LA NACIÓN – El comportamiento del dólar estadounidense es el patrón de confianza que rige al sistema monetario en todo el mundo. En cualquier lugar del planeta se lo acepta. No sucede lo mismo con otras divisas. Algunas son de gran aceptación y otras son papeles sin mayor valor.
Hay casos patéticos donde la moneda local no es “deseada” ni siquiera en su propio país. Es una cuestión de credibilidad. Y sin credibilidad, los ciudadanos tienden a comprar dólares. ¿Por qué? Porque es la divisa de respaldo por excelencia, de intercambio comercial a nivel mundial y porque es percibida como una moneda protegida por el Estado más poderoso del mundo, incluso por su fuerza militar.
Financiar el déficit fiscal con emisión, que a veces desemboca en hiperinflación, es algo que se ha hecho en muchos lugares y en épocas distintas. Pero encontrar un ejemplo como el nuestro no es tarea fácil. La moneda nacional está entre las de menor credibilidad en el mundo entero y, lo más triste, en el país.
Este problema se acentúa día a día. El cuadro ya es dramático. Los recursos que el ministro de economía gasta a troche y moche son producto de la emisión espuria por parte del Banco Central. La creciente tasa de inflación deviene no sólo de una mayor cantidad de pesos sino también de un aumento de la desconfianza que acelera su velocidad de rotación. Emitir es la mejor herramienta para aventar el fuego de la inflación y la huida del peso en dirección al dólar.
La convicción de que lo que viene va a ser peor y las tasas de interés reales negativas espantan a la gente de la tenencia de pesos y así la huida se acelera. Y no solo es el efectivo el que quema en las manos de los argentinos, también lo hacen los depósitos en pesos, que están cayendo -en términos reales- dramáticamente. La demanda de dinero (pesos) sigue bajando a tambor batiente.
Por el contrario, el dólar conlleva un nivel de confianza envidiable, pese a que Estados Unidos cubre buena parte de sus gastos con emisión, un proceso conocido con el término de “señoreaje”, entendido como la obtención de ganancias mediante la creación de moneda.
El señoreaje se refiere a los ingresos que percibe el Estado por el monopolio de la emisión de moneda. Es la capacidad obtener ingresos (que permiten comprar bienes y servicios) a partir de la expansión de dinero por el banco central, al detentar el poder de monopolio sobre la emisión de dinero. Un banco central es emisor y cuanto mayor sea la demanda de dinero, mayor resultará el señoreaje.
Estados Unidos tiene una ventaja. Cuando la gente no confía en la moneda local, busca otra forma de reserva de valor y con tal propósito se dirige al dólar para guardarlo. Cuando Estados Unidos emite “excesivamente” dólares, no necesariamente genera inflación pues buena parte de lo emitido sale al exterior, a lugares donde la gente los acepta gustosamente. Al no permanecer en Estados Unidos, los dólares emitidos no originan un problema inflacionario. Y aquellos países que los reciben, al no volcarlos al circuito económico, financian su déficit fiscal.
Afirma Paul Krugman: “Imprimir dinero para extranjeros que quieren guardar su patrimonio y sus actividades de sus respectivos gobiernos siempre ha sido una de las grandes exportaciones de Estados Unidos, aunque no de las más honorables.”
En la Argentina hay un error de percepción. No es estrictamente cierto que el dólar suba, lo realmente cierto es que el peso cae. En consecuencia, los precios crecen, con el dólar en primera fila. El comportamiento del dólar es resultado de la desesperación por falta de moneda creíble.
Décadas de controles de precios y estallidos inflacionarios repentinos, hoy patentizados por un populismo de baja estofa, han convertido a la gente en animales de la jungla, en constante alerta. Como perros de caza, olfatean el peligro y actúan con celeridad.
Nuestro país, al repudiar el signo monetario nacional, financia parte del déficit fiscal de Estados Unidos. Triste paradoja. De nada sirve responsabilizar al Fondo Monetario o a los poderes concentrados. Si somos “colonia”, como algunos dicen, es porque así lo hemos dispuesto.
Lo ha dicho Jung: “Quien mira hacia afuera, sueña. Quien lo hace hacia adentro, despierta”.