Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago. Rector de la Universidad del CEMA. Miembro de la Academia Nacional de Educación. Consejero Académico de Libertad y Progreso.
El programa, basado en la tradición sueca de justicia social e igualdad de oportunidades, fue introducido por una coalición de centro derecha, en ese entonces en el gobierno. Per Unckel, ministro de Educación Sueco entre 1991-1994 y gestor de la reforma señalaba que: “la educación era demasiado importante como para dejarla en manos de un sólo productor”.
Es claro que no existen las casualidades, uno de los pocos países del mundo que ha implementado un sistema educativo que privilegia la libertad de los padres para decidir qué es lo mejor para sus hijos, independientemente de sus posibilidades económicas, 30 años después decide, en soledad, mantener abiertas las escuelas durante la pandemia.
Aún hoy, por supuesto, se cuestiona si la reforma educativa sueca ha sido o no un éxito; una vez más el peso de la prueba al revés. ¿No se debería evaluar, por el contrario, si un sistema educativo que no respeta la libertad de las familias para elegir cuál es la escuela más apropiada para sus hijos genera significativamente mejores resultados académicos y favorece en mayor medida la igualdad de oportunidades, que otro que sí lo hace?
Yo creo que sí y me atrevo a desafiar a que alguien me pruebe lo contrario, con la evidencia provista por nuestro país.