Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.
INFOBAE – Las vacaciones de invierno terminaron y el regreso a clases en la Ciudad de Buenos Aires trae una importante novedad: el pasado 19 de julio el Gobierno anunció el regreso a la presencialidad total en las escuelas.
La misma se llevará a cabo con un esquema escalonado, mediante el cual 700 mil alumnos volverán gradualmente hacia su régimen habitual pre-pandemia. La asistencia, volverá a ser obligatoria, con la excepción de aquellos estudiantes que presenten factores de riesgo o que convivan con personas de riesgo. Si bien se mantendrá el uso del barbijo y la necesidad de la ventilación cruzada en las aulas, la distancia entre alumnos necesariamente será menor.El miedo, aún si el mismo es irracional, ha sido generado por una inadecuada estrategia comunicacional del gobierno nacional
Es claro que la vuelta a la presencialidad es la mejor noticia que puede recibir la comunidad educativa. El costo de estos casi dos años de virtualidad, de sobremanera para los niños más pequeños, será inmenso. Un costo cuya magnitud recién se percibirá en los años por venir, y del cual se pierde noción frente a las estadísticas cotidianas de contagios y muertes, pero la obligatoriedad, en el contexto que aún estamos viviendo, dista de ser una decisión adecuada.
Frente al Covid cada familia es diferente y deben ser respetadas dichas diferencias, sino preguntémosles a padres de familias si desean que sus niños retornen a las aulas o que continúen educándose en forma virtual. Sin duda, el temor al contagio, probablemente irracional en muchos casos, es un factor relevante en las opiniones de algunos padres y debe ser respetado.La vuelta a la presencialidad es la mejor noticia que puede recibir la comunidad educativa. El costo de estos casi dos años de virtualidad, de sobremanera para los niños más pequeños, será inmenso
A modo de ilustración recordemos la carta abierta dirigida a los padres que publicó un año atrás Betsy DeVos, por entonces secretaria de Educación de los Estados Unidos, en la cual señalaba: “Creemos que las familias necesitan más opciones que nunca para encontrar que es lo más adecuado para sus hijos. Si desean o necesitan enviar a su hijo a la escuela, los apoyamos. Aportaremos financiamiento de emergencia para que las escuelas reabran de manera segura y ofrezcan instrucción en persona. Si el aprendizaje virtual es lo mejor para su familia, los apoyamos. Hemos reservado importantes fondos para mejoras en la educación a distancia… Al final del día, queremos que todos los padres tengan la posibilidad de tomar la mejor decisión para sus hijos. Cada uno de ustedes necesita ser capaz de elegir lo que es mejor para sus propias familias, porque conocen a sus hijos y sus circunstancias mejor que nadie”.
Retornemos a nuestra realidad. El regreso a la presencialidad plena beneficiará, sin duda alguna, a miles de niños y jóvenes, pero se deben respetar las diferencias. El miedo, aún si el mismo es irracional, ha sido generado por una inadecuada estrategia comunicacional del gobierno nacional desde el inicio de la pandemia. Muchos padres tienen mucho miedo y debe ser tomado en cuenta.
Frente al Covid cada familia es diferente. Yo me pregunto por qué un padre de un niño de, por ejemplo, diez años que elige naturalmente el médico de su hijo, los alimentos que consume, las horas que descansa, los deportes que practica, la ropa que utiliza, las películas que ve, el uso que le da a la Internet, y todo lo que el lector se pueda imaginar, no está calificado también para tomar la decisión, mientras dure la emergencia sanitaria, si desea exponer a su hijo al mínimo riesgo que representa el concurrir a un establecimiento educativo, en lugar que dicha decisión sea tomada por las autoridades. La respuesta me parece obvia.