Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
EL PAÍS – Siempre me ha admirado el proceder de la mayor parte de los políticos uruguayos. El respeto a los ejes centrales de las instituciones civilizadas. Sus modos conciliadores sin ceder en los principios de cada cual. Si bien es cierto que la fisonomía de este país hermano ha cambiado desde que fue la Suiza de América latina hasta nuestros días ya que el aparato estatal ha crecido de modo que succiona valiosos recursos que empobrecen a todos especialmente a los más vulnerables, a pesar de eso decimos que la conducta y la sobriedad de la enorme mayoría de los referentes políticos se mantiene inalterada en lineamientos republicanos generales.
Entre paréntesis digo referentes y no líderes pues esta última palabreja me recuerda al Führer y al Duce ya que en una sociedad libre cada uno debe liderar su propia vida. Para recordar buena parte de los ejemplos extraordinarios de la Banda Oriental es bueno repasar la obra del doctor Ramón Díaz titulada Historia Económica de Uruguay a la que fui invitado a prologar. Ahora la actual administración abre la esperanza de que ese gran país retome una senda que nunca debió abandonar con todos los agregados que la modernidad ha proporcionado desde entonces y así encauzar a los aparatos estatales a sus misiones específicas en torno a la seguridad y la Justicia y abstenerse de irrumpir en acuerdos libres y voluntarios que no lesionan derechos de terceros. Es decir, proceder en dirección al espíritu liberal cuyo eje central consiste en el respeto recíproco.
Tuve el gusto de conocerlo personalmente al doctor Vázquez en casa de Juan Anchorena en un almuerzo en Colonia del Sacramento. De entrada nos llamó la atención con mi mujer que llegara manejando su auto y sin custodia. La conversación con amigos fue muy afable y el entonces Presidente de la República se pronunció sobre una serie de temas con algunos de los cuales coincidí y con otros discrepé pero siempre en un tono muy considerado y agradable. Era un Señor con mayúscula que desafortunadamente contrasta abiertamente con buena parte de los políticos argentinos de los largos últimos tiempos, después de haber abandonado en los años 30 el ímpetu liberal estampado en su Constitución de 1853 que hizo de mi país uno de los más prósperos del planeta donde los salarios de los peones rurales y los de los obreros de la incipiente industria eran superiores a los de Suiza, Alemania, Francia, Italia y España por lo que la población de inmigrantes se duplicaba cada diez años. Luego nos invadió el estatismo que hizo y hace estragos por doquier.
Tal vez en este sentido a los uruguayos y argentinos nos haya ocurrido algo parecido a lo que vaticinó Alexis de Tocqueville en El antiguo régimen y la Revolución Francesa, esto es que frecuentemente los países que cuentan con un gran progreso moral y material tienden a dar eso por sentado, y ese es el momento fatal puesto que los lugares los comienzan a ocupar otros. La faena de contribuir al respeto recíproco es permanente, de allí que Thomas Jefferson ha escrito que “el precio de la libertad es su eterna vigilancia”.
Como es sabido, Tabaré Vázquez fue alcalde de Montevideo entre 1990 y 1994 y Presidente en 2005 y reelecto en 2014 luego de haber perdido en las elecciones presidenciales de 1994 y las de 1999. Murió de cáncer al pulmón a los ochenta años de edad.
Cierro esta muy sentida nota periodística con otra anécdota personal que estimo reviste gran significación. Cuando el entonces Presidente se pronunció con firmeza y “por razones científicas” en contra del aborto a pesar de una posición distinta de muchos de sus correligionarios del Frente Amplio, me comuniqué con él quien me atendió con gran consideración aun con los compromisos acuciantes de la faena de gobernar. Esta posición del doctor Vázquez la destaqué en mi libro Pensando en voz alta editado en Lima por la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en 2010.
El tema del aborto resulta vital en un sentido literal y figurado pues desde el momento de la concepción hay una persona en acto con toda la carga genética completa y resulta de una magia muy rudimentaria sugerir que puede eliminarse la condición humana en cierto período como si con anterioridad se tratara de un mineral o vegetal que súbitamente deviene en humano. El derecho a la vida es por cierto el primero que debe respetarse.
Un embrión humano contiene la totalidad de la información genética: ADN o ácido desoxirribonucleico. En el momento de la fusión de los gametos masculino y femenino -que aportan respectivamente 23 cromosomas cada uno- se forma una nueva célula compuesta por 46 cromosomas que contiene la totalidad de las características del ser humano.
La mujer indudablemente es dueña de su cuerpo pero no lo es de otro y como los niños no crecen en los árboles, mientras la ciencia no permita transferencias a úteros artificiales no puede aniquilarse un ser humano en el vientre materno. La secuencia embrión-mórula-balstocito-feto-bebe-niño-adolecente-adulto-anciano no cambia la naturaleza del ser humano. Como ha dicho Ronald Reagan “han tenido suerte los abortistas que su receta no haya sido aplicada a ellos mismos”.