Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
LA NACIÓN – Imaginemos las personas nacidas en 1959, cuando comenzó la infame aventura castrista, ahora con 62 años y siempre acosadas por la prepotencia, la miseria y el espanto de una tiranía que desgasta y consume vidas que en la práctica se tornan vegetativas. Para no decir nada de los padecimientos de los paridos antes y después del episodio de la Sierra Maestra. Seres humanos que sufren los embates del marxismo inmisericorde, rodeado por la abulia del poder.
A través del derecho a la resistencia a la opresión, operó un justificado y aplaudido contragolpe a las barrabasadas de Fulgencio Batista, quien había proporcionado reiterados golpes a todo vestigio republicano, pero el remedio resultó infinitamente peor que la enfermedad. A pesar de las tropelías de Batista, como arrastre de períodos anteriores, Cuba era la nación de mayor ingreso per cápita de Latinoamérica, eran sobresalientes en el mundo las industrias del azúcar, refinerías de petróleo, cerveceras, plantas de minerales, destilerías de alcohol, licores de prestigio internacional; tenía televisores, radios y refrigeradores en relación con la población igual que en Estados Unidos, líneas férreas de gran confort y extensión, hospitales, universidades, teatros y periódicos de gran nivel, asociaciones científicas y culturales de renombre, fábricas de acero, alimentos, turbinas, porcelanas y textiles.
Todo antes de que el Che Guevara –mi primo, pues su abuela materna, Ana Lynch, era hermana de mi abuela paterna– se desempeñara como ministro de Industria, período en que el desmantelamiento fue escandaloso. La divisa cubana se cotizaba a la par del dólar antes de que el Che fuera presidente de la banca central. Un asesino serial que masacró a opositores y escribió: “El verdadero revolucionario debe ser una fría máquina de matar”.
Ríos de tinta se han dedicado a denunciar las atrocidades en la isla-cárcel cubana, pero es del caso destacar muy especialmente los muy valiosos textos de Carlos Alberto Montaner, Huber Matos, Hilda Molina y Armando Valladares, que con gran claridad y precisión han documentado una y otra vez lo que viene ocurriendo en ese lugar que se ha convertido en la imagen de un largo episodio tenebroso.
Es inadmisible que alguien con dos dedos de frente sostenga que la educación en Cuba es aceptable puesto que, por definición, un régimen tiránico exige domesticación y solo puede ofrecer lavado de cerebro y adoctrinamiento (y con cuadernos sobre los que hay que escribir con lápiz para que pueda servir a la próxima camada, dada la escasez de papel). Del mismo modo, parecería que aún quedan algunas mentes distraídas que no se han informado de las ruinas y las pocilgas en que se ha transformado el sistema de salud en Cuba y que solo mantiene alguna clínica en la vidriera destinada a los capitostes del régimen y amigos para impresionar a tilingos.
En Cuba se trocó un déspota por una tiranía horrorosa en base a promesas falsas y patrañas de diverso calibre. Recordemos que en la revista cubana Bohemia, el 26 de julio de 1957 se publicó “el Manifiesto de la Sierra”, donde aparecen las declaraciones de Fidel Castro, que prometió restaurar la Constitución de 1940, convocar a elecciones libres, democráticas y multipartidarias en seis meses y total libertad de prensa. También el 13 de enero de 1959 en declaraciones a la prensa local e internacional manifestó Fidel Castro: “Sé que están preocupados de si somos comunistas. Quiero que quede bien claro, no somos comunistas”.
Fidel Castro, luego su hermano y ahora el amanuense del sistema criminal no solo son responsables por la ruina económico-social de Cuba, sino que torturaron y torturan sistemáticamente a opositores. Es que la soberbia de los megalómanos es infinita. Piensan que pueden fabricar “el hombre nuevo”, que sin duda si existiera sería un monstruo. Son unos hipócritas que habitualmente viven en el lujo consecuencia de la expropiación al fruto del trabajo ajeno, y se arrogan la facultad de dictaminar cómo deben vivir los súbditos. La revista Forbes publicó que Fidel Castro figuraba entre los hombres más ricos del planeta.
Bernard-Henri Lévy, en su obra Barbarism with a Human Face, concluye, con conocimiento de causa, puesto que fue marxista en su juventud: “Aplícase marxismo en cualquier país que se quiera y siempre se encontrará un Gulag al final”. Es que la genealogía del totalitarismo repite sus esquemas macabros. En El libro negro de comunismo. Crímenes, terror y represión, compilado por Séphane Courtois, se consignan los asesinatos de cien millones de personas des 1917 a 1997 por los regímenes comunistas de la Unión Soviética, China, Vietnam, Corea del Norte, Camboya, Europa Oriental, África y Cuba, es decir, en promedio, por lo que le quepa a cada uno, a razón de más de un millón de masacrados por año durante 80 años.
Eudocio Ravines, un comunista peruano Premio Mao y Premio Lenin, con misiones varias encargadas desde el Kremlin –especialmente infiltrar la Iglesia Católica española y chilena–, en su primera etapa de desencanto con ese sistema pensaba que el problema radicaba en tal o cual administrador y recién más adelante se percató de que el problema consiste en el comunismo y no en sus circunstanciales jefes. A partir de entonces escribía semanalmente en diarios latinoamericanos y publicó numerosos libros, entre los cuales cabe destacar La gran estafa, que cuenta diez ediciones. El título revela a las claras el contenido de ese sistema que Ravines denomina “la fosa común”, que es “la consecuencia inexorable de sistemas y métodos, de dogmas inhumanos, de condiciones económicas, políticas y sociales que los dirigentes no pueden modificar ni suavizar, ya que ello implicaría su caída”. El libro está dedicado a “todos los que sufrieron el drama de la gran estafa”. En esa obra, el autor relata el suicidio de uno de sus colegas debido a que no resistió tanta hipocresía de los jerarcas de su partido luego de haber entregado su vida a esa causa. Ravines consigna que lloró amargamente frente a ese cadáver no solo por su querido amigo, sino: “Lloré por mí, por mi vida, por mi juventud estéril y quemada en vano, entregada para que se alzaran sobre mi sacrificio un infame grupo de piratas”.
No fueron pocos los que se dejaron seducir por los socialismos de diversa denominación sin advertir el resumen de Marx y Engels en el Manifiesto comunista en cuanto a que “pueden sin duda los comunistas resumir toda su teoría en esta sola expresión: abolición de la propiedad privada”. En torno a esta institución fundamental gira todo el problema, de allí es que resulta tan esencial estarse prevenido con los embates del llamado distribucionismo vía la guillotina horizontal, los controles de precios, la inflación monetaria, las cargas tributarias, las deudas públicas y las regulaciones asfixiantes a las actividades lícitas. Todo esto va minando la asignación de derechos de propiedad en desmedro de todos, pero muy especialmente de los más vulnerables.
Ahora observamos con gran esperanza las marchas y la lucha valiente de cubanos en medio de represiones violentas de la banda de tiranos instalados en el gobierno y a pesar de la repugnante cobardía de quienes les dan la espalda en estos cruciales momentos. Es pertinente repasar las conmovedoras estrofas de “Patria y vida” para constatar el espíritu noble de estos héroes.