Cuando la maldición de la ignorancia derrotó a la bendición de exportar alimentos

Director Ejecutivo en 

INFOBAEEs notable que alguien haya hablado de la “maldición de exportar alimentos”. Si a cualquiera se le pregunta a quién le sale más barata la lechuga, ¿responderían al que la produce o al que se la compra? Nadie dudaría en decir que al que la produce. Dado que en el país que exporta un alimento, su productor opta entre venderlo a los consumidores locales o al exterior; el precio interno deberá ser similar al que él cobraría poniéndolo en la frontera o puerto a disposición de compradores de otros países. Estos a su vez, deberán llevarlos hasta sus propios consumidores; lo cual sumará los gastos de comercialización, logística y flete. Por ello, los que los adquieren en las góndolas de los importadores deberán pagar todos esos costos que no abonan los que los compran en el país exportador. Conclusión, es una bendición poder producir alimentos; porque eso abarata el precio de los mismos.

La pregunta es: ¿por qué hay países que importan sus alimentos, su gente los puede pagar más caro e igual tiene acceso suficiente a ellos, mientras que en otros que los producen hay parte de su población que no tiene lo suficiente para comer, como en Argentina?

Volvamos al ejemplo de una persona. Sólo una minoría se dedica a producir alimentos; pero eso no significa que el resto no pueda comprarlos. Eso dependerá de que, haciendo otra cosa, puedan generar los ingresos para adquirirlos. Con los países pasa lo mismo, los que prosperan tienen una buena alimentación, produzcan o no alimentos; ya que lo relevante es producir los recursos como para que sus habitantes puedan comprarlos.

En Argentina, algunos economistas y políticos nos han hecho creer que somos ricos porque tenemos muchos recursos naturales. Nada más errado. Una manzana en un árbol puede saciar el hambre; pero sólo si alguien se toma el trabajo de cosecharla. Si no, jamás alimentará a ninguna persona. Desde inicios de este siglo, surgió la utopía de que los argentinos se salvarían con “Vaca Muerta”. Sin embargo, en el período de mayor aumento del precio del petróleo de la historia, no sólo las políticas intervencionistas del kirchnerismo la mantuvieron bien muerta, sino que se encargaron de que Argentina fuera uno de los dos países del mundo donde, sin mediar una guerra, la producción de hidrocarburos bajó.

No es casualidad que el otro fuera Venezuela. Un país que está asentado encima de un mar de petróleo; pero el combustible y la energía escasea para sus habitantes, porque nadie quiere invertir allí. Conclusión, esa “riqueza” que tienen no es tal. Sólo la inversión y el trabajo es la que vuelve un recurso en riqueza y bienestar para los ciudadanos cuando se los hace disponible. Eso vale para Venezuela, Argentina y cualquier otro país del mundo.

Un argentino o un extranjero invierte porque piensa que ha encontrado una necesidad que puede cubrir organizando la producción de un bien o servicio a un precio que le permita cubrir los costos y ganar plata; pero que, al mismo tiempo, quien lo va a demandar puede pagar. Además, de todo este riesgo, asume el de ver cómo manejarla bien. Así que son muchas las cosas que pueden fallar y hacerle perder su plata y esfuerzo. En Argentina, tiene que sumarle que los políticos pretenden gastar insaciablemente exprimiéndolos con impuestos que ellos deberán sumar a sus precios y rogar que el consumidor los pague o quebrará. Según el Banco Mundial, el país está en el puesto 21, entre 190, entre los que más impuestos les cobran a las empresas. No sólo eso, hacen informe donde toman una Pyme tipo con buenos márgenes de ganancias sobre ventas y ven qué les pasaría en cada país si pagara todos los impuestos y tasas. Argentina es uno de los dos lugares donde perdería plata y algunos se escandalizan de la alta informalidad del sector. Si todas abonaran los impuestos, la mayoría quebraría.

Si usted todavía piensa que es sumamente atractivo invertir acá, tenga en cuenta que la mayoría de los funcionarios de los gobiernos de turno consideran que saben manejar mucho mejor el trabajo o los negocios que sus conciudadanos. Por ejemplo, te pueden hacer perder plata congelándote o controlándote los precios; porque les conviene políticamente. U obligarte a venderle más barato a unos y no dejándote venderles a otros. Por ejemplo, el verdadero dueño de las divisas de la exportación es quién produjo el bien o servicio que se vendió al exterior y las generó. Sin embargo, el Banco Central ha decidido que ese señor está obligado a vendérselas a él a un precio mucho menor al que otros se las pagarían, haciéndole perder parte de sus ingresos. Ahora, si un organismo público puede ordenarte que hacer con algo, eso dejó de ser tuyo; lo cual avasalla el derecho de propiedad. Incluso han prohibido importar insumos; lo cual obliga a comprar localmente uno más caro y peor, haciendo que los productos finales también lo sean. La lista es larga y, de hecho, ya en 2019 había más de 67.000 regulaciones y, desde que asumió, este gobierno se dedicó a incrementarlas de a decenas por semana.

Sin inversión no hay empleo productivo ni posibilidades de generar los recursos necesarios, no sólo para que todos tengan acceso a los alimentos suficientes, sino para pagar otros gastos, entre ellos el despilfarro permanente de nuestros políticos y funcionarios. La verdadera maldición argentina es la creencia generalizada de que somos “ricos” y solo hay que redistribuir bien tanta abundancia eligiendo gobiernos milagrosos que multiplican los “panes y los pesos”. Mientras que los países que prosperan y son exitosos erradicando el hambre, tienen claro que eso sólo se logra con esfuerzo e inversión y que estos se vuelven más pródigos cuanto el Estado más respeta los derechos de los que trabajan e invierten, la libertad de mercados y, en definitiva, la seguridad jurídica. La Argentina puede ser uno de estos países, sólo si encara urgente las reformas estructurales necesarias para que lleguen las inversiones y generemos más oportunidades de progreso para todos los argentinos.

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