Consejero Académico de Libertad y Progreso. Investigador de anti corrupción y estafas
LA NACIÓN Son muchos los interesados en exponer la figura de María Elena Walsh como un ícono del feminismo, pero en ese caso deberíamos preguntar de qué feminismo se trata.
Hubo un feminismo, en el siglo XIX y comienzos del XX, que reclamaba igualdad de oportunidades para la mujer, derecho al voto, equidad en las remuneraciones y en los ascensos, no por cupos sino por la ausencia de discriminación a la hora de evaluar el mérito. Es el que suele denominarse “feminismo liberal”, precisamente porque permite la libre competencia centrada en la dignidad personal y en el esfuerzo propio. Y hay actualmente un feminismo radicalizado, neo-marxista, que reniega de la familia y de la propia condición de mujer, a la que desprecia si se muestra con sus atributos naturales, que culpa al hombre de todos los males que existen en el mundo y que, en general, siente aversión por los niños. A este último feminismo no perteneció María Elena Walsh, por mucho que quieran forzar su obra.
Desde una de sus canciones infantiles más paradigmáticas, “El mundo del revés”, nos muestra –deliberada o intuitivamente– una adhesión a la lógica aristotélica. Si existe un “mundo del revés” es porque también existe un “mundo del derecho”. En el mundo del revés “nadie baila con los pies”, “nada el pájaro y vuela el pez”. El mundo de revés es, precisamente, el que contradice la naturaleza. Sólo muy forzadamente pudo haberse calificado de “feminista” –en el sentido actual– a esta canción, como varias veces ocurrió.
María Elena Walsh dedicó la mayor parte de su obra a la misión de alegrar la vida de los niños, a quienes –lejos de considerar una carga– dedicó la ternura de su música y los alentó hacia un futuro de superación y de amor por su tierra. Todas sus canciones tienen, en ese sentido, una evocación localista. La tortuga “Manuelita”, que vivía en Pehuajó, se enamoró de un tortugo que pasó. Se fue a París para que “la plancharan al francés, del derecho y del revés”; pero fue inútil, porque “tantos años tardó en cruzar el mar, que allí se volvió a arrugar”. Sin embargo, a su vuelta, su tortugo la esperaba en Pehuajó. ¿Deja alguna duda esta letra acerca de la lealtad y la perennidad del amor?
¿Y acaso no “había una vez una vaca en la quebrada de Humahuaca”? Una vaca que quiso ir a estudiar a la escuela y de la que todos se reían. Y en medio del escándalo, “la vaca de pie en un rincón rumiaba sola la lección”; tanto que, un día, “en ese lugar de Humahuaca la única sabia fue la vaca”. No parece que la autora, si viviera, fuera a festejar las huelgas docentes politizadas, en contra de los chicos.
Y también estaba “Osías el osito en mameluco”, que “paseaba por la calle Chacabuco”. ¿Qué quería Osías? Una estrofa lo dice todo: “Quiero cuentos, historietas y novelas / pero no las que andan a botón / Yo las quiero de la mano de una abuela / que me las lea en camisón”.
¿Podemos imaginar una imagen más tradicional que una abuela que lea cuentos a sus nietos al borde de la cama? ¡Si hoy hasta el verbo “leer” está a punto de ser cancelado!
Y sigue el localismo tradicional cuando relata que a tres gatitos “les han pasado el dato / que hay concurso para gato / Los tres michis allá van / en tranvía a Tucumán”. Y hace así un juego de palabras entre los pequeños felinos y una de nuestras danzas folclóricas del noroeste. ¿Se entendería siquiera actualmente esta asociación, tras años de una paupérrima enseñanza de nuestras costumbres provincianas?
En estos días, cuando hasta comienza a mirarse mal a un hombre que cede el paso a una mujer, ¿quién cantaría: “La leche tiene frío, / yo la abrigaré, / le pondré un sobretodo mío / largo hasta los pies”?
¿No nos traen acaso un recuerdo de esos patios pulcros, sólo salpicados de guardapolvos blancos, las canciones de María Elena Walsh? Como cuando le canta al viento y a un árbol de nuestra tierra: “Si pasa por la escuela, / los chicos, quizá, / se pondrán una escarapela / del jacarandá”.
Por cierto, la autora tenía sus ideas políticas y, por respetables que fueran, no contaminó a los niños con una temprana e inútil politización y menos con un adoctrinamiento. Los preservó en su naturaleza y sus necesidades de niños.
Ella escribió “Como la cigarra” –otro bicho local– en alusión a su vida y a los vaivenes que sufren los artistas a lo largo de su trayectoria. Sólo años después la canción fue politizada por otros.
Hoy, cuando la mentira parece valer más que la verdad y el mundo del revés es un hecho, ojalá alguien volviera a pensar en los niños.