¿Puede Argentina ser un faro para el mundo?

Pasante de economía de Libertad y Progreso

DESARÍO EXPORTADOR Con el regreso de la ortodoxia a las riendas económicas del país, la Argentina se plantea nuevamente la búsqueda de mejores relaciones con el mundo. A largo plazo, consolidarse en las cadenas globales de valor y transformarse en una potencia exportadora. Lanzarse a este camino, sin embargo, plantea nuevos desafíos en un mundo donde el vertiginoso avance tecnológico, la digitalización y la instantaneidad comenzadas en la era de la globalización están tomando una velocidad nunca antes vista. A su vez, la vuelta de viejos conocidos como el riesgo geopolítico, que vuelve a tomar preponderancia, plantea encrucijadas difíciles, al tiempo que nuevas preocupaciones surgen a la vista: el cambio climático, el declive de las tasas de natalidad y el envejecimiento poblacional, los agujeros fiscales, los ataques cibernéticos, el dilema de la vigilancia permanente; son todos problemas con los que el mundo deberá lidiar y que hacen que insertarse ahora en los mercados mundiales pueda tener complicaciones.

No obstante, del otro lado del proteccionismo -la experiencia ha comprobado- también aguarda el progreso: la disminución de la pobreza, la caída de la desigualdad global, una mayor inclusión y paz entre naciones, mayor bienestar material; son algunos de los beneficios que el mundo ha disfrutado con el devenir del nuevo siglo, que ya casi llega al cuarto de hora. Beneficios estos, dicho sea, de los que Argentina se negó a participar. Pero por suerte para todos, la nueva discusión económica no mira hacia atrás sino hacia adelante, enfrentamos ahora los problemas del éxito en lugar de los del fracaso y el país parece estar dispuesto a ser parte del concierto de naciones del siglo XXI. Decididos a avanzar, entonces, solo queda preguntarnos, ¿estaremos a la altura del desafío? ¿Qué hace falta para alcanzar las ventajas de la inserción global? Y lo más importante aún: ahora que 3 nuevos shocks internacionales ponen en cuestión todo lo que creíamos saber, ¿puede Argentina ser un faro para el mundo?

Political turmoil: el mundo desarrollado está en problemas

El primer shock internacional que vino a cambiar el tablero mundial empezó por marzo del 2018, bajo la presidencia de Donald Trump. Esto es, la guerra comercial entre China y los Estados Unidos. Lo cierto es que lo que empezara entonces como una contienda de tarifas y debates en torno al dumping o competencia desleal, viró progresivamente en una rivalidad mucho más acérrima: los límites del Indo-Pacífico, el plagio tecnológico, los globos espía, el suministro chino de sustancias para fabricar fentanilo, la isla de Taiwán. Todas estas agendas han puesto aguas aparte entre quienes deberían estar cooperando para resolver muchos de los problemas que enfrenta hoy la humanidad. Lo que hay, en cambio, es confrontación, y eso hace al mundo un lugar menos seguro y previsible de lo que lo fuera en los 30 años desde la caída del muro de Berlín.

Los otros 2 shocks internacionales, que hemos vivido en el corto lapso de unos años, son la pandemia del Covid-19 y la Guerra en Ucrania. Estos dos episodios han contribuido también a deteriorar las relaciones entre los líderes del mundo, pero no solo eso, sino que han dado a conformar viejas alianzas internacionales cuya discordia está empujando a tomar acción. Así, mientras que China, Rusia y Norcorea parecen acercarse cada vez más, el mundo occidental -y los capitales occidentales- toman retaguardia. Si en el comercio internacional de las últimas 3 décadas prevaleció el offshoring, ahora es tiempo del nearshoring y el friendshoring: el suministro de recursos clave solo será seguro si está cerca, o mejor aún, en manos amigas.

Fly to safety: el regreso al saber convencional

Mientras, los mercados mundiales también han respondido a la sucesión de eventos de los últimos años, principalmente, con aumentos en el precio de commodities y recursos naturales. Parece verificarse de esta forma cierto regreso al saber convencional, según el cual el poderío de las naciones se sostiene en sus bienes tangibles, como recursos, territorio y población, y no solo en sus bienes intangibles como el conocimiento. Asimismo, vuelven a preocupar la consistencia fiscal, la previsibilidad y la seguridad de los contratos.

Nuevamente, el mundo avanzado está haciendo aguas en esta materia, con un gasto público desorbitado y cocientes de deudas sobre PBI altísimos. En Europa, podría agregarse la inseguridad en el suministro energético, el envejecimiento poblacional y los problemas migratorios como elementos que hacen al futuro preocupante. En Estados Unidos, por su parte, la Congressional Budget Office estima un suceso inédito: a partir del 2024, el gobierno federal gastará un mayor porcentaje del PBI en servicios de deuda que en defensa. Tal brecha, se proyecta, crecerá rápidamente en el próximo tiempo, mientras que ninguno de los candidatos a la Casa Blanca ha anunciado medidas concretas para evitarlo.

Don’t miss the bigger picture: el futuro puede ser de la Argentina

Frente a esto, Argentina tiene una nueva oportunidad de encarar una estrategia de crecimiento hacia afuera. Una que impulse su potencial exportador justo cuando el mundo necesita muchas de las cosas que podemos ofrecer: un lugar lejos de los conflictos internacionales, con abundantes recursos estratégicos, capacidad de generar energía limpia, temperaturas frías y un segmento de la población con alta calificación en la economía del conocimiento. Todos estos elementos pueden ser revolucionarios en sectores con un futuro tremendamente prometedor, como lo son las TIC o la IA.

En realidad, las otras 2 veces que la Argentina se planteó un desarrollo con estas características, también fue en buena medida en respuesta a los impulsos externos. De 1880 a 1930, la demanda de alimentos para las crecientes poblaciones industriales de los países del norte obligó a llevar las fronteras del capitalismo global hasta aquellos países lejanos que el barco a vapor y el ferrocarril hicieron posible alcanzar, materializando la visión smithiana de la división internacional del trabajo. En los 90, por su parte, la caída de las economías planificadas y el auge del Washington Consensus fueron el puntapié para la liberalización de los mercados y la globalización que hoy todos conocemos.

De esta forma, si sabemos aprovechar la fortuna y reconocer a tiempo nuestro potencial y limitaciones, entonces es posible impulsar los cambios estructurales que la Argentina necesita para ser una nación importante en el escenario mundial en los años por venir. Cuando todos los demás se están equivocando, no hace falta ser excepcional, hace falta volver a los principios fundamentales del liberalismo clásico que hicieron a los países más prósperos del globo. Así, mientras el mundo desarrollado avanza hacia una calle sin salida, cada vez son más los que perciben lo que la Argentina puede representar: una tierra de oportunidades, un refugio donde pasar la tormenta, un faro para el mundo.

Buscar