Diana Mondino es Directora de Relaciones Institucionales y profesora de Finanzas en los Master en Dirección de Empresas y Master en Finanzas de la Universidad CEMA. Tiene experiencia en temas económicos y de management.
CRONISTA – De chicos jugábamos a “verdad o consecuencia”. Ante una pregunta de embarazosa respuesta, la mentira tenía consecuencias odiosas. El tema es que al decir la verdad… ¡También! porque justamente, en un caso te castigaban los que descubrían la mentira, y en el otro los afectados por decir la verdad.
Algo así pasa con la inflación en Argentina. Suena más bonito decir que la inflación es multicausal a reconocer que es un fenómeno monetario. En el primer caso la realidad te castiga y en el segundo, es aún peor.
El fenómeno monetario no puede ser discutido expost. Es evidente que el valor de la totalidad de transacciones debe ser igual al dinero que se utilizó. Es lo que indica la conocida fórmula MV=PT: la cantidad de dinero (el dinero existente M multiplicado por la velocidad V a la que se mueve) debe ser igual a las transacciones T multiplicadas por su precio P. Es siempre verdad ex post y a lo sumo la discusión es si tiene valor predictivo.
Sabemos que en Argentina se está emitiendo mucho, que la velocidad a la que se mueve el dinero es cada vez mayor porque la gente no quiere o puede retener precios: teme que suban los precios, porque no hay buenas alternativas (o posibilidad) de ahorro y porque la tecnología facilita muchas transacciones. Por lo tanto el valor total de las transacciones ha de ser también mayor, y como no aumentan las transacciones -el PBI no crece mucho- entonces aumentan los precios. Uno de esos precios es, por supuesto, el del dólar.
Ahora bien, si el Gobierno cree que aumentar la emisión constantemente no es un problema y se aferra a la explicación que es multicausal, entonces sería bueno saber qué causas identifican y cómo se las espera contrarrestar. No he escuchado cuales identifican, pero posiblemente sean el dólar, costo de energía y salarios. Veamos.
Creo que el dólar se mantiene pisado como medida antiinflacionaria. Una devaluación tiene impacto muy rápido en costos y para no perder dinero las empresas pueden intentar trasladar ese mayor costo a precios, siempre y cuando la gente pueda comprar al nuevo precio. De lo contrario perderán ventas. Es decir, una devaluación es recesiva y/o inflacionaria. Una solución sería mejorar el dólar que reciben los exportadores reduciendo las retenciones. Se logra el efecto positivo para el productor sin afectar al consumidor. En alimentos el impacto es ínfimo.
Los precios regulados no pueden subir sin autorización del Gobierno. Esta es no sólo una medida antiinflacionaria sino lógica de protección de los consumidores. La energía eléctrica y gas (y seamos francos, muchos otros precios afectados) tiene un precio que no permite que las empresas puedan crecer o invertir, a veces ni siquiera sobrevivir, sin ayuda de subsidios. Lo que no se paga como tarifa se paga como impuestos que terminan yendo a subsidios con el agravante de que no lo paga quien lo usa sino entre todos. Este fenomenal gasto en subsidios para todos, todas y todes, debería ir desapareciendo rápidamente y acompañado con una reducción de impuestos: que cada uno pague lo suyo en lugar de tantos impuestos que indirectamente terminan en subsidios. No es válido el argumento que al final es la misma cantidad de dinero sino que es mucho más justo que se pague por el uso, y se puede subsidiar a las personas -la demanda- en lugar de a las empresas -la oferta-.
Los salarios se usan también como ancla inflacionaria. Es injusto e incorrecto. En el sector privado deberían usarse como parámetro la productividad y en el público a la larga o a la corta hay que considerar la disponibilidad de fondos.
Las jubilaciones se usan como reducción de gasto y por lo tanto reducción de déficit para tener menor necesidad de emisión e inflación. Cruel. Por mal diseñado que esté el sistema, esa no es una de sus funciones.
Es decir, que las posibles causas de inflación (devaluación, subsidios, salarios, jubilaciones) pueden ser tratadas de otra forma, y he puesto un ejemplo de cada una, sabiendo que hay muchas otras posibilidades. Lo que sí es cierto es que cuando se modifican tarifas o devaluaciones hay riesgo de fuertes efectos recesivos en el sector real de la economía. Es totalmente entendible que no se quiera profundizar una recesión para reducir la inflación.
Para evitar optar entre dos males el camino escogido hasta ahora -financiar un elevado déficit con emisión- sólo profundiza justamente los problemas de recesión e inflación que era lo que se quería evitar o postergar.
Cada lector tendrá su interpretación de las causas por las que el gasto público ha crecido unos 20 puntos del PBI en menos de 20 años, con caídas en la eficiencia del sector público y reduciendo la rentabilidad del sector privado que no puede reinvertir ganancias inexistentes. Pero cualquiera que sea la interpretación no se puede escapar de las consecuencias: tenemos alta inflación generada por emisión para financiar el déficit que resulta de tanto gasto ineficiente e ineficaz.
Es posible que estemos de acuerdo en que reducir el déficit conlleva problemas políticos y temor a problemas sociales. Pero un mal diagnóstico sólo empeora la situación.
Llevamos 15 años consecutivos con inflación de dos dígitos y la tendencia es claramente creciente. Venimos de muchas décadas de inflación, con algún respiro cada tanto. La solución no es resignarse, ni buscar caminos alternativos de indexación, ni evitar el peso, ni echar la culpa al gobierno anterior. La única posibilidad es hacer un claro diagnóstico y atacar las causas, no los efectos.
El temor a hacer reformas que pueden tardar en dar resultados más el cortoplacismo obvio de todo gobierno (en eso estamos igual que el resto del mundo) no debe impedir que se analicen y expliquen los cambios que debemos hacer. Mencioné 3 respecto a devaluación, energía y salarios. Hay muchos más que por supuesto requieren profundización.
Como en el juego cuando éramos niños, si no decimos la verdad debemos atenernos a las consecuencias.