Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso.Doctor en Administración por la Universidad Católica de La Plata y Profesor Titular de Economía de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA. Sus investigaciones han sido recogidas internacionalmente y ha publicado libros y artículos científicos y de divulgación. Se ha desempeñado como Rector de ESEADE y como consultor para la University of Manchester, Konrad Adenauer Stiftung, OEA, BID y G7Group, Inc. Ha recibido premios y becas, entre las que se destacan la Eisenhower Exchange Fellowship y el Freedom Project de la John Templeton Foundation.
ÁMBITO FINANCIERO – Cuando se desató la pandemia del Covid-19 la reacción fue inmediata. La gente se asustó y demandó a sus gobiernos que hicieran algo. Estos, no solamente respondieron, sino que aprovecharon la oportunidad para acceder a todo tipo de poderes excepcionales y actuar en áreas que claramente excedían el de la salud. Asumieron esos poderes con rapidez, pero en aquellos países de menor calidad institucional, tardaron mucho en devolverlos, en retornar a la situación prepandemia, si es que lo hicieron. Mientras tanto la gente, castigada por las medidas que le impidieron producir y trabajar, comenzó a desobedecer esas restricciones hasta que, de a poco, los gobiernos fueron cediendo, al tiempo que avanzaban lentamente en los programas de vacunación masiva.
Los gobiernos no solamente restringieron las libertades individuales, sino que se lanzaron a organizar un sistema de vacunación paralelo al existente, y en muchos países en manos del mismo Estado. No tenía mayor sentido hacer eso, en todos nuestros países ya existe una red bien extendida de farmacias que provee y aplica vacunas de todo tipo. No obstante, los políticos quisieron llevarse los laureles de “inmunizar” a la gente frente al peligro. Pero, como suele suceder, lo que tuvimos fueron demoras y privilegios que en algunos casos terminaron en escándalos (políticos o funcionarios que se impusieron primeros en la fila a vacunar).
He aquí, entonces, dos actores principales de la tragedia vivida: los gobiernos y la gente. Hay dos más. Unos de ellos son los laboratorios. Al poco tiempo de conocida la pandemia, se lanzaron a desarrollar vacunas y lograron hacerlo en tiempo récord. También produjeron en tiempo récord y proveyeron millones de dosis a todo el mundo. El otro actor es la Organización Mundial de la Salud (OMS)
Si miramos ahora para atrás queda claro que, entre esos cuatro actores, es el que menos ha hecho y menos ha logrado. En estos últimos dos años, ninguno de nosotros probablemente pueda decir en qué forma el accionar de la OMS ha impactado en nuestras vidas. Para bien o para mal, la gente lo ha hecho, los gobiernos lo han hecho y los laboratorios también.
Pero toda burocracia tiene, al menos, el impulso de hacer algo, empezando por alguna reunión, siempre en algún bonito lugar y en un hotel cinco estrellas. Es lo que ha hecho la OMS. ¿Qué es lo que puede salir de una reunión de ese tipo? Pues una propuesta de generar más burocracia. Entonces, la OMS ahora plantea desarrollar lo que llama un “acuerdo global histórico” sobre “prevención, preparación y respuesta frente a pandemias”.
El director general de la OMS ha presentado esta nueva iniciativa diciendo: “La pandemia de COVID-19 ha sacado a la luz los numerosos fallos del sistema mundial de protección de las personas frente a las pandemias: las personas más vulnerables se quedan sin vacunas; los trabajadores de la salud no tienen el equipo necesario para realizar su labor de salvar vidas; y los enfoques de «yo primero» obstaculizan la solidaridad mundial necesaria para hacer frente a una amenaza mundial”.
Pues bien, acepta entonces la ineficacia de los gobiernos, pero hay algo para rescatar: “Sin embargo, al mismo tiempo hemos asistido a inspiradoras demostraciones de colaboración científica y política, desde el rápido desarrollo de vacunas hasta el compromiso actual de los países de negociar un acuerdo mundial que contribuya a mantener a las generaciones futuras más seguras frente a los efectos de las pandemias”.
Es decir, hay un aporte positivo de las empresas, del sector privado, y un aporte positivo de los gobiernos que va a venir, tal vez en algún momento en el futuro, y tal vez sirva para algo.
En el medio de esta búsqueda de “coordinación global”, se mezclan en la discusión algunas iniciativas que pondrían en riesgo precisamente aquello que tan bien ha funcionado, esto es, el desarrollo de la tecnología y producción de las vacunas. Así, algunos estados miembros, quieren introducir en este “acuerdo mundial histórico sobre prevención, preparación y respuesta frente a pandemias”, la dilución o remoción de los derechos de propiedad intelectual que se encuentran detrás del desarrollo de las vacunas contra el Covid, lo cual, en nombre de un acceso equitativo, pondría a disposición de fabricantes locales la tecnología desarrollada y patentada por otros, sin hacerse cargo de ninguna licencia o arreglo con el propietario de la tecnología.
Al margen de la opinión conceptual que se pueda tener sobre el sistema, lo cierto es que produjo aquello que se necesitaba: vacunas confiables y de rápida producción. Es más, lo hizo en tiempo récord. Meterse ahora a debilitar eso no aportaría más que desconfianza por el cambio en las reglas de juego y destruiría los acuerdos que ya se han realizado y están funcionando, para la producción de las vacunas por terceros, quienes reciben la tecnología y multiplican la oferta.
En verdad, si quieren hacer algo los gobiernos, lo que bien podrían hacer es desmantelar todas las barreras al comercio de productos médicos y farmacéuticos, permitiendo así un acceso más rápido y económico, sobre todo para los sectores más pobres de la población en todos nuestros países. También podría la OMS colaborar para que se armonicen las regulaciones sanitarias en los países y así facilitar esos intercambios.
No nos preparamos mejor para la próxima pandemia debilitando a aquellos que más eficientes fueron para sacarnos de ésta.