Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso. Licenciado en Economía por la Universidad Católica Argentina. Es consultor económico y Profesor titular de Economía Aplicada del Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica del Master de Economía y Administración de CEYCE.
INFOBAE – El problema de la economía argentina es que la actividad económica viene cayendo desde que se instala el discurso que algunos son pobres porque otros son ricos
Días atrás, el senador Luis Juez dijo en el programa de Mirtha Legrand que la democracia no le cambió la vida a nadie. Su expresión fue sacada de contexto en el sentido que estaba diciendo que en casi 40 años de democracia la gente hoy no tiene un mejor nivel de vida.
Dudar de la convicción democrática de Juez es un disparate, tanto que este es un tema que viene debatiéndose también en el ámbito académico desde hace décadas.
Lo primero a resaltar es que no fue afortunada la frase del presidente Raúl Alfonsín cuando en campaña electoral de 1983 decía: “con la democracia se come, se cura y se educa”.
En rigor la democracia es un intento de limitar el poder de los gobiernos y de garantizar la alternancia cuando no son eficientes, pero no es la democracia un sistema económico en sí mismo.
Por eso Juan Bautista Alberdi se tomó el trabajo de escribir “El Sistema Económico y Rentístico de la Confederación de la República Argentina”, para explicar la filosofía económica que inspiraba la Constitución Nacional de 1853.
Para ver lo viejo que es este tema basta con releer un trabajo de Friedrich Hayek de 1976, que en realidad es una conferencia que dio en Instituto de Asuntos Públicos, en Nueva Gales del Sur, en Sydney. El título del trabajo es ¿Hacia dónde va la democracia?
Casi medio siglo atrás, Hayek se preguntaba por el futuro de la democracia no en la Argentina, sino en el mundo. Su preocupación estaba en cómo la democracia puede ser infiltrada por sistemas autocráticos.
Al respecto dice Alberdi: “La democracia no ha demostrado ser una protección cierta contra la tiranía y la opresión, como alguna vez se esperó. Sin embargo, como una convención que permite a una mayoría deshacerse de un gobierno que no la satisface, la democracia es de inestimable valor”.
Y agrega más adelante: “súbitamente se creyó que la limitación del gobierno por los representantes electos de la mayoría tornaba innecesario el control de los poderes gubernamentales… así surgió la democracia ilimitada, y es la democracia ilimitada, y no solamente la democracia, lo que constituye un problema hoy en día”.
Cambio de intenciones
Claramente Hayek distinguía entre democracia y democracia ilimitada, que vendría a ser la democracia delegativa que denominó Guillermo O’Donnell poco tiempo atrás, es decir de gobiernos surgidos del voto que se sienten libres de gobernar sin límites de poderes ni controles y menos del poder judicial.
Estas democracias ilimitadas suelen apelar al populismo para ganar votos, escondiendo las verdaderas intenciones detrás de su discurso y aprovechando el desencanto de la gente ante situaciones económicas adversas.
Las democracias ilimitadas suelen apelar al populismo para ganar votos (O’Donnell)
Un típico ejemplo de estos sistemas que terminan en tiranías es el de Chávez. En 1992 intentó un golpe de estado en Venezuela contra el gobierno constitucional de Carlos Andrés Pérez, golpe de estado que fue fallido.
Luego buscó el poder vía la democracia, presentándose como el que venía a hacer política desde la anti política. El mesías salvador que venía a salvar al pueblo venezolano de la “corrupta” clase política. Una vez que estuvo en el poder fue avanzando hasta establecer una de las tiranías más salvajes de este siglo XXI, simulando siempre elecciones limpias.
El problema que tiene la democracia ilimitada es que deriva en una competencia populista en la cual los políticos, incluso los que se presentan como diferentes a la clase política, ofrecen metas de prosperidad económica inalcanzables porque en general nos viable con los instrumentos y objetivos que presentan.
El problema de la economía argentina es que la actividad no viene cayendo desde 1983, sino desde mucho tiempo antes, cuando se instala el discurso en que se le hace creer a la gente que unos son pobres porque otros son ricos, y de esa forma promueven políticas para combatir a los generadores de riqueza.
Eso implica violar derechos de propiedad; establecer controles de precios; aumentar la carga impositiva, establecer una legislación laboral que hace que los empresarios no quieran contratar personal y sancionar infinidad de regulaciones, que ahogan al sector productivo.
El populismo lleva a aumentar el gasto público para “redistribuir” el ingreso y eso tiene como contrapartida una carga tributaria que espanta inversiones, lleva a la destrucción de la moneda por exceso de emisión monetaria (plan platita) y a endeudamiento del Estado.
Cuando se acaban todos esos mecanismos de financiamiento quedan dos posibilidades: 1) la gente reacciona y con el voto saca del gobierno a los populistas o 2) el populismo se transforma en una tiranía feroz porque para mantenerse en el poder necesita violar los derechos individuales más elementales.
Cambio de régimen
Ya no pueden comprar el voto de la gente repartiendo lo que no hay. Solo queda imponerse por la fuerza bruta y, en ese punto, como los populistas tienen el monopolio de la fuerza, la democracia ilimitada deriva en tiranía. La población ya no puede usar el voto para sacar del poder al tirano.
Justamente, ante el descontento de la sociedad por la pérdida en el nivel de vida, lo que propone el kirchnerismo es ir a un sistema autocrático sometiendo a la justicia al servicio del poder, para no tener ningún tipo de límites en su accionar. Y, por supuesto, que los actos de gobierno no sean controlados por organismos independientes.
En definitiva, para poder tener un sistema democrático y no una democracia ilimitada como la llama Friedrich Hayek para diferenciar ambos sistemas, se necesita de un Estado limitado, de un gobierno limitado y de una economía de mercado que permita la prosperidad de la población.
En vez de meterle en la cabeza a la sociedad que uno es pobre porque el otro es rico y, por lo tanto, hay que combatir al capital, hay que entender que es la población, desarrollando su capacidad de innovación la que genera riqueza. Son los que invierten los que generan puestos de trabajo y crean riqueza. El Estado no crea riqueza.
Como sostenía Juan Bautista Alberdi: “Las sociedades que esperan su felicidad de la mano de sus gobiernos esperan una cosa que es contraria a la naturaleza”.
En definitiva, lo que hay que preguntarse es si fallaron los políticos desde 1983 para brindarle una mejora en el nivel de vida de la población, o hay políticos populistas porque hay una sociedad que, en su mayoría, demanda populismo.
No habría oferta de populismo si no hubiese suficiente demanda. Si no hubiera demanda de populismo, no sería un buen negocio político y una enorme fuente de corrupción, como se empieza a ver con miles de planes sociales que no correspondía otorgar.
En definitiva, en la medida que la mayoría de la población no tenga espíritu emprendedor, de libertad para innovar y de la cultura del trabajo, la democracia se va a limitar a elegir al populista que más ofrezca confiscar y repartir el fruto del trabajo ajeno y por eso la democracia ilimitada seguirá sin brindar una mejora en la calidad de vida a la población.
Tener libertad de elegir a los gobernantes no conduce, necesariamente, a la prosperidad económica de la población, en todo caso puede conducir a la prosperidad económica del populista de turno y sus adláteres si la gente espera vivir del trabajo ajeno y que el gobierno de turno confisque activos y riqueza para comprar votos en la democracia ilimitada.