Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
Infobae.com – Hace veinte años me pronuncié sobre este delicado asunto pero en vista de los desmanes horripilantes que de un tiempo a esta parte vienen ocurriendo en nuestro medio es del caso volver sobre el asunto con algunas variantes y con el agregado de una propuesta que sugerimos considerar y debatir con detenimiento.
Dice el adagio que si a uno lo engañan una vez, la vergüenza corresponde a quien engaña, pero si nos vuelven a engañar con lo mismo, la vergüenza es para uno. Resulta de interés preguntarse y repreguntarse qué grado de compatibilidad o incompatibilidad existe entre los llamados servicios de inteligencia y el sistema republicano de gobierno. Como es sabido, uno de los ejes centrales de ésta forma de concebir el aparato político consiste en la transparencia de sus actos.
Conviene a esta altura llevar a cabo el ejercicio de una mirada crítica sobre estas reparticiones tan peculiares. Prácticamente todos los gobiernos cuentan con servicios de inteligencia, lo cual no invalida el interrogante de marras. Cuando menos, llama la atención que una sociedad libre se desplace simultáneamente por dos andariveles tan opuestos. Por una parte, se insiste en la necesidad de que los funcionarios gubernamentales sean responsables de sus actos y que estos estén en conocimiento de los gobernados y, por otro, se procede de modo clandestino echando mano a fondos reservados y para propósitos de espionaje y otros menesteres non sanctos que se mantienen en las sombras. Parecería que hay aquí un doble discurso y se entroniza una hipocresía digna de mejor causa.
Agentes dobles, contrainteligencia, secretos de Estado, escuchas y detenciones sin orden de juez, violaciones de domicilio, asesinatos, sabotajes, movimientos subversivos programados y, frecuentemente, seguimiento de los movimientos de los dirigentes de partidos políticos de oposición, son solo algunos de los hechos que producen los más renombrados “servicios”. Esto es en “el mundo libre” ya que en los totalitarios se destaca la tortura y la implacable persecución a quienes no adhieren al poder de turno.
En los EEUU actualmente existen veinticuatro oficinas de inteligencia entre las que se destaca la CIA creada a fines de la década de los cuarenta. En Inglaterra el M15 y M16, en Canadá la CSIS, la BND en Alemania, el Mossad en Israel y la FSB en Rusia (sucesora de la KGB) y entre nosotros Perón creó las SIDE en 1946 como solo algunas de las caras visibles algunas más cuidadosas que otras pero siempre entramados de espionaje, contraespionaje y guerra subterránea.
El periodista de la BBC de Londres Paul Reynolds pone en tela de juicio la eficiencia de los servicios de inteligencia más destacados del mundo a raíz de la invasión a Irak en una columna titulada “¿Podemos confiar en los servicios de inteligencia?”. Por su parte, Harry Browne señala los fiascos de los servicios de inteligencia estadounidenses en Vietnam, Corea, Somalía, Haití e incluso tiende un manto de sospechas sobre los que operaron durante la Segunda Guerra Mundial en la que se terminó entregando a Stalin aproximadamente las tres cuartas partes de Europa. Es que siempre los burócratas están tentados a utilizar este y otros departamentos y oficinas para fines políticos y cuando no hay claros límites al poder y se permite recurrir a la clandestinidad, los abusos no deben sorprender, sin contar con las traiciones, las falsas denuncias y delaciones internas y ex amistades de la CIA como las de Saddam Hussein y Bin Laden.
Por esto es que Leon Hadar del Cato Institute sugestivamente titula su ensayo “Los servicios de inteligencia no son inteligentes” en el que muestra con profusión de datos como la alegada seguridad nacional está en riesgo con estos procedimientos oscuros en los que, por definición, no hay control de gestión propiamente dicho. Hadar se refiere a los Estados Unidos -por el momento el país más eficiente de la tierra- imaginemos que le cabe, por ejemplo, a nuestra SIDE.
David Canon del Departamento de Ciencias Políticas de La Universidad de Indiana en su trabajo titulado “Inteligencia y ética” alude a las declaraciones de un agente de la CIA que explica que lo importante es lograr los objetivos sin detenerse en los medios “los temas legales, morales y éticos no me los planteo igual que no lo hacen los otros [integrantes de la CIA]” y documenta la cantidad de “sobornos a funcionarios, derrocamiento de gobiernos, difusión deliberada de mentiras, experimentos con drogas que alteran la mente, utilización de sustancias venenosas, contaminación de alimentos, entrega de armas para operar contra líderes de otros países y, sobre todo, complotar para asesinar a otros gobernantes”. En esta dirección ofrece ejemplos de operaciones de la CIA en Costa Rica, Corea, Colombia, Laos, Guatemala, Irán (fueron los que organizaron la policía secreta del Shah), China e Indonesia. Asimismo, reproduce las declaraciones alarmantes del ex Presidente Harry Truman quince años después del establecimiento de esta oficina de inteligencia, en el sentido de que “cuando establecí la CIA, nunca pensé que se entrometería en estas actividades de espionaje y operaciones de asesinato”.
Pero como bien destaca Norman Cousins, el establecimiento de entidades de estas características “necesariamente tiene que terminar en un Frankenstein”. Idéntica preocupación revela Drexel Godfrey en la revista Foreign Affairs en un artículo titulado “Ethics and Intelligence” en el que añade las encrucijadas del célebre Embajador Joseph Wilson quien contradijo los informes de inteligencia ingleses y norteamericanos respecto de la anterior patraña de las armas de destrucción masiva.
No se avanza mucho si se establecen estrictos contralores republicanos, división horizontal de poderes y, en general, los indispensables límites al poder político si éste puede deslizarse por la puerta trasera con todo tipo de abusos sin rendir cuenta al público, por más que se tejan subterfugios más o menos elaborados a través de comisiones parlamentarias.
En el extremo los servicios de inteligencia son compatibles con regímenes totalitarios de factura diversa, pero aparecen del todo inadecuados en el seno de una sociedad libre. No en vano en los Estados Unidos se extiende la utilización de la expresión rusa “zar” para el máximo capitoste del espionaje.
Es útil cuestionar y someter al análisis temas que habitualmente se dan por sentados. Si no se procede a esta revisión periódica, podemos encontrarnos con que estamos avalando ciertas políticas que resultan nocivas pero que continúan en vigencia solo por inercia, rutina o molicie. John Stuart Mill decía que “todas las buenas ideas pasan invariablemente por tres etapas: la ridiculización, la discusión y la adopción”. Este tema de los llamados servicios de inteligencia se vincula con muchos otros que también requieran limpieza de telarañas mentales para su mejor comprensión.
Menciono cuatro áreas al correr de la pluma. En primer término, la seguridad en el que, paradójicamente, en no pocos lares, para proteger este valor, se lo conculca. Esto tiene lugar en gran medida en la lucha antiterrorista. En última instancia, el terrorismo apunta a desmantelar y liquidar las libertades individuales. Pues lo curioso del asunto es que, por ejemplo, en lo que ha sido el baluarte del mundo libre – los EEUU – bajo el argumento de proteger aquellos derechos se los lesiona, con lo que en la práctica se otorga una victoria anticipada a los criminales del terror. Tal es el ejemplo de lo que fue la vergonzosa ley denominada “Patriota” (Patriot Act).
En segundo lugar, para mitigar las convulsiones que hoy tienen lugar debería hacerse un esfuerzo mayor por no caer en la trampa mortal de las guerras religiosas y distinguir un asesino de quien suscribe determinada religión e insistir en los graves peligros y acechanzas que aparecen al vincular el aparato estatal con una denominación confesional, lo cual desde luego nada tiene que ver con el horripilante caso de los criminales de Hamas y el imperioso derecho a la defensa de Israel.
El tercer capítulo, emparentado al surgimiento de los servicios de inteligencia para contrarrestar las guerras, son las epidemias de nacionalismos, xenofobias y racismos que toman los lugares de nacimiento como un valor y un desvalor al extranjero, como si las fronteras tuvieran algún sentido fuera de la descentralización del poder y como si las razas no fueran un estereotipo carente de significado entre hermanos que provenimos todos de África.
Por último, en otra oportunidad también hemos sugerido en este mismo medio y en otros revisar exhaustivamente el rol de las Naciones Unidas de la que dependen innumerables oficinas que pregonan a los cuatro vientos en sus publicaciones y en las declaraciones de sus directivos, políticas socializantes que conducen a la pobreza y a la guerra, al tiempo que muchas veces se constituyen durante largos períodos en observadores incompetentes, tal como ha ocurrido hasta el momento en infinidad de situaciones graves. Un comentarista en la televisión mexicana proclamó que “nosotros también somos observadores, pero de la inoperancia de las Naciones Unidas”. Entonces, no solo debemos concentrar la atención en la naturaleza y los alegados servicios que prestan las estructuras de inteligencia, sino también prestar atención a las causas que dan lugar al debate que ahora pretendemos abrir, al efecto de seguir averiguando los inconvenientes y las eventuales ventajas de este tipo de organizaciones.
Con la mejor buena voluntad se propone modificar la ley de seguridad interior y equivalentes con la intención de zafar de bandas que se apoderan de la inteligencia para espiar a opositores y demás trastadas colosales. Sin embargo sería del caso también considerar la posibilidad de apartar la inteligencia del aparato estatal que como queda dicho aun en los gobiernos más probos hay la tentación de cometer todo tipo de atrocidades. En esta línea argumental sería de interés estudiar el traspaso de estas funciones al solo efecto de detectar peligros para la comunidad a organizaciones ajenas e independientes del poder político con contrataciones para auditarlas con el seguimiento de representantes de distintos partidos en el Parlamento. Al fin y al cabo, todas las faenas más delicadas e importantes son realizadas fuera de los gobiernos que solo deben asegurar y garantizar derechos y que si las encararían los políticos serían un bochorno como, por ejemplo, los servicios de telefonía que cuando estuvieron en manos estatales había que gritar para estar en contacto. En este contexto, las respectivas organizaciones y sus auditorías contratadas en licitaciones públicas seguidas por cuerpos legislativos con las reservas del caso pero no encajadas en los subsuelos y las cloacas del poder con los enormes riesgos que esto significa.