El supuesto peronismo del presidente Biden

Alberto Benegas Lynch (h) LA NACIÓNSi además de los problemas graves que tenemos los argentinos agregamos ingredientes pastosos, la confusión naturalmente se acentúa. Una cosa es adherir a recetas keynesianas –que ya de por sí crean suficientes problemas– y otra es alardear de dictador en las formas abiertamente fascistas.

Afortunadamente Biden puso en su sitio a las autocracias rusa y venezolana de modo contundente, muy a contramano del peronismo local, y contrarresta la xenofobia de su antecesor, quien además terminó su mandato con el bochornoso episodio de pretender el desconocimiento de las mismas reglas con las que había participado en el proceso electoral. Resultado que fue reconocido por su propio vicepresidente, por los 50 estados y por 61 instancias judiciales federales y locales (incluyendo 8 jueces designados por el propio Trump). También Biden anuncia el retiro de las tropas de Afganistán luego de 20 años para encontrarse básicamente en la misma situación inicial, lo cual recuerda los fiascos de Corea, Vietnam, Irak, Bosnia, Kosovo y Somalia, para no decir nada de las intervenciones militares en América Central.

Donald Trump elevó sideralmente el gasto, el déficit y la deuda pública, lo cual promete aumentar aún más Biden, que acentúa el declive que viene ocurriendo en ese país de una extraordinaria tradición de respeto recíproco mientras se suscribieron los valores y principios de la sociedad libre entronizados por los Padres Fundadores de esa nación.

En todo caso, Keynes y Mussolini aconsejan formas y fondos diferentes. El primero irrumpe nuevamente en el escenario estadounidense, mientras que el segundo lo hace en ámbitos argentinos desde el golpe militar del 43 hasta nuestros días con una u otra modalidad.

Es del caso repasar puntos centrales de John Maynard Keynes, refutado una y otra vez, entre otros, por los premios Nobel en Economía Milton Friedman, James M. Buchanan, Gary Becker, Vernon L. Smith. George Stigler y Fredrich Hayek. En el prólogo de Keynes a la edición alemana de Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, en 1936, en plena época nazi escribió: “La teoría de la producción global que es la meta del presente libro puede aplicarse mucho más fácilmente a las condiciones de un Estado totalitario que a la producción y distribución de un determinado volumen de bienes obtenido en condiciones de libre concurrencia y de un grado apreciable de laissez-faire”. A confesión de parte, relevo de prueba.

En ese libro propugna “la eutanasia del rentista y, por consiguiente, la eutanasia del poder de opresión acumulativo de los capitalistas para explotar el valor de la escasez del capital.” Asimismo, respecto de las barreras aduaneras, proclama “el elemento de verdad científica de la doctrina mercantilista” (como se sabe, cerrada al comercio) y, en momentos de consumo de capital, aconseja el deterioro de los salarios a través de la inflación manteniendo los niveles nominales para que los destinatarios crean que mantienen sus ingresos: “La solución se encontrará normalmente alterando el patrón monetario o el sistema monetario de forma que se eleve la cantidad de dinero”.

Es verdaderamente curioso, pero uno de los mitos más llamativos de nuestra época consiste en que el keynesianismo salvó al capitalismo del derrumbe en los años 30, cuando fue exactamente lo contrario: debido a esas políticas surgió la crisis y debido a la insistencia en continuar con esas recetas la crisis se prolongó. El derrumbe se gestó como consecuencia del desorden monetario al abandonar de facto el patrón oro que imponía disciplina (“la vetusta reliquia”, según Keynes). Eso ocurrió en los Acuerdos de Génova y Bruselas de los años 20, que establecieron un sistema en el que permitieron dar rienda suelta a la emisión de dólares.

De este modo, Estados Unidos incursionó en una política de expansión (y contracción) errática, lo que provocó el boom de los años 20 con el consiguiente crack del 29, a lo cual siguió el resto del mundo que en ese entonces tenía como moneda de reserva el dólar y, por ende, expandía sus monedas locales contra el aumento de la divisa estadounidense.

Tal como lo explican Anna Schwartz, Benjamin Anderson, Lionel Robbins, Murray Rothbard, Jim Powell y tantos otros pensadores, Roosevelt, al contrario de lo prometido en su campaña para desalojar a Hoover, y al mejor estilo keynesiano, optó por acentuar la política monetaria irresponsable y el gasto estatal desmedido, a lo que agregó su intento –afortunadamente fallido– de domesticar a la Corte Suprema, y legislación que finalmente creó entidades absurdamente regulatorias de la industria, el comercio y la banca que intensificaron los quebrantos y la fijación de salarios, que, en plena debacle, condujo a catorce millones de desempleados que luego fueron en algo disimulados por la guerra y finalmente resueltos cuando Truman eliminó los controles. En el capítulo 22 de la referida obra, Keynes resume su idea al escribir: “En conclusión, afirmo que el deber de ordenar el volumen actual de inversión no puede dejarse con garantías en manos de los particulares”.

Por su parte, el estilo fascista es distinto; su eje central consiste en la copia argentina de la Carta de Lavoro de Mussolini en cuanto a organizaciones sindicales autoritarias. El léxico de Perón está en línea con los dictadores de la región: “Si la Unión Soviética hubiera estado en condiciones de apoyarnos en 1955, podría haberme convertido en el primer Fidel Castro del continente”. En correspondencia con su lugarteniente John William Cooke: “Los que tomen una casa de oligarcas y detengan o ejecuten a los dueños se quedarán con ella. Los que tomen una estancia en las mismas condiciones se quedarán con todo, lo mismo que los que ocupen establecimientos de los gorilas y enemigos del pueblo. Los suboficiales que maten a sus jefes y oficiales y se hagan cargo de las unidades tomarán el mando de ellas y serán los jefes del futuro. Esto mismo regirá para los simples soldados que realicen una acción militar”.

También los conocidos “Al enemigo, ni justicia”, “Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores” y su correspondencia laudatoria a Mao. Algunos aplaudidores y distraídos han afirmado que “el tercer Perón” era distinto, sin considerar la alarmante corrupción de su gobierno realizada principalmente a través de su ministro de economía José Ber Gelbard, quien además provocó un grave proceso inflacionario (que denominaba “la inflación cero”) y volvió a los precios máximos de los primeros dos gobiernos peronistas (donde al final no había ni pan blanco en el mercado), el ascenso de cabo a comisario general a su otro ministro (cartera curiosamente denominada de “bienestar social”) para, desde allí, establecer la organización criminal de la Triple A. En ese contexto Perón, después de alentar a los terroristas en sus matanzas y felicitarlos por sus asesinatos, se percató de que esos movimientos apuntaban a copar su espacio de poder, debido a lo cual optó por combatirlos.

En resumen, es del caso marcar diferencias de comportamiento y enfoque entre las políticas de Biden y el peronismo autóctono, por más que podamos discrepar con ambas posiciones, pero no es conducente confundir pato con gallareta pues no ayuda al análisis de dos andamiajes conceptuales que se deslizan por andariveles distintos.

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