Economista especializado en Desarrollo Económico, Marketing Estratégico y Mercados Internacionales. Profesor en la Universidad de Belgrano. Miembro de la Red Liberal de América Latina (RELIAL) y Miembro del Instituto de Ética y Economía Política de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
IPROFESIONAL In “Trust: The Social Virtues and the Creation of Prosperity” (1996), Francis Fukuyama sostiene que la confianza es un componente esencial para el éxito de las democracias liberales. Fukuyama define la confianza como “la expectativa que surge en una comunidad de un comportamiento regular, honesto y cooperativo, basado en normas compartidas por otros miembros de dicha comunidad“.
La confianza es, sin duda, un elemento vital del capital social de un país, ya que facilita la cooperación entre desconocidos. Esto es esencial para progresar en lo que Fréderic Hayek denomina “órdenes extensos” u “orden espontáneo“; es decir, en sociedades de millones de personas que no pueden basarse en relaciones familiares o de vecindad. La confianza es indispensable para comerciar sin temor a estafas; para invertir, con riesgo, pero sin miedo a la confiscación arbitraria de ganancias por parte de funcionarios; y para crear industrias, clubes deportivos o eventos artísticos.
Según Hayek, ese orden espontáneo que surge de la libre interacción entre las partes es mucho más eficiente, flexible y adaptable que cualquier sistema basado en la planificación centralizada, porque aprovecha la información dispersa que poseen millones de actores y que cambia constantemente.
No obstante, Hayek y Fukuyama coincidirían en que, para que este sistema funcione, la confianza se origina en acciones individuales respaldadas por instituciones sólidas, como el respeto al derecho de propiedad, la libertad y el estado de derecho. Una justicia independiente y la transparencia en los actos públicos, así como una moneda estable, finanzas públicas sanas y un gobierno que cumpla con sus obligaciones, son igualmente importantes. Recién cuando estas condiciones se mantienen durante un tiempo prolongado, comienzan a formar parte de la cultura del pueblo.
Lamentablemente, en América Latina, la confianza en la democracia, un elemento clave del sistema, está decayendo. Según Latinobarómetro, la satisfacción con la democracia en nuestro subcontinente ha disminuido en un 15% en las últimas dos décadas. La percepción sobre la corrupción e impunidad de los políticos destruye la imagen de la mayoría de los dirigentes.
Más grave aún es que tampoco confían en la justicia, y al no confiar en los jueces, se debilita la confianza entre ciudadanos. La consecuencia lógica, que también muestra el estudio, es el aumento de la imagen positiva sobre los militares y la mano dura, lo que explica el resurgimiento de cierto autoritarismo y la permisibilidad de violaciones a los derechos humanos a cambio de orden, como muestra la buena imagen de líderes como Bukele.
El progreso falseado
En países donde aumentan la inflación, la inseguridad, el desempleo y la pobreza, crece naturalmente el descontento. Pero la situación se ve exacerbada por las críticas constantes y distorsionadas, por parte de ciertos sectores de la izquierda, que ocultan el impresionante progreso alcanzado por la humanidad en los últimos 200 años. Predican el crecimiento de la desigualdad cuando el capitalismo, en los países desarrollados o en Chile, ha permitido que las grandes mayorías accedan a la comodidad moderna, a la igualdad en la alimentación, la salud y la educación.
Con datos falsos, han logrado debilitar el ideal del progreso, es decir, la expectativa de que cada generación esté mejor que las anteriores. Al potenciar la insatisfacción y los conflictos, logran, en ocasiones, incitar a la población con brotes de violencia, como en Argentina, Chile, Colombia, Perú o Brasil, e incluso en países desarrollados como Estados Unidos, Canadá y Francia.
Es evidente que los líderes políticos deben esforzarse por abordar los problemas más urgentes que enfrenta la ciudadanía, para así restaurar la confianza en la democracia liberal. Sin embargo, existe un elemento fundamental para, al menos, frenar el declive antes de que alcance niveles extremos y casi irreversibles como en las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Este elemento es contar con un sistema electoral confiable que permita la alternancia política sin temor al fraude. En este punto, debemos destacar nuevamente el papel indispensable de la ciudadanía en garantizar la transparencia electoral, movilizando a más de 100.000 observadores electorales por cada partido que se presente en las elecciones, de manera de asegurar que el resultado electoral sea producto de la libre voluntad de los ciudadanos.
Boleta única y sin lista “sábana”
Una vez que se establezcan nuevas mayorías en el Congreso, será posible abogar por dos reformas fundamentales para mejorar el sistema.
La primera, más básica, consistiría en insistir con la implementación de la Boleta Única para prevenir el fraude a través del robo de boletas. Un objetivo más ambicioso sería transformar el sistema electoral, eliminando las listas sábana y permitiendo que los votantes conozcan a sus candidatos de manera individual, así como sus propuestas y sus valores. Esto les permitiría elegir a los líderes que mejor los representen. Con el sistema actual, literalmente, muy pocos ciudadanos pueden siquiera conocer el nombre de los diputados que supuestamente los representan.
En un próximo artículo, ampliaremos sobre cuáles sistemas pueden incentivar y promover una mayor y mejor participación ciudadana que garantice una representación gubernamental más transparente y acorde con la voluntad del pueblo, aunque nunca sea completamente perfecta.