Economista especializado en Desarrollo Económico, Marketing Estratégico y Mercados Internacionales. Profesor en la Universidad de Belgrano. Miembro de la Red Liberal de América Latina (RELIAL) y Miembro del Instituto de Ética y Economía Política de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
INFOBAE En Argentina, nos encontramos en un momento político crucial. A pesar de una gestión gubernamental desastrosa y corrupta, el peronismo sigue siendo una fuerza significativa. El dilema que enfrentamos no es menor: ¿cómo puede la oposición, siendo mayoría, superar sus antinomias y desmantelar el enigma de la lealtad peronista que persiste incluso en tiempos de crisis?
El dilema de la lealtad a un fracaso evidente
Nos enfrentamos a un dilema tanto intelectual como emocional: ¿cómo es posible que un régimen con tal historial de fracasos económicos aún cuente con posibilidades de victoria? El populismo económico, con su promesa de bienestar inmediato, ejerce un fuerte atractivo emocional, especialmente sobre aquellos que luchan por llegar a fin de mes. Esta ilusión de prosperidad, impulsada por subsidios y políticas de asistencia, es insostenible en el largo plazo y sólo sirve para posponer ajustes económicos inevitables.
¿Cómo puede la oposición, siendo mayoría, superar sus antinomias y desmantelar el enigma de la lealtad peronista que persiste incluso en tiempos de crisis?
La trampa de la dependencia económica es especialmente potente en áreas vulnerables como el Conurbano bonaerense. Esta dependencia, exacerbada por una mentalidad cortoplacista, ha corroído la dignidad y la autoestima de muchas personas, haciéndolas susceptibles a la manipulación política. En suma, la lealtad al fracaso no es un misterio insoluble, sino el resultado de una compleja interacción entre el atractivo emocional del populismo y la dura realidad económica que muchos prefieren ignorar.
La apatía frente a la corrupción
Además de los problemas económicos, la corrupción rampante parece no afectar la popularidad del candidato. El partido peronista ha llevado la corrupción hasta un extremo donde se ha hecho tan habitual que muchos votantes parecen haberse adormecido ante ella aceptándola como una parte inevitable de la vida política. Los escándalos más atroces ya no parecen tener el impacto que deberían.
Es la hora de la oposición, Juntos por la Libertad
Pero no nos desviemos del punto central. Apenas anunciados los resultados de los comicios, Milei ya delineó cuál será su estrategia de campaña para lograr el triunfo en la segunda vuelta.
Hizo un llamado a un nuevo comienzo, borrando las agresiones mutuas que se infligieron durante la campaña electoral previa dejando una “tábula rasa” y extendiendo una invitación abierta a quienes anhelan un verdadero cambio. Propuso trabajar juntos para asegurar un futuro próspero para la Argentina, pensando en nuestros hijos más que en nosotros mismos.
Nos enfrentamos a un dilema tanto intelectual como emocional: ¿cómo es posible que un régimen con tal historial de fracasos económicos aún cuente con posibilidades de victoria?
Las estadísticas son reveladoras: la mayoría de los argentinos respaldó a la oposición, La Libertad Avanza y Juntos por el Cambio superan el 54% de los votos, y unidos podrían ganar cómodamente el ballotage. Especialmente si consideramos el 7% de votos que obtuvo el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, cuyo enfoque moderado podría atraer más apoyo para la coalición opositora.
Como Milei mismo enfatizó, el verdadero desafío no se trata sobre él, sino sobre la capacidad de todos para trabajar juntos y superar diferencias ideológicas. La tarea de integrar a “Juntos por el Cambio” no será fácil; es un conglomerado heterogéneo que abarca desde liberales hasta socialdemócratas, radicales y miembros de la coalición cívica, con diversas opiniones sobre el libre mercado y formas de interacción política.
Desde Libertad y Progreso trataremos de colaborar para tender puentes entre estos sectores dispares y minimizar la confrontación previa. Al examinar las plataformas de ambos grupos, es evidente que comparten aproximadamente un 80% de sus propuestas de gobierno. Ambos se distancian considerablemente del intervencionismo estatista y la corrupta y mala gestión financiera asociada con el kirchnerismo.
Imaginemos un escenario en el que Argentina, tras resolver sus dilemas políticos y realizar las reformas estructurales indispensables, se transforma rápidamente en una economía de un billón de dólares. En dicho contexto, la deuda pública, aun incluyendo el descalabro del Banco Central, se tornaría manejable en relación con nuestra riqueza. Nuestro país dispone de vastos recursos: un territorio de casi tres millones de km² y abundantes reservas de energía, tanto convencionales como no convencionales. El potencial minero para el oro, plata, litio y cobre es asombroso. Si aplicásemos un modelo de explotación similar al de Chile, podríamos generar exportaciones solo en cobre por valor de 30,000 millones de dólares anuales. Mientras la acuicultura en Chile ha crecido durante décadas, la nuestra permanece inexplotada por mero dogmatismo ideológico. Por otro lado, el sector agropecuario podría duplicarse si eliminamos las barreras de las retenciones y del cepo cambiario. A esto se suma el potencial insospechado en economía del conocimiento y tecnología.
La magnitud del desafío es considerable, pero la recompensa sería inmensa. No podemos permitirnos dejar pasar esta oportunidad histórica.