Subdirector de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.
INFOBAE – La suspensión de las exportaciones de maíz muestra los conceptos equivocados en que se basan las decisiones de política Antes que cierre el 2020, el Ministerio de Agricultura de la Nación anunció que suspenderá las exportaciones de maíz hasta el mes de marzo con el fin de abastecer el mercado interno.
La medida, un claro ataque contra la libertad de comerciar, parte de tres errores conceptuales básicos que el propio presidente hizo evidentes a la hora de defenderla en una reciente entrevista radial.
El primer error básico es creer que la suspensión de las exportaciones efectivamente abaratará el precio del maíz. Pensar esto es tener en cuenta solamente el corto plazo, momento en el cual quienes estaban por vender maíz al exterior, deberán liquidar dicho producto en el mercado interno, aumentando la oferta.
Ahora bien, ¿qué va a pasar cuando los productores aprendan? Pues que, dada la menor rentabilidad recibida, pensarán dos veces si quieren producir este bien. En este contexto, tal vez decidan dedicarse a la producción de otros cultivos no sometidos a la regulación oficial, o directamente prefieran utilizar los recursos que iban a emplear en la producción de maíz y mandarlos a una cuenta en los Estados Unidos.
El resultado final, entonces, es una menor producción de maíz. Este razonamiento no es solo un bello desarrollo teórico. Este mismo fue el resultado de la prohibición de exportación de carnes que Néstor Kirchner impulsó en el año 2006. El stock de cabezas de ganado cayó en 12 millones, lo que finalmente hizo que la carne fuera, incluso descontando la inflación, más cara que antes de la medida.
El segundo error básico es creer que los costos de producción definen los precios de los bienes de consumo. El presidente explicó por radio que, si bien sube la demanda de alimentos en el mundo, “los productores argentinos producen en pesos argentinos y hace dos años que no tienen aumentos de tarifas de luz, de gas y fue muy bajo el aumento de combustibles”. Lo que intenta comunicar Fernández es que más allá de los cambios en la demanda global, como los costos de los productores argentinos no solo están en pesos, sino que en muchos casos están congelados, los precios para los argentinos no deberían subir.
El error aquí es creer que los costos determinan los precios. Veamos, está claro que si la demanda quiere pagar por una tonelada de maíz 10 dólares y ese precio no cubre el costo de ningún productor, entonces nadie tendrá nada de maíz. Pero esto no quiere decir que los precios estén determinados por los costos.
Lo que pasa en los mercados es que la demanda muestra la disposición a pagar, y ante esa disposición, una, veinte, o cientos o miles de empresas ingresan a vender con diferentes estructuras de costos.
Ahora bien, si mis costos son de USD 10 y tengo compradores que ofrecen pagar USD 20, ¿por qué voy a vender a menos de USD 20? A lo sumo, esta brecha entre precio y costo generará un incentivo para que más productores ingresen al mercado a costos más altos que 10 para seguir sacando beneficio. Los precios definen hasta qué nivel de costos incurrir para producir algo, creer que es al revés (y que son los precios de los insumos los que determinan el precio del producto) es un error básico de comprensión económica.
El último error es sugerir que los precios de algunos productos que se ofrecen en Argentina no deberían ser similares a los del resto del mundo. Ligado con el comentario previo, el presidente Fernández se preguntó retóricamente “¿por qué los argentinos pagan el kilo de asado como lo paga un chino, un francés o un alemán?… no entiendo por qué quieren cobrarle al argentino al mismo precio que paga el mundo.”
Aquí parece que el jefe de estado no conoce el concepto de bien transable. En economía se dice que un bien es transable si se puede comerciar internacionalmente. Un ejemplo de un bien transable es el kilo de maíz o el papel higiénico, mientras que un bien no transable es el servicio de peluquería, ya que el peluquero no puede viajar a Miami a las 2 de la tarde y volver a cortar el pelo a Buenos Aires a las 3 y media.
Una particularidad de los bienes transables es, precisamente, que tienden a tener un solo precio en el mercado global. Es decir, dado que se pueden importar y exportar, aparece una demanda mundial y una oferta mundial donde el precio del producto tiende a ser uno solo. En este sentido, es absolutamente lógico que un kilo de carne tienda a venderse al mismo precio en diferentes ciudades del mundo. Es que si uno piensa en el productor que tiene la opción de vender a $ 700 en el mercado local contra la opción de vender a $ 1000 en un mercado extranjero, en la medida que los costos de transacción para colocar la producción afuera sean inferiores a $ 300 (la diferencia entre lo que se está dispuesto a pagar en ambos mercados), éste elegirá venderle al que pague más.
El problema de fondo es el bajo salario. Una vez que se entiende que restringir exportaciones no abaratará los precios en el largo plazo, que los costos no definen los precios, y que los productos transables internacionalmente tienden a tener un solo precio en todos los países, llegamos a la raíz del verdadero problema. Es que, si los argentinos no podemos comprar carne o pan, el problema no lo tiene el carnicero, ni el panadero, ni los exportadores de dichos productos.
El problema es que el salario promedio es bajo en términos internacionales. Y ese salario no se aumenta con medidas que destruyan la libertad económica (como las prohibiciones de exportar, las retenciones, los cepos cambiarios o los controles de precios), sino haciendo exactamente todo lo contrario.