Consejero Académico de Libertad y Progreso. Investigador de anti corrupción y estafas
LA NACIÓN Cuentan las leyendas y aun la Historia que la antigua Roma tenía un nombre secreto, el verdadero, que no podía pronunciarse sin cometer un sacrilegio. De hecho, el tribuno Quinto Valerio Sorano fue condenado a muerte y ejecutado por atreverse a revelar la palabra misteriosa, que todavía hoy permanece oculta. Se ensayaron y aún se aventuran diferentes hipótesis sobre tal denominación, pero ninguna alcanzó un grado de certeza. Angerona, Cloacina, Amor, Valenza, Flora, Groma o Gruma, son sólo algunos de los términos sobre los que se especula. La misma pluralidad y variedad del ensayo presagia que el verdadero nombre permanece aún oculto.
La prohibición derivaba de la necesidad de impedir que los enemigos de la ciudad se apoderaran de su esencia y pudieran así sojuzgarla mediante maldiciones o invocaciones a la deidad protectora del Estado. La mera pronunciación de la denominación oculta acarrearía terribles males a la ciudad y a sus habitantes.
Entre nosotros, el escritor Leopoldo Marechal asociaba el nombre de la nación a su propio destino.
“El nombre de tu Patria viene de argentum/ ¡Mira que al recibir un nombre se recibe un destino! / En su metal simbólico la plata es el noble reflejo del oro principal / Hazte de plata y espejea el oro que se da en las alturas / y verdaderamente serás un argentino”.
Así lo escribió en un poema que incorporó a su libro Heptamerón. Seguramente Marechal, quien en su tiempo había adherido al peronismo, se hubiera espantado al comprobar el sentido que la política le dio a “la plata”, el patronímico de nuestro país.
Cuando uno lee ahora que los mayores corruptos de la historia local cambiaron la denominación del “Frente de Todos” por el de “Unión por la Patria”, no puede menos que desear que la patria hubiera tenido un nombre secreto. Ya habían abusado de ese término piadoso cuando crearon el “Instituto Patria”. No fueron los primeros, sin embargo. “Todos por la Patria” era el nombre de un grupo terrorista de efímera duración que en 1989 atacó el cuartel de infantería de La Tablada y reprodujo tardíamente la violencia de los 70.
“Patria” es, en su génesis, la tierra de los padres; no la tierra virgen sino el suelo y el lenguaje cultivados por los antepasados –la cultura–, las costumbres comunes, la bandera, la historia de nuestros héroes, el folklore, el amor por la familia, por los amigos y por las fuerzas que defienden el territorio.
No deberíamos extrañarnos, sin embargo, de que los que robaron la riqueza de una nación se hayan apropiado también de la palabra que contiene en su significado tantas cosas buenas. Lo que indigna es la falta absoluta de pudor para emplear un sustantivo excelso para un grupo que no sólo acaparó bienes para sí mismo, sino que incluso entregó y entrega tierras en el sur argentino a los enemigos declarados de la nación, gente que desprecia su bandera, desconoce su jurisdicción y niega su soberanía.
Lo que sí resulta extraño, sin embargo, es que únicamente los ladrones hablen de “patria”. ¿Será que al ciudadano honesto le avergüenza el término? ¿Nos parece anticuado? ¿O, tal vez, como los romanos, queremos mantener su nombre escondido para preservarlo de la malversación de los corruptos?
Quizá, ya profanada la palabra por los peores, sería bueno que la liberemos de su secuestro y le devolvamos el significado fundacional que nos enseñaron en la escuela, cuando todavía cantábamos con ganas: “Salve, Argentina, bandera azul y blanca, jirón del cielo donde impera el sol…”.