Por Edgardo Zabotsky – PERFIL – Es claro que, en educación, los costos de largo plazo de la política seguida por nuestro gobierno frente a la pandemia serán inmensos, la deserción y el efecto de la falta de presencialidad durante casi dos años dejarán una huella perdurable. Frente a semejante tragedia es fácil perder de vista los costos de corto plazo de dicha política, los cuales probablemente no están siendo tomados en cuenta. Esta nota centra su interés en uno de los más extremos: los suicidios de los adolescentes.
Hace pocos días atrás, el pasado 10 de junio, la World Health Organization (WHO), publicó un artículo de Takeshi Kasai, Director Regional de WHO para el Pacífico Occidental y Karin Hulshof, Directora Regional de UNICEF para Asia Oriental y el Pacífico, titulado “La reapertura de las escuelas no puede esperar”.
En el mismo los autores señalan que, más allá que la asistencia a la escuela es fundamental para la educación de los niños y jóvenes, y para sus perspectivas de vida futura, es necesario tomar en cuenta también un factor que se está pasando por alto, el efecto sobre su salud mental. En sus propias palabras: “La evidencia muestra aumentos en la ansiedad, la depresión y las autolesiones entre los niños en edad escolar desde el inicio de la pandemia. Los niños que no están en el aula también experimentan un aumento de la soledad, dificultad para concentrarse y altos niveles de ansiedad por el aprendizaje. Estos problemas solo empeorarán cuanto más tiempo permanezcan cerradas las escuelas”.
A los fines de ilustrarlo veamos evidencia reportada por una nota que el Wall Street Jornal publicó el mismo día, titulada “El efecto de la pandemia sobre la salud mental de los adolescentes.” La misma subraya que si bien es dificultoso identificar disminuciones sutiles en la salud mental, los intentos de suicidios y las visitas a los departamentos de emergencias, cuantifican los casos extremos, por lo cual la tendencia es clara.
A modo de ejemplo, a fines de mayo, el Colorado Children’s Hospital declaró un estado de emergencia debido a las demandas de servicios de salud mental pediátrica, por un incremento en las visitas al departamento de emergencias de salud mental del 90% en 2021 en comparación con 2019. Los niños que se recuperaban de intentos de suicidio fueron colocados en camas quirúrgicas por falta de espacio
Por cierto, California es un caso interesante pues, dada la oposición del poderoso sindicato docente, tiene la tasa más baja de retorno a la educación presencial de los 50 Estados de EEUU. En el Área de la Bahía, los estudiantes de escuelas públicas secundarias han asistido presencialmente a las escuelas poco o nada desde el inicio de la pandemia.
El resultado es alarmante, trasladándolo a nuestra realidad: “Los datos del Children’s Hospital de Oakland muestran un incremento del 66% en los niños de 10 a 17 años ingresados en su departamento de emergencias, entre marzo y octubre de 2020, por ideas o intentos de suicidio”. Similarmente, “el 21% de los adolescentes tratados en el departamento de emergencias del Hospital de Niños de San Francisco en enero de 2021 expresaron ideas suicidas activas o recientes, frente al 14% en enero de 2020. Estos datos reflejan la mayor proporción de adolescentes suicidas jamás registrada en la historia del hospital”.
En síntesis, como señala un reciente estudio del Center for Disease Control and Prevention de EEUU: “Los intentos de suicidio aumentaron entre los jóvenes de 12 a 17 años, especialmente entre las adolescentes, durante la pandemia y empeoraron en función del largo del período de distanciamiento social y confinamiento ordenado por el gobierno”. Como muestra alcanza un botón, entre las adolescentes, en el período febrero-marzo 2021, los departamentos de emergencias han reportado un incremento del 51% en los intentos de suicidio respecto al mismo período del año anterior.
Retornemos a nuestro país, se ha vuelto un hábito al fin de cada día conocer el nuevo reporte de contagios y muertes producto del COVID, esperando con ansiedad naturalmente su disminución. Es hora de que tomemos en cuenta también los costos ocultos de las medidas llevadas a cabo con dicho fin.
La salud mental de los adolescentes es uno de ellos. ¿Los “expertos” lo tomarán en cuenta? Pero, como en aquella gran película de María Luisa Bemberg, de eso no se habla.