DATA CLAVE – Tras haberle declarado la guerra a la inflación a mediados de marzo, la primera batalla se perdió de manera violenta, el IPC enfurecido aumentó un 6,7% durante el tercer mes del año, y, en lo que va del 2022, se acumuló una inflación de 16,1%. Esto generó la necesidad de un cambio estratégico por parte del gobierno y la decisión fue apuntar los cañones en otra dirección. Hasta hace algunas semanas, los empresarios y las cadenas de supermercados fueron los principales señalados. Sin embargo, ahora el acelerador de la inflación es la guerra entre Rusia y Ucrania.
Como ya es sabido, Ucrania y Rusia son dos de los mayores exportadores mundiales de alimentos, en especial de trigo y maíz. Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en el año 2020 Rusia exportó el 19,5% del trigo a nivel mundial, mientras que Ucrania aportó otro 9,0%. En el caso del maíz, Ucrania aporta el 12,8% en tanto Rusia solo 1,1%. Ante el conflicto bélico, la oferta de materias primas ha caído sustancialmente y en consecuencia el precio ha aumentado. Evidencia de ello es que, durante marzo, el precio internacional del trigo aumentó un 37%, mientras que el del maíz lo hizo un 15%.
El gobierno, ha interpretado que este shock exógeno (el aumento de los commodities) tiene un impacto directo en el índice de precios, ya que los empresarios trasladan el incremento del costo al precio del consumidor final. Este argumento parece razonable e intuitivo. Pero siguiendo con esta misma lógica deberíamos observar un aumento del rubro de alimentos, mientras que el resto de las divisiones que componen el Índice de Precios al Consumidor (IPC) no deberían haber modificado su comportamiento respecto a meses previos. No obstante, lo que nos encontramos cuando observamos los datos del INDEC, es que “Alimentos y bebidas no alcohólicas” ha sido el único rubro que se desaceleró respecto a la variación del mes de febrero. En tanto “Equipamiento y mantenimiento del hogar” aumentó en la misma magnitud que el mes anterior y las 10 divisiones restantes se aceleraron respecto a febrero.
Más allá de la conmoción que produjo a nivel mundial la invasión de Rusia a Ucrania, es interesante ver como se relacionan la inflación y el precio internacional de las materias primas. Para esto, comparamos el IPC, con el Índice de Precios de las Materias Primas (IPMP) elaborado por el Banco Central. Si observamos desde el inicio de la gestión de Alberto Fernández hasta mayo del 2020, el IPMP acumuló una caída de 12,9%, mientras que la inflación en ese lapso fue de 11,1%. Es decir, mientras los precios a nivel internacional de los commodities cayeron, los precios en Argentina aumentaron. De igual manera, entre junio y noviembre de 2021, el IPMP cayó 6,2%, mientras que, en el mismo tiempo, la inflación acumulada en nuestro país fue del 16,0%. De esta manera, es evidente que los precios en Argentina no están necesariamente correlacionados con el precio de las materias primas y, por lo tanto, las consecuencias de la guerra no tuvieron por qué estimular la inflación en el último mes.
Ahora podemos preguntarnos qué otras variables pueden explicar la aceleración de la inflación en los últimos meses. Si partimos nuevamente desde el inicio del gobierno de Alberto Fernández y miramos la evolución de la base monetaria, podemos notar que se expandió un 114%. Siguiendo con las leyes básicas de la oferta y demanda. Un incremento en la oferta de dinero (cantidad de pesos en la economía), provocaría la disminución de su precio. En consecuencia, el valor del peso argentino expresado en otros bienes debería caer. Esto se puede verificar rápidamente con la evolución del tipo de cambio. El dólar libre aumentó 175% desde diciembre de 2019, mientras que el dólar mayorista (regulado por el gobierno) lo hizo un 85%. Claro está que la intervención del gobierno en el tipo de cambio se debe a que buscan evitar que se dispare el precio de los bienes transables, es decir, aquellos que se pueden comercializar con otros países.
A esto hay que sumarle un factor clave, y es que, durante el año pasado, la devaluación del tipo de cambio oficial mayorista disminuyó su ritmo a medida que se acercaban las elecciones de medio término y con esto, también lo hizo la tasa de inflación. Esto es importante ya que permitió posponer en el tiempo la suba de precio de los bienes transables, entre los que se incluyen varios alimentos. No obstante, a partir de noviembre, la tasa de devaluación se fue incrementando, en parte corrigiendo el retraso acumulado, y la tasa de inflación comenzó a escalar hasta llegar al récord de 6,7% en marzo.
En síntesis, el gobierno ha estado emitiendo dinero debido a la necesidad de financiar su gasto y esto generó la pérdida de valor de nuestra moneda. Así como la disminución de la oferta de trigo generó un incremento en su precio, si aumenta la oferta, el precio volverá a caer. Lo mismo ocurre con el dinero y en Argentina la oferta de pesos es cada vez mayor. Durante el 2021, con el fin de generar una mejora esporádica en el bienestar social y llegar airosos a las elecciones, decidieron subir la temperatura de la hornalla (aumentar el gasto social) y tapar la olla (disminuir la devaluación) para esconder parcialmente el incremento de precios. Una vez pasadas las elecciones, comenzaron a sincerarse los precios y a recuperar el terreno perdido. De esta manera llegamos a la inflación mensual más alta en 20 años y posiblemente termine el 2022 con la inflación anual más alta desde 1992.