Médico. Mag. en Sistemas de Salud y Seguridad Social. Ex Secretario de Salud de la Prov. de La Pampa. Ex Viceministro de Salud de la Nación. Consultor en temas de políticas y gestión de salud.
DATA CLAVE – Hace apenas 200 años el 95% de la humanidad vivía en condiciones de pobreza. Hoy el 10,1% de la población se encuentra en el nivel 1 de ingresos. Algunas reflexiones sobre las virtudes del sistema que ha mejorado las condiciones de vida de millones de personas en todo el planeta.
Carlos Marx pudo equivocarse mucho respecto del comunismo, pero reconoció en el capitalismo el sistema de producción más impresionante creado por el hombre. La revolución industrial reorientó los objetivos de un capitalismo ya existente desde el Siglo XIII, para direccionarlo hacia la inversión, el crédito y/o el pago de salarios, es decir para coinvertirse en un vital instrumento de la misma producción, que permitió a muchos salir de su condición de pobreza y disfrutar de lo que hoy se nos ofrece. Fue el incremento de la tasa de capitalización lo que nos permitió mejorar las condiciones de vida de la mayor parte de la población.
Aunque el comunismo haya fracasado en donde se intentó imponerlo, muchos son todavía los cultores de ese pensamiento colectivista. Fieles al pensamiento marxista desconocen que esos mismos obreros, antes sometidos a situaciones intolerables, hoy viven en mejores condiciones.
El marxismo les ha provisto de un relato complejo en su elaboración, pero muy simple en su interpretación. Y los seres humanos son gustosos de simplificar los caminos interpretativos: se trata de una “eficiencia por reducción del costos” de verificación de teorías sobre hechos complejos. Este proceso interpreto que se ve reforzado cuando las mismas “teorías” coinciden con nuestras emociones, indisolublemente vinculadas a nuestro aprendizaje emocional más íntimo.
Existe una enorme coincidencia discursiva entre el pensamiento marxista con una visión binaria que opone como paradigma de nuestra cultura judeocristiana: “el bien vs. el mal”. Este es un tema del que muchos autores se han ocupado en corrientes teológicas cristianas: para los judíos en general, y para los Zelotes en particular, el Mesías tenía que liberarlos del yugo romano. W. Benjamín describe “el ángel de la historia desplegando sus alas, como queriendo volver para redimir a los oprimidos del mundo”.
Así se ensalzan las virtudes de los oprimidos y se demoniza a los opresores. La visión maniquea el bien vs. el mal, dualista de la realidad, en la que no hay grises, termina siempre en un juego de oposición. Tal como también se nos enseña en los cuentos infantiles-que son un formidable medio de enseñanza por el que debemos aprender a distinguir el bien del mal, sin grises, tonalidades o complejidades, que son lo habitual en la naturaleza humana, lo que agrega un componente mítico y narrativo a ese esquema de pensamiento.
Si este pensamiento maniqueo permite interpretar fácilmente al mundo que se divide entre buenos y malos esa misma oposición es aplicable a la idea de intereses espurios: “el interés personal que es siempre opuesto al interés del conjunto”. Y por lo mismo el primero es dañino y el segundo virtuoso.
Se omiten los importantes beneficios que muchos han brindado a la humanidad buscando su interés personal, además confunden interés personal con egoísmo, y como contraparte se endiosa lo colectivo y el concepto de clases en pugna: unas que representan el bien (los sometidos) y otras el mal (los explotadores).
El mismo concepto de clases, que presupone lo que no son: compartimientos estancos o castas, induce la idea de sometimiento de las unas por las otras. Y de resultas debe lucharse como en los cuentos infantiles para vencer al mal y redimir a los excluidos, porque ello representa el ideal social aprendido y un acto de justicia: la lucha de la solidaridad asociada indisolublemente al conjunto y a los explotados, en contra el egoísmo de los individuos y/o los de los llamados grupos o “poderes concentrados”.
Esta idea es reforzada por una idea medioeval de la economía que sostiene que las transacciones son siempre de “suma 0”. Y se parte de que los resultados de la economía son como una torta, cuanto más grande es la porción de unos seguramente será menor la porción de otros. No es así con semejante simpleza como funciona la economía. Este razonamiento -que satisface interpretaciones básicas- desconoce que en los intercambios hay satisfacción de preferencias, subjetivamente valoradas y que el resultado es siempre de suma positiva.
Y en su supuesto la torta no es siempre la misma, ya que la generación de riqueza la redefine. Pero, pensar con simpleza en este caso permite reforzar el relato y sostener el justo acto de redimir a los oprimidos. La pretensión es que la acción política se remita a preceptos morales tal lo que se considera justo.
Por lo mismo una interpretación -aun equívoca- de la realidad puede servir de relato y sustento ideológico discursivo, al que se agregan aprendizajes sobre ideales sociales que se deben alcanzar como un imperativo moral, en lucha entre lo que ese mismo relato ha definido como el bien vs el mal,.. la lucha de clases,.. los oprimidos vs los explotadores. La política se convierte así en un instrumento de redención de los oprimidos. Y hacerlo es un acto de justicia.
Si la política convive con su estructura básicamente agonística, la democracia se concibe como el acuerdo y el consenso para la construcción de un ámbito de convivencia común. Se trata de conjugar en acuerdos la diversidad de intereses y situaciones que cada uno tiene, que nos permitan convivir. Por lo que este pensamiento resulta así profundamente antidemocrático: unos pocos dicen tener (nosotros “tenemos”) la correcta interpretación de la historia y de los fenómenos sociales. Y además sabemos que la lucha de los oprimidos (los virtuosos) contra los opresores (el mal) es un acto necesario y de justicia.
Estas formas maniqueas de pensamiento se manifiestan con diferente intensidad en cada uno, pero siempre se trata de identificar y pertenecer al grupo de referencia que hoy se expresa en los denominados populismos de izquierda, en los que se agregan otros condimentos como son la exaltación al líder, la creencia en la superioridad del abstracto colectivo y su expresión final que es el estado, que es el único que puede “construir un escenario de igualdad” deseable.
Que el capitalismo haya permitido a muchos mejorar su condición y salir de la pobreza no merece por su parte un reconocimiento. Y sin dudas que una de las deudas es reducir la brecha de oportunidades -que no es lo mismo que lograr un imposible como su igualdad- pero tampoco es deseable tender a la igualdad de resultados, como también es su pretensión final, porque implica como precondición la supresión de las libertades.
Esos planteos, en sociedades con individuos muy diferentes, en donde existe por convención igualdad ante la ley e igualdad política, resultan solo sostenibles por una visión sesgada de la realidad y expresan su lucha por la apropiación de bienes en los que el derecho de propiedad -que resulta imprescindible tanto para la adecuada convivencia social, como para poner en marcha los procesos productivos de un país- se encuentra cuestionado.
Desde allí se desglosa una cadena de mitos que completan el relato, pero que los entrampa en su propia paradoja porque prometen una democracia que redima a los excluidos, pero que a su vez controlan que nadie escape al control del aparato del estado.
El mito de Procusto se traduce como una forma de pensamiento a la que se fuerza una conformidad exacta. Los que no acuerdan pertenecen siempre a la reacción, al “neoliberalismo” (deformación lingüística que se acomoda a su relato), a los poderes concentrados, al interés de las clases explotadoras: el mal.
Y en este derrotero no encuentran límites para su accionar, se trata de una lucha justa de quienes se arrogan “la verdad” contra quienes representan intereses espurios. En nuestro país los ´70 -en un clima de época que afectó también a muchos otros- fueron terreno de estas expresiones que se decían portadoras de la verdad revelada, cuyas acciones conducirían a un país mejor. Su dogmatismo y ceguera, solo encontró cauce en el camino de las armas. Su accionar ligado como una cruzada a una profesión de fe no les otorga razón, aunque algunos conserven una mirada romántica de esos lamentables hechos.
Hoy tan solo se permiten un revival light (de tipología progresista) porque los oprimidos del mundo están en la mayoría de los países pensando más en cambiar el coche o irse de vacaciones, que en hacer la revolución. Y en el nuestro hoy esperan que las empresas no cierren para conservar sus fuentes de trabajo.
Muchos bien intencionados (“bleeding heart”) y en particular en el ámbito académico suelen ser permeables a este discurso en donde el mito de Procusto también puede ser aplicado en el sentido que hacen coincidir su interpretación de los hechos a la medida de sus teorías o creencias: “theory laden”
Las consecuencias de los supuestos: nosotros tenemos la interpretación de “la verdad” y nuestra “construcción” del futuro es la única -o por lo menos la mejor- posible y es además la deseable porque “remeda la injusticia”, siendo así que nuestros medios son justificables (con mucha elasticidad interpretativa); son difíciles de mensurar, porque se trata de falacias, que además no resultan inocuas para la convivencia democrática.