Es pertinente repasar la importancia que Dostoievski le atribuye en su obra Crimen y castigo a la institución de la propiedad privada, lo cual es del todo compatible con los Mandamientos de no robar y no codiciar los bienes ajenos
Panam Post – POR ALBERTO BENEGAS LYNCH (h)
En momentos en que se la emprende contra el interés personal y la especulación a veces en el contexto de fanatismos religiosos, es de interés repasar algunos pasajes de este célebre escritor ruso, especialmente en momentos en que el criminal Putin invade Ucrania.
Todos actuamos en interés personal, en verdad constituye una perogrullada puesto que siempre el acto está en interés del sujeto actuante por ello es que procede de esa manera. Esto va para quien entrega todo su patrimonio a los pobres y también para el asaltante de bancos. En la misma línea argumental, todos los humanos somos especuladores: conjeturamos que estaremos más satisfechos luego de haber realizado el acto respecto a la situación anterior, ya sea el camino honorable o ruin. No hay acción sin intención especulativa.
Tal vez lo más notable de Dostoievski son algunos pasajes de Crimen y castigo, por ejemplo respecto a las cuidadas elaboraciones de uno de sus personajes respecto al interés personal puesto que “Todo el mundo está fundado en el interés personal. Añade la economía política que cuantas más fortunas privadas surjan en una sociedad […] más sólida y felizmente está organizada la sociedad. Así pues, al trabajar únicamente para mi, trabajo para todo el mundo y resulta que en última instancia mi prójimo recibe más.” Estas y otras consideraciones surgen de la influencia que tuvieron sobre el autor dos personas que fueron becadas a Glasgow a la cátedra de Adam Smith por Catalina la Grande (que dicho sea de paso a su regreso a su tierra natal los becados fueron expulsados de la Universidad de Moscú por considerarlos reaccionarios).
Por su parte en el capítulo “El Gran Inquisidor” de Los hermanos Karamasov se relata que en Sevilla sucede uno de aquellos actos criminales que aún hoy dejan estupefacto y boquiabierto a cualquiera que tenga algo de humano, “el cardenal Gran Inquisidor había hecho quemar poco menos de un centenar de herejes ad majorem gloriam Dei” después de lo cual se enfrentó con el mismísimo Cristo a quien le dijo que lo sometería a un proceso inquisitorial y, como resultado del cual, le espetó: “te condenaré y te haré quemar en la hoguera como al más vil de los herejes”. El inquisidor sostuvo enfáticamente que la misión de la Iglesia es “enseñar a los hombres que lo importante no es la libre elección de los corazones y el amor, sino el misterio, al que deben someterse ciegamente, incluso a pesar de su conciencia. Los hombres se han puesto muy contentos al verse conducidos como un rebaño y al darse cuenta de que por fin se les ha retirado de los corazones aquel espantoso don que tantos sufrimientos les había acarreado” ya que los hombres buscan “un ser ante que inclinarse, un ser al que confiar la conciencia y también la manera de que todos se unan, al fin, en un hormiguero indiscutible, común y ordenado”. Y termina afirmando que los “persuadimos de que únicamente serán felices cuando renuncien a su libertad en favor nuestro y se sometan a nosotros”.
Esto que parece tan inaudito y chocante a los oídos de una persona normal es la inclinación de una concepción desviada, truculenta y bochornosa de ideas religiosas trasnochadas pero no por ello poco difundidas. Por un lado, algunos de los representantes de la Iglesia que llevan en el pecho una fuerte inclinación totalitaria, si se les diera suficiente poder volverían a las tropelías con el apoyo entusiasta de aparatos estatales desviados.
En este sentido es pertinente repasar la importancia que Dostoievski le atribuye a la institución de la propiedad privada en la primera de sus obras mencionadas, lo cual es del todo compatible con los Mandamientos de no robar y no codiciar los bienes ajenos. En esa misma dirección deben tenerse en cuenta pasajes bíblicos como en Deuteronomio (viii-18) “acuérdate que Yahveh tu Dios, es quien te da fuerza para que te proveas de riqueza”. En 1 Timoteo (v-8) “si alguno no provee para los que son suyos, y especialmente para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe”. En Mateo (v-3) “bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos” lo cual aclara la Enciclopedia de la Biblia (con la dirección técnica de R. P. Sebastián Bartina y R. P. Alejandro Díaz Macho bajo la supervisión del Arzobispo de Barcelona): “fuerzan a interpretar las bienaventuranzas de los pobres de espíritu, en sentido moral de renuncia y desprendimiento” y que “ la clara fórmula de Mateo -bienaventurados los pobres de espíritu- da a entender que ricos o pobres, lo que han de hacer es despojarse interiormente” (tomo vi, págs. 240/241).
El 30 de junio de 1998 pronuncié la conferencia inaugural en el CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) en Tegucigalpa, invitado por Monseñor Cristian Precht Bañados a instancias de Horst Schönbohm, entonces presidente de la Fundación Adenauer de Argentina (uno de los financiadores del evento). Entre otras cosas, en esa ocasión señalé que resulta especialmente dañino el interpretar la pobreza de espíritu evangélica como una alabanza indiscriminada a la pobreza material. Sostuve que esa consideración errada convertiría la caridad en un procedimiento perjudicial para el destinatario pues lo haría menos pobre y, por otro lado, si esa alabanza al pobrismo se mantiene los miembros de la Iglesia solo deberían ocuparse de los ricos pues los pobres estarían salvados. Este galimatías se acentúa cuando nos percatamos que todos somos pobres o ricos según con quien nos comparemos.