VISIÓN LIBERAL – En 2011, una Cristina Kirchner presidente pidió en las sesiones ordinarias del Congreso a su militancia que “no se hagan los rulos”, coqueteando con la idea de si sería o no candidata a las elecciones de octubre. Fue también el año que ganó con el 54% de los votos en un país que no terminaba de fabricar su propia destrucción. 2011 fue el año en el que se consolidó el populismo pero también, quizás justamente por eso, en el que más se trabajó por liberarla de él.
Ese fue el sueño que convocó a Manuel Solanet, Agustín Etchebarne y Aldo Abram cuando sellaron el acta fundacional de Libertad y Progreso.
Como los tres “anti mosqueteros” (no solo no trabajaban para ningún rey sino que querían despegarse lo más posible del Estado) se unieron para formar un centro de investigación en políticas públicas. O sea, querían meter las narices adonde nadie quiere que se metan. Husmear en las medidas oficiales que vacían las arcas del estado y que horadan la libertad del individuo. Discutir de economía, de salud, de educación, de medio ambiente, de seguridad, de institucionalidad hasta que las velas no ardan. Criticar, promover, debatir, difundir… acciones propias de una sociedad libre que cada vez tenían menos lugar en un país más acostumbrado a aplaudir que a pensar, a seguir a otros antes que a construir caminos propios.
Como es cierto que nadie puede sacar a nadie de dónde nadie quiere salir, la tarea fue (y es) titánica. Ser la contracorriente siempre implica dar pasos más cortos –hay que arrastrar lo propio y lo que viene en contra- y a veces, permitirse sentir el hastío de no poder corregir un rumbo que se comprueba, día a día, errado.
Des-aprender lleva muchísimo más tiempo y es más complicado que adoctrinar. Disolver los grilletes del populismo en las ácidas aguas del conocimiento es un desafío intelectual y material desgastante. Y luego, en la fragua de los pensadores liberales y de las experiencias de otros países, consolidar un paradigma nuevo, que de lugar a la libertad como primera condición para llevarlo a cabo.
Así, Libertad y Progreso se encontró con un país donde los valores que ellos propugnaban eran considerados, masivamente, pecados. Una sociedad que repetía como un mantra, como un rosario despojado de significados que:
La meritocracia era discriminadora.
La libertad de mercado aumenta la pobreza.
Educación gratis, medicamentos gratis, vacaciones gratis son derechos indiscutibles para todos.
Que el Estado es un papá bonachón y generoso dispuestos a dar a su pobre pueblo lo que este necesite.
Que la ayuda social es un derecho.
Había que destejer esa maleza. Insistir con que la meritocracia es evolución, es superación, es crecimiento. Que los países con menos pobreza son los que más abrazan el libre mercado y está empíricamente demostrado. Que nada es gratis (ni la educación, ni la salud, ni las vacaciones) sino que se disimula quien lo paga o se obliga a quien se esquilma. Que el Estado es la máquina de acumular poder para pocos y miseria para muchos, que es generoso con el dinero ajeno porque no tiene, ni genera ni ahorra recursos propios. Que la ayuda social es un derecho cuando se ubica a la persona en primer lugar y no un instrumento político, útil para pocos.
Maratónica tarea. En la década perdida de la Argentina, Libertad y Progreso no dejó de ser ni un solo día el faro que alumbró otra salida. En su libro Reformas estructurales para crecer en libertad exponen con precisión de cirujano cómo puede lograr la Argentina iniciar un camino de recuperación que permitiría crear en cuatro años 3,2 millones de empleos privados. Sin planes sociales, economías informales ni empleados públicos, la cada vez más numerosa consecuencia de las políticas populistas.
Hoy, la familia “Libertad y Progreso” se expandió multiplicando su mensaje a través de las redes sociales, diarios, televisión y radio de difusión masiva, videos, charlas, seminarios, concursos y todos los formatos posibles de la comunicación. La “usina” de ideas no se detiene: lanzan índices que miden las distintas variables de la economía, proponen un sistema educativo revolucionario, debaten -a veces exasperadamente- con repetidores de ideas enquistadas que no tienen sustrato científico ni razonables.
Donde hay un proyecto a favor de la libertad, están ellos. Y todo vale.
Liberalismo para “dummies”, no solo para académicos (que también los hay). Los videos educativos de Libertad y Progreso son un clásico para entender los valores del liberalismo.
Así, por ejemplo, en el video de las abejas trabajadoras se puede comprobar exactamente el flaco favor que le hacen los sindicatos cuando meten las narices en las estructuras de trabajo.
O la “ruleta laboral” que explica en menos de tres minutos, cómo el destino de los trabajadores se juega en una tómbola donde el único que queda afuera es él.
El equipo creativo de Libertad y Progreso no se detuvo un sólo día en estos días años. Hoy estrena logo nuevo y cambia la marca, como un impulso creativa que indica que no está dispuesta a abandonar ni un minuto la tarea para la que fue formada.
“La idea de renovar nuestro logo vino de una necesidad que tenemos como organización de adaptarnos a las nuevas tendencias para lograr amplificar nuestro mensaje. Constantemente nos planteamos como equipo de qué manera sorprender, captar la atención de las personas aunque sea por un instante, algo tan difícil en esta época de exceso de información, para lograr un momento de reflexión profunda”, dice Esteban Siracusa, responsable de Comunicación y Redes Sociales de LyP.
Agrega: “Tenemos un objetivo comunicacional muy ambicioso: llegar a la mayor cantidad de gente posible para transformar los ideales que imperan en el país. En este sentido, a veces no respetamos las reglas del marketing de segmentar un público objetivo, ya que no apuntamos a llegar sólo a un segmento limitado de la población, todo lo contrario, queremos que nuestras ideas lleguen a todos por igual: argentinos y extranjeros, mujeres y hombres, jóvenes y adultos, académicos, empresarios, funcionarios públicos y personas de a pie, nadie debe ser dejado afuera si pretendemos cambiar aspectos nucleares de nuestra conciencia colectiva”.
Muchos liberales pueden no sentirse identificados con el color rojo, que es parte de la identidad de la fundación desde sus inicios. El rojo simboliza el poder, la acción, la vitalidad, la ambición y la pasión; confianza en sí mismo, coraje, valentía y optimismo. Éxito, triunfo, guerra, sangre, fuerza, pasar a la acción y alcanzar sus metas. Eso es todo lo que queremos y necesitamos para tener el empuje necesario para dar la batalla cultural y hacer penetrar nuestras ideas en el debate público. Que muchos asocien el color rojo a otras corrientes ideológicas lo vemos como una ventaja y no como una contradicción, es justamente nuestra intención no ser catalogados de antemano en una prosuposición ideológica estática.
Candelaria Elizalde, coordinadora general de la entidad, se refiere a la innovación de su marca interpretándola como un avance dinámico e innovador:
“Nuestro desafío es poder estar vigentes, adaptarnos sin perder nuestra esencia. Esta idea está plasmada en distintos niveles que van desde el cambio de logo, al trabajo que realizamos en redes sociales y la forma en que decidimos comunicar nuestras ideas. Todavía queda un largo trecho por recorrer pero estamos convencidos que vale la pena.”
Hoy, celebrando los diez primeros años, Libertad y Progreso recibe el reconocimiento de sus pares y también de aquellos que, aunque no compartan sus ideas, celebran la posibilidad de debatirlas
Las instituciones liberales son parte de la Argentina que quiere ser. La que en medio de esta guerra sin cuartel contra el populismo y los líderes mesiánicos avanzan implacablemente con la filosa espada de la palabra para defender la libertad.