Miembro del Consejo Académico, Libertad y Progreso
CATO Carlos Rodríguez Braun dice que la cultural liberal, junto con las instituciones en las que se traduce, han hecho grande a Europa y aún pueden salvarla de los embates de los enemigos de la libertad.
Europa, como la vida, tiene cosas buenas y cosas malas. Los reaccionarios de todos los partidos celebran especialmente las malas. Así, lo que realmente les gusta de Europa es cómo se va convirtiendo paulatinamente en un Estado, del que, igual que hacen con los Estados nacionales, se limitan a aplaudir su gasto, ignorando a los paganos que lo sufragan. Lo hemos comprobado, una vez más, con el entusiasmado saludo que por doquier se brinda a los fondos Next Generation.
Esto empezó en julio de 2020, cuando el Consejo Europeo aprobó el fondo, y se produjo el momento más bochornoso de la bochornosa presidencia de Pedro Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, y que cosechó todos los aplausos de su gabinete en el Palacio de la Moncloa, donde los ministros lo vitorearon, puestos en pie.
Nadie se molestó en subrayar que los políticos europeos acababan de aprobar una inédita y masiva subida de impuestos, que obligarían a pagar a las sucesivas generaciones. De hecho, nadie lo recuerda, y el progresismo intempestivo se limita a alabar el “éxito” de las emisiones de deuda, desdeñando a quienes las sufragarán, a un coste cada vez mayor, una vez desaparecida la ilusión de los tipos de interés cercanos a cero. Insisten en que el gasto público facilitado por esa deuda conservará los empleos en las recesiones, que, de modo clamorosamente contradictorio, repetirán que se producen por culpa del asqueroso “neoliberalismo“.
Cabe esperar que la reacción popular en contra del antiliberalismo pase de los Estados nacionales al nuevo Estado europeo. No será fácil, sin duda, porque la mentalidad europea es bastante intervencionista, tanto a izquierdas como a derechas: se ve en el caso de Ursula von der Leyen. Es decir, predomina la ficción de que Europa progresa gracias a la expansión de la coacción política y legislativa, cuando en realidad lo hace a pesar de ella. En efecto, la ventaja de Europa no reside en sus elevados impuestos, sus anquilosadas regulaciones, y el frenesí con que sus autoridades quieren sablear a las siguientes generaciones, sino en la seguridad jurídica y la relativa libertad de que gozamos los europeos. La cultura liberal, junto a las instituciones en las que se traduce, han hecho grande a Europa, y aún pueden evitar que los enemigos de la libertad de toda laya la ahoguen todavía más.
Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el 14 de junio de 2023.