Diana Mondino es Directora de Relaciones Institucionales y profesora de Finanzas en los Master en Dirección de Empresas y Master en Finanzas de la Universidad CEMA. Tiene experiencia en temas económicos y de management.
LA NACIÓN – Muchos países con bajo o limitado PBI han mostrado en las últimas décadas un patrón de convergencia, es decir, se acercan a los países más desarrollados. Sus economías han crecido mucho más rápido que las de los países con altos ingresos. El caso más evidente es el de China y países vecinos, pero no todos son del sudeste asiático. Puedo mencionar Cambodia, la India, Irlanda, Jordania, Laos, Mozambique y Sudán, que han crecido desde 1990 bastante más de 6% anual en promedio.
Así, los ingresos por habitante tuvieron crecimientos notables, reduciendo la pobreza. Por supuesto, la distribución del ingreso no es similar en cada uno, pero el crecimiento es indudable. Un caso a destacar es Vietnam, que pese a una guerra devastadora y décadas de comunismo, logró un crecimiento notable.
En todos ellos, el secreto fue (casi) el mismo: exportaciones y desregulación de su economía. Por supuesto, la dotación de factores, el acceso a tecnología, las políticas públicas y la recepción de inversiones fue diferente en cada caso, pero -insisto- es fundamental el rol del sector externo. Todos se dedicaron a producir para el mercado externo a la espera de que el crecimiento permitiera un mayor consumo interno (China se focalizó en el mercado interno sólo después de más de 20 años de su apertura).
En la Argentina hemos seguido un camino inverso, cerrando la economía durante décadas e intentando que el consumo interno fuera suficiente para generar empleo. Es extraño decidir vender menos y más barato, pero ha sido y es nuestra política, salvo breves períodos de apertura. Las regulaciones, el control de cambios, las retenciones y la escasa infraestructura atentan contra el aumento de las exportaciones.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, Alemania y Japón decidieron basar su crecimiento en exportaciones. Una estrategia así, de integración económica con el mundo, tiene dificultades, pero no hay nada que indique que la estrategia opuesta (sustitución de importaciones), sea simple. Eso sí, ya sabemos que los resultados tienen un límite dado por el tamaño de nuestro mercado, mientras que las exportaciones tienen un mercado potencial global.
Por supuesto, seguir el camino de apertura no garantiza estas elevadas tasas de crecimiento. En cambio, sí sabemos que si no se implementa, la espiral negativa en la que estamos inmersos no se detendrá. El impacto de introducir tecnología, capital o mejorar educación es fenomenal en los primeros años. En nuestro caso, ya existe una base exportadora con lo cual puede profundizarse (más de lo que ya exportamos) y ampliarse (en otros sectores). El salto en productividad sería notable ya que hay una base exportadora que nos da un ecosistema preparado. Es decir, estamos en mejores condiciones para crecer con exportaciones que lo que lo estaban los países mencionados al momento de iniciar esa estrategia.
Respecto a crecer en otros sectores adicionales o complementarios de los actuales, debemos tener en cuenta que para todo producto es necesario un conjunto de conocimientos, know-how y tecnología. Ninguna persona o empresa podrá contar con todo lo necesario, pero seguramente puede hacer cosas similares a su actividad actual. El concepto teórico se denomina “distancia para poder producir”. Suena raro, pero simplemente indica la diferencia (o distancia) en las capacidades requeridas para producir dos productos. Un ejemplo claro fue el desarrollo de Vaca Muerta, donde muchas empresas metalmecánicas pudieron desarrollar insumos para el nuevo sistema de producción de shale gas. Otro ejemplo son las empresas textiles que rápidamente se adaptaron para producir barbijos.
El elemento fundamental para lograr un crecimiento equilibrado o inclusivo es la productividad. Si en la Argentina lográramos que más personas se incorporaran al mercado de trabajo y que realizaran tareas productivas, no sólo aumentaría la producción, sino el ingreso y concomitantemente la posibilidad de ahorrar. Para aumentar la productividad es necesario reducir miles de fricciones: desde el costo y tiempo de transporte de personas y bienes hasta el acceso a electricidad, saludo o educación. La falta de acceso a todo tipo de redes de servicios reduce drásticamente la posibilidad de aumentar la productividad.
Como la productividad es el resultado del esfuerzo de las personas, la organización de la empresa y las políticas públicas, el esfuerzo debería ser conjunto. En nuestro caso, sería bastante fácil modificar gran cantidad de las políticas públicas que reducen la productividad. La lista es larga, pero cada lector seguramente sabe qué temas burocráticos o regulatorios le cuestan tiempo y dinero innecesariamente.
Tanto a nivel teórico como empírico se demostró que la complementariedad entre países brinda beneficios a todos. El sector agropecuario tiene garantizada la demanda, aunque nunca los precios. Nuestra industria y tecnología puede beneficiarse de adaptar y adoptar tecnologías innovadoras aumentando sus actuales exportaciones.
Concentrarse en mejorar exportaciones tiene un beneficio adicional: indica a empresas y gobierno las prioridades de mejoras en procesos, regulaciones, infraestructura y condiciones de mercado de crédito y macroeconomía en general. Establecer prioridades es vital ya que todo al mismo tiempo no se puede. Todo tiene pros y contras. Afortunadamente tener como objetivo las exportaciones nos facilitaría la toma de decisiones..