino de los nazis no pudieron ampararse en derechos adquiridos para continuar son sus tareas asesinas. En ningún caso puede escudarse en derechos adquiridos cuando lo que se lleva a cabo es contrario al derecho, en el caso que analizamos es contra el fruto del trabajo ajeno.
Es tragicómico que a esta altura de la historia, ya pasados los traumas mercantilistas, se insista en que el objetivo de un país es exportar mucho y mantener en brete las importaciones. Esto en el terreno personal nadie lo aceptaría puesto que todos saben que el costo radica en verse obligados a vender bienes o servicios para poder comprar y que lo ideal para cada uno sería comprar y comprar permanentemente sin verse compelidos a vender. Lo mismo ocurre con un grupo de personas que denominamos país: lo ideal sería importar permanentemente sin tener que exportar, pero esto significaría que el resto del mundo nos estaría regalando todo todo el tiempo y esto desafortunadamente no se acepta.
La balanza comercial no es lo trascendente, lo relevante es la balanza de pagos que incluye los movimientos de capital que equilibran la ecuación. Otra vez, del mismo modo que sucede en el ámbito de lo personal, nuestros ingresos son iguales a nuestros egresos más/menos nuestro balance neto de efectivo. Entonces, el objeto del comercio exterior es la importación, la exportación es el costo que se debe incurrir para lograr el objetivo.
Si un país es absolutamente inepto para exportar no debe preocuparse por las importaciones puesto que igual que con nosotros el que no vende no puede comprar, con la diferencia que en el primer caso el asunto se pone de relieve a través del mercado cambiario que hace posible o en su caso imposibilita la importación. De más está decir que si se establecen marañas arancelarias, controles de cambio y se incurre en deuda externa las señales aludidas estarán bloqueadas para expresarse o lo hacen de modo deficiente, con todos los desajustes que ello significa.
En realidad la captación de inversiones extranjeras y el estímulo al ahorro interno se deben a marcos institucionales previsibles y respetuosos de los derechos individuales. En la medida que esto no tiene lugar, tampoco se logran aquellos propósitos. Más aun el capital no tiene patria, se dirige donde el binomio seguridad-rentabilidad sea óptimo. Es un despropósito referirse a la “fuga de capitales” como si al abandonar cierta jurisdicción territorial se estuviera cometiendo un crimen cuando en verdad se está ejerciendo el derecho de propiedad en casos en que resulta muy apropiado puesto que es una manera de salvar el fruto del trabajo de las garras del Leviatán.
Una política especialmente dañina es el establecimiento de aranceles en forma de serrucho, es decir, la imposición de gravámenes aduaneros en forma despareja, lo cual conduce a cuellos de botella insalvables entre los insumos y el producto final con lo que se cierran muchas fábricas.
Es cierto que vivimos en un mundo en gran medida cerrado al comercio, pero un país que se basa en el librecambio comerciará con todos aquellos que lo permiten. La cerrazón -el suicidio de otros- no es argumento para extender esa política empobrecedora a los locales. Resultan graciosas algunas pretendidas argumentaciones: se dice que como el país A ha cerrado sus fronteras al comercio con el país B, este “en represalia” cierra también sus fronteras a la entrada de productos provenientes del país A. Pero esto significa lisa y llanamente que el país B se ha perjudicado doblemente, primero por los aranceles del país A impuestos a los productos del país B y luego empeora la calidad de sus compras puesto que sus habitantes se ven obligados a comprar más caro o de peor calidad (o las dos cosas a la vez) de otros proveedores.
Por último, mencionamos que es habitual que se esgrima el argumento del “dumping” para sugerir la imposición de aranceles lo cual significa venta bajo el costo que los comerciantes que lo alegan generalmente no se toman el trabajo de analizar los libros contables que quien supuestamente incurre en dumping y lo usa como escudo para protegerse de la competencia más efectiva. Cuando se vende bajo el costo y el precio de mercado es más alto, la competencia compra al precio subvaluado y vende al de mercado con la diferencia a su favor. El único dumping negativo y peligroso es el que llevan a cabo los aparatos estatales puesto que lo hacen con recursos coactivamente detraídos de terceros. Y si el dumping –venta bajo el costo- se realiza porque el mercado no absorbe precios más altos, simplemente habrá quebrantos como indicador al empresario que mejore su performance o cambie de rubro.
En definitiva, la autarquía indefectiblemente empobrece sea estableciendo aduanas interiores en un país o aduanas en las fronteras. Siempre el agente aduanero controla porque se fundamenta en el postulado inaudito que el ingresar productos más baratos y de mejor calidad empeora el nivel de vida de los locales o, de lo contrario, se invita al cohecho.
No se trata de ampulosas declamaciones entre gobernantes en elegantes (y costosas) recepciones supuestamente “abriendo mercados”, se trata de derribar barreras aduaneras y abrir las puertas para la mayor competitividad disminuyendo el peso del Leviatán reduciendo el gasto público al eliminar funciones para poder aliviar las cargas fiscales y la pesada deuda.
Debido a la desafortunada pandemia que abarca a nuestro planeta han debido suspenderse transacciones comerciales y dificultarse otras, menores producciones y escaso traslado de personas, lo cual deberá revertirse ni bien pase el peligro que nos amenaza a todos. Debemos estar atentos a los deseos perversos de megalómanos que pretendan prolongar las penurias de la cerrazón en diversos andariveles para satisfacer sus ansias de control a vidas y haciendas ajenas.
Tal vez, para mirar el lado que pueda extraerse de positivo de estos encierros pueda mencionarse que da la oportunidad de consultar con mayor atención libros y ensayos que nos ayuden a meditar sobre las bases morales de una sociedad abierta al tiempo que ofrecen la oportunidad de estrechar lazos familiares y profundizar conversaciones sobre temas relevantes que a todos nos atañen (en otros casos tal vez quedan sin efecto vínculos familiares cuando sus integrantes perciben que no era lo que esperaban una vez que pudieron intercambiar sin interrupciones). También es posible que la intensificación de la gimnasia de comunicarnos vía digital en esta situación extrema permita en el futuro reemplazar algunas actividades presenciales por las remotas lo cual modificará el panorama productivo para bien al simplificar estructuras innecesarias.
Por otra parte y por último, es menester destacar muy especialmente la urgente necesidad de eliminar toda la parafernalia estatista que no ha hecho más que empeorar la maldición del coronavirus en los casos en que se han impuesto absurdos controles de precios y otros embates gubernamentales a la producción de bienes y servicios que han colocado tremendos palos en la rueda que naturalmente generaron faltantes y desajustes de diversa magnitud y gravedad. En esos casos desafortunados no se ha comprendido que cuanto más delicada es la situación por la que se atraviesa, mayor es la razón de contar con precios libres tanto en el comercio interior como en el exterior para no afectar a la población, muy especialmente a la más vulnerable y por tanto desprotegida. En esta misma línea argumental en medio de la pandemia “para reactivar la economía” muchas bancas centrales han optado por incrementar la base monetaria, lo cual inexorablemente acentúa los descalabros ya que al contraerse la actividad la expansión monetaria incrementa los desajustes (independientemente de lo que ocurra con la producción secundaria de dinero) aunque, igual que con la drogas alucinógenas, en un primer momento produce sensación de confort hasta que vienen los efectos devastadores.
En el campo monetario es del caso introducir una nota al pie y es que en la situación argentina hay temor que en medio de la pandemia de marras se vuelvan a repetir las emisiones de las llamadas “cuasi-monedas” (desde luego muy distantes de la propuesta del premio Nobel en economía F. A. Hayek en cuanto competencia de monedas sin curso forzoso), pero no creo darles una sorpresa a los lectores si digo que desde hace décadas resulta que ya tenemos una lamentable cuasi-moneda que nos devora: el peso argentino que demás está decir no cumple con la función de depósito de valor y se está deslizando a la categoría de cuasi-nada.
Por supuesto que debido al consumo de capital por la reducción abrupta en la producción, los salarios e ingresos en términos reales serán menores lo cual se revertirá en la medida en que se abran los mercados y se hagan reformas laborales para permitir el empleo. En otro plano, nuevamente subrayamos que el delicadísimo balance costo-beneficio en el contexto del conronavirus debe tomarse en cuenta principalmente en base a los conocedores de la infección que nos acecha puesto que tiene prelación las estimaciones sobre cadáveres acumulados, en cuya situación no parecen muy relevantes las cotizaciones de Wall Street por más que, como también hemos consignado antes, la retracción en la producción por la inactividad fruto de los aislamientos puede conducir a muertes por hambre. Nada más peligroso que los arrogantes que opinan sin conocimiento de causa.
En resumen y para volver a nuestro tema central, deben comprenderse las enormes ventajas del comercio que es otro modo de aludir a la cooperación social entre las personas lo cual, como queda dicho, no cambia por el hecho de encontrarse sus respectivos moradores circunstancialmente en distintos países.