ÁMBITO FINANCIERO – En las últimas semanas se impuso una gran polémica sobre quién había endeudado más al Estado argentino, cuando no es la cuestión relevante a discutir. El problema no es la deuda, sino cómo se genera. Si en mi casa empiezo a acumular pasivos excesivos, todo el mundo deducirá inmediatamente que estoy gastando más de lo que me ingresa. Pues, las finanzas del Estado no son distintas a las de una familia. Si miramos la historia argentina, con muy pocos años de excepción, los gobiernos gastaron más de lo que podían pagar con impuestos de los ciudadanos que hoy, por lo elevado de los tributos, ya entran en la categoría de súbditos.
Obviamente, la deuda se va acumulando durante distintas gestiones que gastan en exceso, hasta que llega una que no puede refinanciarla más y le toca declarar la cesación de pagos, de las que ya llevamos 9. Seguramente la administración que deje de pagar los vencimientos de dicho pasivo será culpable por la parte de él que haya gestado; pero las anteriores también son responsables por la que ellos generaron más los intereses que estos devengan.
Argentina: la paradoja de ser acreedor neto del mundo y vivir preocupados por la deuda
Cuando vemos las estadísticas, el máximo que tocó el gasto público del Estado Nacional en los ´80 fue de casi 18% de la producción total de los argentinos (PBI) y -como no había crédito, porque estábamos en cesación de pagos- el exceso de gasto se financió con transferencias del BCRA. Este bastardeo de la moneda terminó con dos hiperinflaciones, que significaron el repudio del peso por la gente a fines de la década. A principio de los ´90, el Estado entró en convocatoria de acreedores con sus prestamistas privados (Plan Brady), con los proveedores a los que no les pagaba (entregándoles títulos Bocones), con los jubilados que no cobraban lo que correspondía (dándoles Bocones Previsionales) y con los tenedores de moneda local, otorgándoles como garantía las reservas del BCRA con la “Ley de Convertibilidad”. Durante dicha década el máximo que se alcanzó fue de alrededor del 20%. Como el BCRA tenía prohibido darle recursos al gobierno y había gran disponibilidad de crédito, los excesos de gasto del Estado se financiaron con deuda; lo que terminó en la cesación de pagos de fines de 2001.
En un contexto de fuerte recuperación económica, posterior a la crisis 1999-2002, y de un escenario internacional excepcionalmente favorable, el kirchnerismo llevó el gasto público aproximadamente del 26% del PBI cuando dejó el poder a fines de 2015. En los inicios, lo financió principalmente con un enorme incremento de la presión tributaria al sector productivo; pero poco a poco fue apropiándose de las reservas del BCRA y abasteciendo sus necesidades con “la maquinita”, hasta llevarlo al borde de la quiebra. En definitiva, eso es lo que determinó que tuvieran que imponer un “cepo” en 2011, cuando la autoridad monetaria ya era insolvente.
Lamentablemente, la siguiente gestión no encaró inmediatamente una reforma del Estado que permitiera prever que en algún momento lograrían que fuera pagable con un nivel de impuestos razonable. Recién se empezó con algo de austeridad cuando la crisis estaba en puertas, que terminó en un ajuste forzado y desordenado. Hoy, con un nuevo gobierno en el Poder Ejecutivo, otra vez estamos en los máximos de gasto público total sobre la producción de los argentinos.
Lo peor es que no solamente el Estado Nacional aumentó descontroladamente el gasto público, sino que las gestiones provinciales y municipales también siguieron esa trayectoria de excesos. Desde principios de este siglo, el gasto público total pasó de rondar el 25% de la producción total de los argentinos a un 45%, un nivel imposible de pagar para una economía como la nuestra. Dado que hay quienes dicen que los países desarrollados gastan eso o más, veamos este ejemplo en el que usaremos la relación entre lo que produce en promedio un europeo y un argentino. Si a una persona que gana $400.000 le sacamos la mitad de sus ingresos para mantener al Estado, deberá reducir mucho su nivel de vida; pero todavía tendrá un buen pasar. Si a alguien que gana $100.000, le quitamos la mitad, terminará por debajo de la línea de la pobreza; lo cual es inadmisible.
Los países desarrollados llegaron a serlo con Estados austeros y los fueron agrandando en la medida que se enriquecían. Las personas hacen lo mismo, cuando tienen pocos ingresos gastan en lo estrictamente indispensable; pero cuando prosperan empiezan a hacer erogaciones que son más prescindibles. Un país emergente con un Estado grande jamás se desarrollará; pero también es cierto que las naciones ricas se estancan cuando llegan a niveles excesivos de gasto.
Por otro lado, nuestros funcionarios opinan que los impuestos son bajos y los contribuyentes, aún los pequeños, sienten que son altos. Pues, las estadísticas demuestran que los segundos tienen razón. El Banco Mundial tiene un índice de 191 países, en el que Argentina está 21 entre los que más exprimen con gravámenes a sus empresas. En otro índice, donde analizan qué le pasaría a una PyMe, con buenas ganancias respecto a sus ingresos, si pagara todos los impuestos y tasas de cada país, indica que sólo en dos de todas las naciones relevadas daría pérdida y una de ellas es Argentina. Un trabajador en relación de dependencia, que no alcanza a pagar el impuesto a las Ganancias, trabaja cerca de la mitad del mes para el Estado.
Obviamente, para los políticos la discusión sobre la responsabilidad sobre la deuda es mucho más conveniente. Plantear una polémica sobre cómo se gestó implicaría analizar quiénes se dedicaron a gastar cada vez más y a gestar un exceso que no se pudo pagar con impuestos, derivando en la necesidad de endeudarse. Así, quedarían casi todos en el banquillo de los acusados y, además, se verían obligados a sacar una conclusión obvia: La solución es que el Estado gaste lo que le ingresa. Son muy pocos los políticos que se animarían a decirlo, y muchos menos los que se comprometerían a hacerlo. Durante décadas, los argentinos dejamos que ellos construyan un Estado que le sirve a la política y se sirve de los contribuyentes. Si son los principales beneficiarios, ¿por qué querrían reformarlo?
Y aún así, supongamos que nuestros políticos deciden hacer un sacrificio por el país y reconstruir el Estado para que sirva a los argentinos y lo podamos pagar, tendrían que pagar un alto costo enfrentando a todas las otras corporaciones que parasitan ese gasto público: Los empresarios que viven de licitaciones muchas veces amañadas. Los profesionales que viven de las gestiones que obligan a padecer a los argentinos para justificar con un sellito el puesto de un burócrata. Los gremios de empleados estatales, que son los únicos que continuamente ven crecer sus afiliados en detrimento de los puestos productivos del sector privado. Los mismos “trabajadores” estatales que cobran un sueldo que, muchas veces, no tiene una contrapartida en términos de serles útil a sus conciudadanos que se lo pagan.
Ahora sabés por qué es necesario que se haga una reforma profunda del Estado: para que le sirva a los argentinos y lo podamos pagar. Si no, estaremos condenados a la actual decadencia y a ir de crisis en crisis.