La libertad avanza

REPÚBLICA Por CARLOS SABINO Consejero Académico de LyP. El año pasado, para sorpresa de muchos, el carismático Javier Milei ganó las elecciones presidenciales de Argentina. Con ese triunfo confirmó la tendencia que se venía dando ya en varios países de América Latina, donde candidatos antisistema se imponían sobre los políticos tradicionales. Un cambio que expresó la fatiga y la decepción de un electorado cansado de las mismas y poco atractivas alternativas que se le ofrecían, encuadradas siempre dentro de lo que podríamos llamar alguna forma de socialdemocracia. Pero el mensaje de Milei y de su partido, La Libertad Avanza (LLA) es totalmente diferente. Se sale de los marcos usuales de la vieja política para proponer una transformación radical a favor de la libertad: desmantelar el inmenso aparato estatal que nos abruma, eliminar controles y favorecer las libertades individuales. Algo que no se presenciaba en nuestra región desde hacía varias décadas.

La tarea es ciclópea, pero se está realizando, y no vamos a detenernos en los pormenores de una transformación que abarca no solo las finanzas públicas, sino también la política económica, la política social y hasta las mismas expectativas y actitudes de la gente. Lo que nos interesa destacar es que en Argentina se ha abierto una puerta hacia una nueva opción ideológica en el continente, una opción que rechaza tanto el socialismo, como la tímida e ineficaz reacción conservadora que se ha intentado. Entre socialistas y conservadores se ha insertado una cuña, una nueva visión que reivindica los valores clásicos del liberalismo.

Después de las reformas de fines del siglo pasado algunos países sufrieron un retroceso que, sin exagerar, tuvo consecuencias nefastas. El más claro ejemplo de este viraje es Venezuela donde, bajo la bandera del confuso “socialismo del siglo XXI” se ha arribado a la dictadura, la atrofia de la economía y hasta una desigualdad social nunca vista antes. No solo ha sido el país petrolero el que ha sufrido este retroceso, que lo asemeja a la comunista Cuba, sino también lo tiene que soportar hoy Nicaragua, sumida en una dictadura de la que pocos se acuerdan. En Bolivia y el Ecuador se ha intentado también algo parecido, a lo que habría que agregar los virajes a la izquierda que han sufrido Colombia, México, Brasil y Chile. Todo el continente, incluyendo Norteamérica, tiene que soportar hoy un socialismo que se enmascara bajo políticas ecológicas, de género y de protección a la niñez.

Frente a los desmanes de izquierda, en muchas partes, se alza una oposición de inclinaciones conservadoras, que afirma valores tradicionales frente a esa nueva izquierda, pero que falla en la tarea esencial: desmantelar el asfixiante aparato estatal que han construido los populistas y favorecer la economía de mercado. Por eso no ha podido llegar muy lejos.

No nos detengamos en los tropiezos y debilidades del gobierno de Milei, que son inherentes a toda gestión humana, no perdamos de vista lo esencial: la idea de que existe un camino diferente al del socialismo, que nada se arregla con remedios parciales, que hay que transformar nuestras sociedades sobre la base de la libertad y eliminar las trabas que entorpecen, no solo la economía, sino la propia existencia humana.

Pero en Argentina, abrumada por una profunda crisis, la reacción ante la izquierda adquirió caracteres diferentes. El país padeció durante 20 años los estragos que hizo el populismo de sus gobernantes, los ultraizquierdistas Néstor y Cristina Kirchner. Abusando del poder ganaron votos repartiendo subsidios de todo tipo, quebraron las finanzas públicas, ahogaron la economía y cometieron descarados actos de corrupción. El resultado fue previsible. Devaluación, inflación galopante y un aumento brutal de la pobreza, que hoy sufre la mitad de la población. La hondura de la crisis hizo que la Argentina reaccionara, por fin, y pudiera mirar hacia nuevos horizontes. Eligió al libertario Milei, que no ha vacilado en atacar el fondo del problema y que, en medio de increíbles dificultades, está desarmando el nefasto aparato que crearon los populistas.

Por eso se está convirtiendo en un ejemplo que despierta ecos favorables en todo el mundo, porque se ha creado una tercera alternativa. Contra la izquierda depredadora y apartándose de una derecha débil que no tiene ideas nuevas, está recuperando la confianza en Argentina y abriendo paso a la libertad. Guatemala, y toda la América Latina, tiene mucho que aprender de ese nuevo rumbo que propone la libertad como meta, elimina todos los controles innecesarios y reduce a sus justas proporciones el tamaño del estado.

No nos detengamos en los tropiezos y debilidades del gobierno de Milei, que son inherentes a toda gestión humana, no perdamos de vista lo esencial: la idea de que existe un camino diferente al del socialismo, que nada se arregla con remedios parciales, que hay que transformar nuestras sociedades sobre la base de la libertad y eliminar las trabas que entorpecen, no solo la economía, sino la propia existencia humana. Las reformas parciales, como se llevaron a cabo hace unos 30 años en nuestros países, solo sirvieron para superar las crisis de la coyuntura, pero prepararon el camino, lamentablemente, para nuevas y más profundas crisis. Es imperioso pasar de las tibias reformas parciales a un cambio que ataque la raíz de los problemas estructurales que soportamos en América Latina.

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