Economista especializado en Desarrollo Económico, Marketing Estratégico y Mercados Internacionales. Profesor en la Universidad de Belgrano. Miembro de la Red Liberal de América Latina (RELIAL) y Miembro del Instituto de Ética y Economía Política de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
LA NACIÓN Cada mes, los economistas son interrogados con la misma pregunta recurrente: ¿cuál es la causa de la inflación en la Argentina? Los funcionarios van cambiando la respuesta: en enero, culpan al auge del turismo. En febrero, los responsables serían los alimentos, en especial la carne. En marzo, nos dirán que se debe al aumento del 130% de los útiles escolares, justo en el inicio de clases. Mientras tanto, el Gobierno reitera su compromiso irreductible con el “combate” antiinflacionario, lanza “precios justos”, “precios controlados”, envía tropas de fiscalizadores a las calles, fuerza a los empresarios a “frenar la escalada”. Por supuesto, nada de eso funciona, y los argentinos ya lo saben.
La verdadera causa oculta de la inflación es que se trata de un mecanismo de transferencia de riqueza de pobres a ricos. Los trabajadores asalariados son los más perjudicados. Su poder adquisitivo viene cayendo el 26% desde agosto de 2011 en el sector formal y un impactante 42,2% en el sector informal. Si el costo salarial cae, es obvio que los empresarios se benefician. Además, muchos obtienen créditos con tasas muy inferiores a la inflación, lo que significa que los depositantes y asalariados los subsidian para que sean exitosos capitalistas. Todo esto constituye una transferencia de riqueza de los menos afortunados hacia los más privilegiados. Otros cuatro grupos se benefician del programa inflacionario: los políticos que compran favores repartiendo dinero ajeno; los sindicalistas que ven incrementado su poder de negociación; los piqueteros que lucran con la distribución de planes sociales, y los corruptos que encuentran en la inflación una nube oscura que cubre sus fechorías.
¿Es posible acabar con este flagelo de la inflación? Absolutamente, la ley de convertibilidad permitió reducirla de 3000% a un dígito en 18 meses y se mantuvo cercana a cero por diez años, y hubo otros 30 años de inflación cercana a cero en otros períodos de moneda convertible. También podríamos dolarizar como Ecuador, que hoy tiene la novena inflación más baja del mundo. Pero previamente sería necesario reformar el Estado para obtener el equilibrio fiscal y recuperar el valor de los bonos del gobierno y recapitalizar el Banco Central. Así se evitaría un fuerte sacudón inicial por el cambio de sistema. Luego, observaremos un continuo aumento de los salarios en dólares y los empresarios tendrán dificultades para pagarlos y temerán la recesión.
Pero con el menor gasto público podríamos reducir los impuestos y desregular para aliviarlos. Finalmente, se abriría la economía, obligando a los empresarios a invertir o sucumbir a la competencia. Entonces, empezaría a funcionar el capitalismo como un verdadero proceso de destrucción creativa, mediante el cual la innovación transforma los negocios en cada industria, alterando las técnicas de producción y de comercialización para aumentar la productividad. No existe otro camino para salir de la pobreza y alcanzar a los países desarrollados. Es hora de que los políticos y los empresarios dejen de aprovecharse del sufrimiento de la población y que la sociedad entera exija una moneda sana como elemento crucial para mantener la estabilidad económica y promover el crecimiento.