A24 – Por Manuel Alvarado Ledesma Consejero académico de la Fundación Libertad y Progreso – Robert Paarlberg, Profesor Emérito de Ciencia Política en Wellesley College, lo ha expresado con claridad contundente: “En muchos países los mercados agrícolas están sujetos a intervenciones gubernamentales. En países menos desarrollados, la población ligada al campo sufre una dura presión impositiva, mientras que en países desarrollados esa misma población es fuertemente subsidiada a expensas del sector no agrícola”.Leé tambiénOla de calor: el respiro para la soja, maíz y girasol llegaría a mediados de enero
La Argentina, como país visiblemente subdesarrollado, es un ejemplo muy claro de ello. La pregunta es ¿por qué sucede tal cosa? Se podrían ensayar varias respuestas, pero a mi entender, las más precisa está en la gobernanza.
No es el poder político el que únicamente ejerce la gobernanza. Hay muchos agentes que lo hacen de una forma u otra. El empresariado, por ejemplo, por obsecuencia o colaboración acentúan los desvíos institucionales derivados de la acción del gobierno, en lugar de efectuar un aporte constructivo. Algo similar sucede con otros agentes como los de la intelectualidad y la dirigencia obrera o universitaria. Son aquellos que olvidan que un bolsillo demasiado lleno termina por romperse y, así, los recursos obtenidos quedan en el piso. Por ser parte del poder tienen un compromiso cívico que no asumen en plenitud. Aunque mordiéndose las uñas, a veces, aceptan sin chistar medidas disparatadas, siempre y cuando no afecten sus intereses.
La gobernanza en la Argentina se caracteriza por la existencia de un poder ejecutivo demasiado fuerte y con capacidad de acción discrecional, el dominio de elites empresariales con baja participación de las bases, una acentuada inseguridad jurídica y en los derechos de propiedad y una alarmante falta de confianza entre los miembros de la sociedad y entre los ciudadanos y las autoridades. Sobre este diagnóstico hay amplia aceptación, sin embargo pocos son los que hacen algo para cambiar el cuadro o, al menos, para atemperar la prepotencia oficial. El establishment no tiene vocación de liderazgo ni visión estratégica y su contribución a la gobernanza está limitada por su afán de lucro sectorial.
Respecto a las fuerzas vivas que componen el eslabón agrícola y el eslabón, que lo asiste y provee de servicios e insumos, el cuadro de compromiso con los intereses de la nación es más positivo. Podría decirse que el campo tiene una visión más estratégica, en general.
Con justa razón, el sector agropecuario ha reaccionado contra la campaña viral que fustiga el uso de agroquímicos y la forma de producción mediante argumentos erróneos, sin base científica alguna.
Qué intereses se esconden detrás de esta campaña de miedo e inseguridad sobre los alimentos y la ecología. El golpe al sector es contra, justamente, uno de los más responsables del mundo en términos de sustentabilidad como lo demuestra la tecnología de siembra directa donde la Argentina es líder global.
Se ha hecho mucho y todavía resta más por realizar. No cabe duda que nuestro país y el mundo en general necesitan un paradigma de desarrollo agrícola que incentive formas de agricultura más duraderas, más ecológicas, más favorables a la biodiversidad. Pero que se haya realizado una campaña de desprestigio, dirigida al campo argentino, sin fundamento es una acción similar a escupir al cielo. La ingratitud es muy cara. Y se paga con el tiempo.
Asentada sobre una base industrial enfocada en la atención de necesidades domésticas e ingreso de divisas por exportaciones, el agro está sometido a controles de precios, medidas proteccionistas y altas tasas de impuestos, que actúan como depresores de la inversión. Con irresponsable orgullo y en actitud demagógica, el oficialismo proclama “el Estado presente”. Justamente es el Estado el que, a través de su política impositiva y de restricciones a la exportación, dificulta la rotación de cultivos y la incorporación de la ganadería en el esquema agrícola.
Como sobresaliente productor, la responsabilidad que tiene la Argentina con el mundo es gigante. La población mundial llegaría a 9 mil millones de personas en 2050. Ello implica que cada año serán necesarios mil millones de toneladas de cereales y 200 millones de toneladas de carne suplementarias para cumplir con la demanda global.
Es curiosa esta acción de desprestigio, justamente cuando el trigo está en plena cosecha. El volumen estimado es realmente destacable. La actual sería la mejor cosecha de trigo de la historia con cerca de 22 millones de toneladas. Esta cifra permitiría exportar 15 millones de toneladas, más del 65% producido. Varios miles de millones de dólares para el sector externo, cuando la escasez de divisas reina la economía.
La ingratitud es moneda corriente en nuestro país.
El autor es economista, profesor de Agronegocios de la UCEMA y y Consejero académico de la Fundación Libertad y ProgresoPor Manuel Alvarado Ledesma