La libertad es el ingrediente esencial de un país próspero, ¿cómo le va a Estados Unidos?

Foto de Ian Vasquez

Ha publicado artículos en diarios de Estados Unidos y de América Latina y ha aparecido en las cadenas televisivas.

Es miembro de la Mont Pèlerin Society y del Council on Foreign Relations.

Recibió su BA en Northwestern University y su Maestría en la Escuela de Estudios Internacionales de Johns Hopkins University.

Trabajó en asuntos interamericanos en el Center for Strategic and International Studies y en Caribbean/Latin American Action.

CATO Ian Vásquez sostiene que si queremos seguir aumentando considerablemente el nivel de vida, tenemos que volver a la senda de la libertad y alejarnos del populismo y otras formas de antiliberalismo.

¿Cuán libre es usted y cuán libre es su país? La pregunta es importante porque el grado de libertad del que se disfruta influye enormemente en el bienestar humano.

Las percepciones también importan. Si pensamos que el mundo ha empeorado a medida que las economías y las sociedades se han vuelto más abiertas, es probable que demos la espalda a esa apertura en favor de un mayor control gubernamental sobre algunos aspectos de nuestras vidas. Los regímenes no democráticos también se apoyan en este tipo de narrativas para justificar sus acaparamientos de poder.

De hecho, eso es lo que parece haber estado ocurriendo en gran parte del mundo en diversos grados durante los últimos 15 años. Tras la crisis financiera mundial de 2008, hemos asistido a un auge del antiliberalismo en diversas formas: populismo de derecha e izquierdanacionalismofascismo y formas híbridas de autoritarismo.

Esa tendencia antiliberal se ha producido en países ricos y pobres, democracias y no democracias, y en sociedades tan distintas entre sí como las de Hungría y VenezuelaChina y Turquía, e India y Estados Unidos.

El Índice de Libertad Humana –una medición exhaustiva de las libertades personales, económicas y civiles de países que representan el 99% de la población mundial– ha seguido cuidadosamente esas tendencias. Medir la libertad en todas sus dimensiones es importante porque la libertad de expresión, el Estado de Derecho, la libertad de comercio, la seguridad personal, la libertad religiosa y otros indicadores de derechos básicos tienen un valor inherente y su amplia expansión por todo el mundo durante esta era de globalización es un signo de progreso humano.

Pero la libertad también desempeña un papel central en el conjunto del progreso humano. Los países más libres son más prósperos. Por ejemplo, los países del cuartil superior del índice disfrutan de una renta media por persona significativamente mayor (47.421 dólares) que los de otros cuartiles; la media de dicha renta en el cuartil menos libre es de 14.157 dólares.

La misma relación positiva existe con innumerables indicadores de desarrollo humano. Existe una estrecha relación entre la libertad humana y la duración de la vida, el acceso al agua potable, la educación, la disminución de los conflictos internacionales, la reducción de las tasas de mortalidad materna, etcétera.

No debería sorprendernos que en nuestra actual era de globalización, el mundo haya experimentado mejoras sin precedentes en el bienestar humano. Como señala mi colega sueco Johan Norberg en un nuevo ensayo para el Cato Institute, si nos fijamos en esos indicadores sólo en las dos últimas décadas, “han sido los 20 mejores años de la historia”.

“Alrededor de un tercio del nivel de renta que la humanidad ha alcanzado jamás se produjo durante estas dos décadas”, explica. “La pobreza extrema mundial se redujo en más de 130.000 personas, cada día. La tasa de mortalidad infantil se redujo casi a la mitad: En 2022 morirán 4,4 millones de niños menos que en 2002. El hambre crónica se redujo en casi un tercio”. Los avances han beneficiado especialmente a los países en desarrollo, que se han puesto al nivel de los ricos. Por primera vez en más de dos siglos, la desigualdad mundial de ingresos y en términos de bienestar ha disminuido a un ritmo notable.

Por tanto, no es una buena noticia que la libertad esté últimamente en declive. La pandemia del COVID redujo drásticamente la mayoría de las libertades para casi toda la población mundial y seguramente no hemos vuelto a los niveles de libertad que disfrutábamos en enero de 2020.

Crisis como las guerras, las turbulencias financieras y el terrorismo también han influido en las perspectivas de las personas sobre el estado general del bienestar humano y han contribuido al declive mundial a largo plazo de la libertad de expresión, la libertad de asociación y la libertad de comercio, por ejemplo.

Pero si queremos seguir aumentando considerablemente los niveles de vida, tenemos que volver a la senda de la libertad y alejarnos del populismo y otras formas de antiliberalismo. Por desgracia, Estados Unidos no parece estar en esa senda. Ocupaba el séptimo lugar en el Índice de Libertad Humana en 2000 y ahora ocupa el 17º, sin signos de mejora futura.

Argentina, por el contrario, tiene un nuevo presidente con el mandato de aumentar enormemente la libertad en su país, que el populismo destruyó, empobreciendo lo que hace un siglo era una de las naciones más ricas del mundo. De los 165 países del índice, por ejemplo, Argentina ocupa el puesto 163 en apertura al comercio, el 161 en estabilidad monetaria y el 143 en exceso de regulación.

En ese sentido, Argentina es un cuento con moraleja para Estados Unidos. Esperemos que ahora sirva de ejemplo para Estados Unidos y el mundo.

Este artículo fue publicado originalmente en Nola.com (Estados Unidos) el 8 de abril de 2024.

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