Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
INFOBAE La parla de hombre libre constituye un pleonasmo dada la naturaleza de la condición humana, pero en vista de los permanentes asaltos a la libertad es pertinente elaborar en torno al distinguido médico y doctor en psicoterapia que primero trabajó con Freud (sobre quien me explayé en este mismo medio en texto titulado “Economía, moral y la obra de Sigmund Freud”), profesional del que luego se apartó debido a serias disidencias y se embarcó en la corriente denominada psicología analítica (también conocida como psicología profunda) con grandes y originales aportes personales.
Muchos son los libros publicados por Jung que se encuentran en los veintitrés tomos de J. G. Jung.The Collected Works, Edited by Sir Herbert Read, Michael Frodham and Gerhard Adler de los que tengo en mi biblioteca solo dos: The Development of Personality y The Undiscovered Self. En esta oportunidad centraré la atención en esta última obra que contiene observaciones y advertencias de gran valor, especiales para el recorrido actual de nuestro mundo un tanto deshilachado en aspectos clave.
Carl Jung comienza su estudio afirmando que vivimos épocas de “desconcierto espiritual”. Escribe que en sus tiempos separa el mundo en campos sustancialmente distintos: la “cortina de hierro” (o también conocida como Muro de la Vergüenza) que “divide a la humanidad en dos áreas antagónicas” lo cual nos hace preguntarnos “que será de Europa si la oscuridad moral y espiritual del Estado absolutista avanza”.
Sigue diciendo que hay que estar atento a “los que mantiene sus antorchas incendiarias listas que nada paran excepto un grupo minúsculo de intelectos críticos”, lo cual “varia de país y país según temperamentos […] para oponerse a las tiranías”. “Los argumentos racionales solo pueden prosperar si pueden sobrepasar posiciones emocionales, slogans y fantasías quiméricas, esto significa que el colectivismo rápidamente se convierte en una epidemia psíquica” y de “resentimiento fanático”.
El autor atribuye estos problemas en parte significativa al poco autoconocimiento de cada cual, lo que demanda la condición humana y lo que la destruye en sus niveles psíquicos y físicos. Apunta que las estadísticas a veces mueven a la uniformidad y a lo que se considera “normal” sin percatarse “de la unicidad de cada individuo […] no comparable a nada […] donde el cuadro real consiste en la excepción a la regla, a la irregularidad […] pues si deseo comprender a un individuo humano es imprescindible que deje de lado todo conocimiento del promedio y descartar todas las teorías en orden a la adopción de una actitud nueva y totalmente desprejuiciada. Solo puedo entender si opero en base a una mente totalmente abierta […] Si el psicólogo solo quiere clasificar a su entrevistado no lo entenderá a menos que comprenda que está frente a dos modos diametralmente opuestos […] uno es un juicio que atiende al individuo como una unidad que se repite que puede ser designada por una letra del alfabeto. Pero entenderlo por otro lado se refiere a un ser único.”
Subraya que no debe “desplazarse al individuo en favor de unidades anónimas apiladas en formaciones masivas” y rechazar “la idea abstracta de estado. La responsabilidad moral del individuo es reemplazada por la política de estado (raison d´etat). En lugar de la diferenciación moral y mental del individuo tenemos políticas del denominado ´Estado de Bienestar´ [con mayúsculas …] El individuo está cada vez más sustraído de sus decisiones morales en cuanto a como debe vivir su vida y en su lugar está reglamentado, alimentado, vestido y educado como una unidad social […] La política estatal decide que debe enseñarse y que estudiarse” pero de este modo cada cual “se convierte en esclavo de sus ficciones” y así “se roba al individuo de su fundamento y dignidad […] es una unidad intercambiable” y “cuanto mayor la multitud menos tiene relevancia el individuo que está en camino a la esclavitud estatal […] el aparato estatal se convierte en una personalidad cuasi-animada del que se espera todo pero que en realidad apunta a la manipulación del individuo […] y cualquiera que piensa distinto se la considera hereje.”
Este es un extracto de las sabias advertencia de Jung para nuestro mundo sumido en un estatismo galopante que da la espalda a la libertad y el consiguiente libre albedrio que constituye el atributo medular del ser humano. La pesadilla del “estado presente” se inmiscuye por todos los vericuetos de la vida de las personas, algunas de las cuales de dejan amaestrar por los megalómanos de turno y desafortunadamente muy pocos mantienen su dignidad y contribuyen a revertir tanto escándalo.
En esta línea argumental conviene insistir en que cada persona tiene la obligación moral de aportar para que se instaure el respeto recíproco tomando los derechos de todos como algo sagrado y nunca subordinado a los caprichos de mayorías circunstanciales que aplastan la vida misma de otros. No es posible ni aceptable que se opere como si se estuviera en un inmenso teatro donde cada cual mira desde la platea que sucede en el escenario como si los responsables de nuestras vidas fueran otros. Como hemos consignado antes, no es una exageración decir que debemos preguntarnos todas las noches antes de acostarnos que hice durante la jornada para que me respeten, si la respuesta es nada no hay derecho al pataleo.
El respeto a nuestros derechos no viene automáticamente del aire, proviene del esfuerzo cotidiano para mantenerlos. En esta instancia del proceso de evolución cultural, el aparato estatal es para proteger y garantizar derechos de cada uno que son superiores y anteriores a la constitución del monopolio de la fuerza por tanto alejado de los insolentes e impertinentes avasallamientos de ese mismo aparato al que hay que ponerle estrictos límites a contramano de lo que viene ocurriendo en el llamado mundo libre para no decir nada de los abiertamente declarados totalitarismos.
Resulta imposible combatir el totalitarismo si se adoptan sus recetas a pie juntillas. Observemos por ejemplo la copia servil que se hace de los puntos estampados en el Manifiesto Comunista de Marx y Engels de 1848 dirigido a hacer estallar el sistema por ellos bautizado como capitalista en cuyo contexto los autores escriben que “pueden sin duda los comunistas resumir toda su teoría en esta sola expresión: abolición de la propiedad privada” con lo cual se elimina la posibilidad de evaluación de proyectos, contabilidad y cálculo económico. Veamos entonces algunos de aquellos consejos adicionales en forma telegráfica.
Establecer “un gran impuesto progresivo”. Este tipo de gravamen, a diferencia del proporcional, es en verdad regresivo puesto que los contribuyentes de jure inexorablemente contraen sus inversiones con lo cual se disminuyen salarios e ingresos en términos reales al tiempo que se alteran las posiciones patrimoniales relativas, es decir, las votaciones diarias de la gente en el mercado mostrando sus preferencias es contradicho por alícuotas crecientes. En esta misma dirección el impuesto progresivo afecta la movilidad social puesto que los que vienen ascendiendo desde la base de la pirámide patrimonial son expoliados progresivamente. Por último constituye un castigo a la eficiencia, lo cual afecta a todos pero muy especialmente a los más necesitados.
En la misma dirección se aconseja la “suspensión de la herencia” lo cual se traduce en un castigo al ahorro y la inversión que, como queda dicho, implicareducciones drásticas a los ingresos de la gente. También se remarca la “centralización del crédito en manos del estado, por medio de un banco nacional” lo cual se aplica vía la banca central que solo puede operar en tres direcciones: a que tasa expandir, contraer o dejar la base monetaria inalterada. Cualquiera de las tres variantes necesariamente desfigura los precios que son la única indicación para conocer donde asignar los siempre escasos factores de producción.
Por último, para limitarnos a lo más destacable, ese documento aconseja “educación pública y gratuita para todos” sin percatarse, por una parte, que nada hay gratis y en este caso son principalmente los más vulnerables que se hacen cargo a través de sus salarios como consecuencia de lo consignado más arriba en cuanto al nexo entre las inversiones y los salarios. Y por otra como la imposición de estructuras curriculares desde el vértice del poder conspira contra la competencia y las auditorias cruzadas presentes en un clima de libertad a los efectos de lograr el mejor nivel de excelencia académica. En resumen respecto a este manifiesto, es muy difícil prosperar en base a las recomendaciones de los enemigos (tengamos presente el título de la obra más difundida de Karl Popper: La sociedad abierta y sus enemigos). Para ir cerrando con una humorada de Richard Armour en Todo empezó con Marx: “su libro Das Kapital es más bien Quitas Capital” donde con más seriedad critica la manía de escribir Estado y Gobierno con mayúsculas, mientras individuo y persona siempre con minúsculas.
Son frecuentes los alardes huecos sobre la libertad que están muy bien descriptos por Anthony de Jasay -posiblemente el intelectual del liberalismo más sofisticado y prolífico del liberalismo de nuestro tiempo- quien resume el tema de esta manera: “Nos encanta la retórica de la libertad que alabamos más allá de toda sobriedad y buen gusto, pero está abierto a serias dudas si realmente se entiende el contenido sustantivo de la libertad” (en The Bitter Medicine of Freedom).
Por último, como suele decirse no por ello menos importante, Jung estaba imbuido de un sentido racional de la religión en el sentido de subrayar la imposibilidad de nuestra existencia si pudiéramos ir en regresión ad infinitum sin primera causa en cuya situación nunca hubiera comenzado nuestro origen. Este es el sentido de su respuesta cuando le preguntaron si cree en Dios: “no creo en Dios, se que Dios existe”, lo cual, entre otros muchos temas, contrasta con la opinión de Freud que sostenía que la religiosidad es una neurosis (por ejemplo, en Totem y tabú y luego en Moisés y el monoteísmo), en línea con Marx que sostenía que la religión es “el opio del pueblo” (en Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel).
En resumen, este destacado profesor suizo fortaleció grandemente los argumentos en favor del individualismo y el consecuente libre albedrío y respeto a los derechos de cada persona en el contexto de la desconfianza al poder estatal y la necesidad de establecerle límites precisos para que pueda sobrevivir la sociedad civilizada.