EDITORIAL DE LA NACION – La pandemia afectó gran parte de nuestro planeta, pero tanto desde el punto de vista sanitario como económico no lo hizo por igual. La Argentina está entre los países cuyas economías fueron las más damnificadas y también entre aquellos con más magros resultados en el control de contagios y muertes.
Influyeron en esto el criticable manejo de la pandemia y la deficiente política económica. Esta última se agregó a una débil situación de partida, que arrastraba un desequilibrio fiscal y una caída de la confianza. El riesgo país se encontraba en niveles elevados a partir de las elecciones primarias de agosto de 2019, cuando el triunfo de la coalición kirchnerista produjo un desplome de la confianza y la reversión de los indicios previos de reactivación. Todas estas circunstancias contribuyeron a una muy fuerte declinación económica, un desmesurado déficit fiscal peligrosamente financiado con emisión y una aceleración de la inflación.
Recientemente, Bill Gates vaticinó una nueva y próxima pandemia. Más allá de que ocurra, si el Gobierno continúa sin programa y pateando hacia adelante la solución a los problemas, la economía impondrá su límite. La Argentina volverá a estar entre el grupo de países más golpeados.
Para poner en números la gravedad de la caída, el PBI argentino se redujo un 10,5% en 2020, mientras que el de Brasil cayó un 4,1%; el de Chile, un 6%, y el de Uruguay, un 6,1%. Lamentablemente, esta mayor debilidad de nuestra economía frente a la pandemia expone y corrobora fallas estructurales que no son nuevas y que tienen que ver con ideologías arraigadas en la política dominante. Un informe de la Fundación Libertad y Progreso señala que la Argentina ha sido en la región el país con la mayor cantidad de caídas anuales del PBI superiores al 4% en los últimos 60 años, al totalizar nueve. La siguen, muy lejos, Perú y Chile, con cinco. Paraguay no tuvo ninguna baja que haya alcanzado el 4% anual y en 2020 lo hizo en apenas el 1%, y ya lo ha recuperado en lo que va de 2021. Por su vecindad, el caso de la estabilidad económica de Paraguay contrasta con la realidad de la provincia de Formosa. La evolución y el progreso económico no dependen de la geografía ni de los recursos naturales o el clima, sino de la confianza creada por las instituciones y las políticas aplicadas. Paraguay disfruta de una moneda sana (la inflación no superó el 3% anual en los últimos dos años), apoyada en una razonable disciplina fiscal y monetaria. Su tasa de inversión es más alta, y su economía ha mostrado un constante crecimiento. Similares diferencias explican las mejores performances de las otras economías de la región.
La Argentina ha sido en la región el país con la mayor cantidad de caídas anuales del PBI superiores al 4% en los últimos 60 años
Si la Argentina puede mostrar indicadores socioeconómicos todavía comparables con el resto de la región es porque, hasta casi 80 años atrás, había tomado una notable ventaja debido a su notable crecimiento en las nueve décadas que siguieron a la Constitución de 1853. Se logró un marco en donde los individuos y las empresas podían desarrollarse libremente con un Estado limitado, respeto a la propiedad y una economía abierta y desregulada. A partir de los años 40, el populismo y las ideas socializantes adquirieron dimensión predominante en la cultura. Las instituciones comenzaron a deteriorarse junto con los equilibrios macroeconómicos y se perdieron la estabilidad política y la económica. Así, la Argentina pasó de ser aspirante a potencia mundial y foco de atracción de inmigración a ser el único ejemplo de cómo un país supuestamente rico continúa empobreciéndose aceleradamente.
En economía no hay recetas mágicas. Si se quiere retomar la senda del crecimiento y no continuar perdiendo posiciones relativas, como sucedió frente a Canadá y Australia en la segunda mitad del siglo XX, deben llevarse adelante las reformas estructurales ocasionalmente intentadas y tantas veces rechazadas. Entre ellas, la reducción del Estado burocrático; la reforma laboral; la modificación de la coparticipación federal bajo el principio de que quien gasta recauda; la reforma previsional; la apertura comercial externa; el equilibrio fiscal con reducción de la carga impositiva; la disciplina monetaria; la desregulación; el fortalecimiento del derecho de propiedad; una Justicia independiente, honesta y eficiente; una educación de calidad y sin relato que iguale oportunidades; la eficaz protección de la seguridad de las personas, y un sistema de defensa altamente tecnificado y profesionalizado. Si nada de esto se hace y se continúa con las mismas recetas y políticas, no podrán obtenerse resultados diferentes. Viviremos de crisis en crisis y cualquier shock externo o interno, como el de la pandemia, nos golpeará más fuerte al punto de dejarnos sin herramientas para amortiguarlo.