Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.
INFOBAE – En julio de 2021, hace poco más de un año atrás, publiqué en este mismo espacio una columna titulada “¿La Economía o la Vida?”. Cómo no recordar aquella frase del presidente de la Nación, Alberto Fernández, el 23 de marzo de 2020, explicando la necesidad de la cuarentena: “Muchos me decían que iba a destruir la economía con la cuarentena. Si el dilema es la economía o la vida, yo elijo la vida. Después veremos cómo ordenar la economía. Efectivamente yo elegí preservar la salud y la vida de la gente. Cuando la crisis de la salud pase, veremos cómo todo empieza a ordenarse”.
¿Ordenarse? Para ese entonces la realidad ya estaba demostrando lo incorrecta de esta apreciación. Es claro que hoy, un año después, no puede existir duda alguna al respecto: la crisis de salud ha pasado, pero lejos está todo de comenzar a ordenarse, sino por cierto todo lo contrario.
En aquel ya lejano marzo esa no fue la única decisión del gobierno cuyos resultados estamos comenzando a sentir con crudeza. ¿La educación o la vida? Casi dos años sin clases presenciales, con un inmenso costo, cuya magnitud recién se habrá de percibir en los años por venir. Pero la deserción en la escuela secundaria y el resultado de las pruebas Aprender constituyen la punta del iceberg de una crisis aún más importante que la crisis económica que hoy transitamos, por la perdurabilidad de sus efectos en las posibilidades de vida futura de miles de niños y jóvenes, de sobremanera pertenecientes a los hogares más vulnerables.
En realidad, lo acontecido en nuestro país no se diferencia significativamente de muchos otros. Una interesante nota de The Economist, del pasado 7 de julio, califica la pérdida de aprendizajes en virtud de las políticas seguidas durante la pandemia como un desastre global: “Cuando el COVID-19 comenzó a extenderse por todo el mundo, suspender las clases presenciales fue una precaución razonable. Nadie sabía cuán transmisible era el virus en las aulas; cuán enfermos se pondrían los jóvenes; o la probabilidad de que infecten a sus abuelos. Pero las interrupciones en la educación duraron mucho después de que surgieron respuestas alentadoras a Estas preguntas”.
La nota también señala la nota un estudio del Banco Mundial: “Antes de la pandemia, el 57% de los niños de diez años en países de ingresos bajos y medianos no podía leer una historia simple. Esa cifra puede haber aumentado ahora al 70%. La proporción de niños de diez años que no saben leer en América Latina, probablemente la región más afectada, podría incrementarse de alrededor del 50% al 80%”.
¿Y por casa cómo andamos? El resultado de las pruebas Aprender habla por sí mismo. Tal como reporta una nota de Infobae del 22 junio: “El cierre de escuelas que se extendió durante casi dos años golpeó con fiereza a los chicos pobres. La pérdida de saberes fue tan dramática como se sospechaba, al punto que las pruebas Aprender que se tomaron en sexto grado muestran que 7 de cada 10 estudiantes de hogares vulnerables no comprenden un texto acorde a su edad y casi la misma proporción no puede resolver operaciones matemáticas sencillas… Es que las clases remotas para los chicos pobres no fueron clases”.
Los niños y jóvenes afectados crecerán siendo menos productivos y, por supuesto, tendrán menores ingresos en su vida adulta. Como señala la nota de The Economist: “El Banco Mundial cree que la pérdida de capital humano, producto de la disrupción en su educación, podría costar a los niños 21 billones de dólares en ingresos a lo largo de su vida adulta, una suma equivalente al 17% del PIB mundial actual”.
Por ello, es oportuno recordar nuevamente las palabras de nuestro presidente aquel 23 de marzo: “Cuando la crisis de la salud pase, veremos como todo empieza a ordenarse”.
¿Ordenarse? Es hora de admitir la realidad. La economía o la vida no ha sido la única falsa dicotomía con la cual nuestro gobierno pretendió justificar su accionar durante la pandemia. La educación o la vida ha sido otra falsa dicotomía, mucho menos visible frente a la estadística cotidiana de contagios y muertes, pero cuyos efectos habrán de sufrir en su vida adulta no tan sólo los chicos y jóvenes, víctimas inocentes de la política educativa llevada a cabo durante la pandemia, sino también el resto de la sociedad, pues como bien señalaba Sarmiento en 1849: “¿No queréis educar a los niños por caridad? ¡Pero hacedlo por miedo, por precaución, por egoísmo!”.
Los niños y jóvenes que han abandonado sus estudios o que son incapaces de comprender un texto mañana serán hombres. No nos olvidemos de ello.