LA NACIÓN – El oficialismo supuso que la llegada de Sergio Massa al Ministerio de Economía sería un paso decisivo para poner orden en las cuentas públicas. La sujeción de otras áreas a ese ministerio y el rápido reemplazo de Silvina Batakis por alguien de mayor peso político fueron señales que acompañaron las propias declaraciones de Massa.
Las primeras medidas del nuevo titular del Palacio de Hacienda apuntaron al objetivo de contener el desborde del ya de por sí exorbitante gasto público. Extendió el congelamiento de vacantes a las empresas estatales y avanzó en el aumento de las tarifas para reducir los subsidios a los servicios públicos.
Aunque el anuncio de su programa no incluyó reformas estructurales, produjo una distensión en los mercados. Se detuvo la corrida frente al dólar, que amenazaba pasar al plano político. Pero la realidad de los hechos está mostrando una dilución de los efectos esperados. Se continúan sustanciando concursos de personal permanente, dando así estabilidad a miles de empleados que no la tenían. La segmentación de tarifas, por su lado, ha reducido el ahorro previsto. Además, la inflación, que no cede, podría finalmente determinar un incremento de los costos que alcance el de las tarifas y determinar, en consecuencia, un mantenimiento y en ciertos casos hasta una suba de los subsidios.
Massa tiene tres desafíos concretos que no son independientes entre sí:
- El déficit fiscal primario no debe exceder el 2,5% del PBI.
- Debe recuperar reservas internacionales.
- Tiene que reducir la inflación.
De alcanzar estos tres objetivos dependerá la reducción del riesgo país, condición necesaria pero no suficiente para atraer inversiones. Pero este resultado no parece probable. De acuerdo con la Oficina de Presupuesto del Congreso, el acumulado de los siete primeros meses de 2022 respecto del mismo período del año anterior muestra un nivel real similar de los ingresos corrientes (-0,2%) y un aumento real del 8,3% del gasto corriente. El déficit primario de los siete primeros meses del año fue de 1,5 billones de pesos, que anualizado equivale al 4,2% del PBI. El déficit financiero alcanzó al 6%, sin considerar el cuasi fiscal del Banco Central.
Massa dispuso, por decisión administrativa del 20 de agosto último, recortes en las partidas presupuestarias en varias áreas, incluyendo el Ministerio de Educación. Dio a entender que de esa forma ajustaba el gasto en la misma magnitud nominal del recorte. Sin embargo, no es así. No se conocen medidas concretas tales como la reducción del personal o la supresión de compras. No se actúa sobre lo devengado, de manera que probablemente se producirá un aumento de la deuda con proveedores y retrasos en los pagos. No es un ajuste del gasto, sino apenas una postergación.
Las reservas internacionales no levantan vuelo a pesar del aumento de las liquidaciones inducidas por el dólar soja. Se trata también de un adelanto y no de un aumento neto. No habrá recuperación de reservas mientras se mantenga una importante brecha cambiaria. Esto lo sabe Massa y, particularmente, su viceministro, Gabriel Rubinstein, que poco antes de ser designado produjo un documento que sugería la devaluación por desdoblamiento o por flotación. Solo faltaría el visto bueno de la vicepresidenta para que eso suceda. Esa posibilidad debe ser la principal razón de la reducción de la cotización del dólar blue. El mercado asume que si se fuera a una flotación, la cotización libre iría a un nivel intermedio entre el oficial y el informal.
El viaje de Massa a los Estados Unidos en busca de fondos solo pudo tener efectividad con los organismos multilaterales. Ni los bancos, ni los fondos, ni las empresas pueden hacer colocaciones e inversiones en una nación cuyo riesgo país ronda los 2300 puntos básicos. Es muy probable que las conversaciones con el Fondo Monetario Internacional hayan apuntado a preparar un waiver (perdón) por el eventual incumplimiento de las metas de déficit primario.
La inflación se mantiene alta, aunque no se advierta una espiralización. Claro que colaboran para ello el retraso cambiario y cierta morigeración de la emisión monetaria. Si se produjera una devaluación, habría un impacto aun mayor sobre los precios. Su desarrollo posterior dependerá de la existencia o no de un programa integral de reformas.
Para frenar la diarrea de emisión monetaria se tuvo que recurrir a la captación de deuda, tanto por el Banco Central como por el Tesoro, en condiciones exuberantes. En el canje de deuda se utilizó el bono Dual ajustable por inflación o por tipo de cambio oficial, el que sea mayor, más una tasa de interés. La deuda del Banco Central supera los siete billones de pesos, lo que puede dar una idea de la enorme magnitud del gasto cuasi fiscal en el horizonte cercano.
La gira del ministro de Economía, opacado por otras noticias que acapararon la atención pública y que ayer incluyó reuniones con la titular del FMI, Kristalina Georgieva, y con la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, y el asesor David Lipton, debería haberle servido para entender la gravedad de la situación económica y la necesidad de reformas de fondo que van más allá de un mero ajuste, el que además se ha encarado con expresa parcialidad.