La educación argentina, diez años después: de mal en peor

Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.

CLARÍN Entre el 20 de marzo y el 3 de abril pasado el Observatorio Hacer Educación, de la Universidad de Buenos Aires, realizó una interesante encuesta sobre la percepción de la educación argentina. De la misma participaron alrededor de 1.000 personas de distintas regiones del país.

Según reporta una nota de Clarín del pasado 17 de abril, “a los encuestados se les consultó cuáles creían que son los principales problemas de la educación argentina. La pregunta era abierta, así que se podía elegir cualquier respuesta. La formación y capacitación docente resultó la más mencionada: lo dijeron 44% entre el público general y 33% entre la comunidad educativa”. Es claro que la percepción es por demás razonable. Hace casi diez años, en abril de 2014, publiqué en este mismo espacio una columna que ponía su énfasis sobre el tema, dado el evidente deterioro de la educación en nuestro país.

Nada ha cambiado desde ese entonces para mejor, sino todo lo contrario. Lo cual, por cierto, también lo deja entrever la encuesta: el 68% del público en general y el 53% de la comunidad educativa, opinan que la educación está peor que hace 30 años.

En aquella nota, a los fines de centrar la atención sobre la calificación y capacitación docente, opté por describir los requerimientos para ejercer la profesión en otras sociedades y dejarle al lector preguntarse a sí mismo si la mayoría de nuestros docentes contaban con calificaciones similares.

Tomé en consideración el caso de Finlandia, un líder mundial en educación, donde es necesario enfrentar un demandante proceso de selección para tener la posibilidad siquiera de realizar estudios universitarios que conduzcan al ejercicio de la docencia.

Solamente los mejores alumnos del colegio secundario tienen la posibilidad de intentar ingresar a la carrera. De satisfacer esta condición, los interesados deben participar de un examen a nivel nacional y finalmente una entrevista donde se comprueba si el aspirante tiene las propiedades necesarias: capacidad de comunicación, actitud social y empatía.

Dado que el ejercicio de la profesión requiere de una maestría, la carrera docente dura cinco años, las prácticas se realizan desde un principio y al finalizarla el estudiante debe elaborar una tesis. De graduarse, el nuevo docente puede ser seleccionado por el director del colegio que lo considere de utilidad para su proyecto educativo.

Es claro que en Finlandia el exigente proceso de selección y de formación siempre han sido pilares fundamentales para el éxito de su sistema educativo. Los maestros, por supuesto, están bien remunerados, pero también altamente calificados.

Como bien señala una nota del Banco Mundial, en 2019: “Sólo después de varios años de estudio y numerosas horas de experiencia práctica en el aula, es posible, en Finlandia, convertirse en maestro calificado y estar preparado para estar a cargo de una clase sin ninguna supervisión. En muchos países pobres o de ingreso mediano, un recién graduado puede ser enviado a dar clases sin mucha, o ninguna, experiencia real en el aula”.

Nadie puede dudar que nuestros docentes no cuentan con calificaciones similares a las de un maestro finlandés. Por supuesto, como también señalé en aquella nota, no es su culpa pero sí de los sindicatos docentes que no defienden los intereses de los buenos maestros ni de los alumnos. Percepción que, por cierto, también surge de los resultados de la encuesta, donde los gremios docentes se llevan la peor parte, cuando se compara su imagen con la de los directivos de escuelas y la de los Ministerios de Educación Nacional y Provinciales.

Es hora de enfrentar la realidad y no seguir realizando modificaciones cosméticas que no enfrentan el problema de fondo. Nuestro sistema educativo requiere de un cambio radical. De lo contrario, la percepción de más de la mitad de los encuestados se transformará en una realidad: la educación en nuestro país en los próximos años estará igual de mal o peor.

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