Meditaciones en torno al progreso

Presidente del Consejo Académico en 

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

El Economista – Seguramente los lectores habrán visto y oído en diversas oportunidades tantos casos en los que algunos se quejan amargamente de las modificaciones que estiman estéticas para mal en vista de cambios más o menos abruptos en las ciudades con departamentos en torre que sustituyen elegantes casonas, de congestiones de tránsito, de la sustitución de flores y árboles por cemento y así sucesivamente.

En vista de esto muchas veces se concluye que esos son los daños del progreso y que los tiempos de antes eran siempre mejores en cuanto al diseño de las urbes. Pero es del caso meditar cuidadosamente sobre estos asuntos y preguntarnos si tenemos derecho a bloquear la posibilidad de otros a mejorar sus condiciones de vida lo cual se traduce en lo dicho. No es justo el imponer en abstracto descripciones idílicas de las ciudades que algunos añoran.

En realidad es pertinente seguir el adagio anglosajón de “put your money where your mouth is” que en una traducción algo extensa para captar todo el significado del dictum se refiere a la conveniencia de usar los propios recursos para hacer lo que se dice que hay que hacer y no simplemente declamar con la pretensión de que le arranquen recursos a terceros para hacer lo que a uno le gusta. En otros términos, el consejo estriba en que para ser coherentes procedamos tal como decimos hay que proceder. En otras palabras, a usted señora o señor le interesa preservar tal o cual activo, actúe en consecuencia y no se limite a declamar.

Entonces, en esta misma línea argumental si pensamos que debieran mantenerse ciertas casas en lugar de construir departamentos y equivalentes compremos el activo para mantenerlo como nos gusta. De lo contrario insistimos se sustituye la primera persona del singular por la tercera del plural con la atrabiliaria idea que otros deben hacer lo que nos gusta por la fuerza. En este mismo plano, cuando se dice que el aparato estatal debe hacer tal o cual cosa relacionado con el tema que planteamos, inexorablemente quiere decir que se sustrae el fruto del trabajo ajeno para mantener o construir lo que otros desean.

En este contexto viene otro asunto más delicado y son los decretos para asignar lugares históricos. Soy conciente de lo controvertido del tema pero en rigor de verdad debiéramos siquiera considerar la injusticia por la que el más pobre de la comarca financie esos emprendimientos si es que nos damos cuenta que los gobiernos nada tienen que previamente no lo hayan detraído de los bolsillos ajenos y son los más desprotegidos y vulnerables los que pagan con más dolor estas actividades ya que al contraerse las tasas de capitalización debido a los contribuyentes de jure, se ven reducidos los salarios e ingresos en términos reales de los más pobres. En cualquier caso, no es de la misma naturaleza la manutención del Cabildo que la de una casa particular que para sostenerla debería recurrirse a donaciones de los interesados.

De todos modos, este último tema de los lugares históricos es uno que se ubica completamente en el margen de nuestro análisis. El eje central de esta nota periodística alude a los comentarios con los que abrimos este texto. Estimamos que las quejas sobre el progreso no están para nada justificadas pues en lo que dejamos consignado se trata de la mejora de grandes poblaciones en la medida en que se opere en una sociedad libre. Desde luego que si se trata de regímenes estatistas el resultado es diametralmente distinto ya que los sucesos no son de acuerdo a las preferencias de la gente sino de las preferencias de los megalómanos de turno.

Por último vuelvo a recordar que el problema no es de sobrepoblación. El economista Thomas Sowell en los años 70 produjo un estudio en el que mostraba que toda la población del planeta podría ubicarse en el estado de Texas en Estados Unidos con un espacio de 640 metros cuadrados por familia tipo de cuatro personas y que Calcuta tenía la misma densidad poblacional que Manhattan y que Somalía la misma que Estados Unidos. No es entonces la cantidad de gente en el globo terráqueo sino de marcos institucionales civilizados, por lo que en unos lugares se habla de hacinamiento y en otros de confort.

En resumen, es cierto que pueden extrañarse aspectos estéticos y de mayor tranquilidad pero estos recuerdos no pueden resultar en la obstrucción del progreso de otros que serían comandados por algunos que desde sus poltronas imponen condiciones de vida de menor calidad para sus semejantes. Como queda dicho, si quieren llevar a cabo sus sueños deberían tener muy presente el adagio anglosajón que transcribimos.

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