El papa Francisco, la “justicia social” y la mayor pobreza

Alberto Benegas Lynch (h)
Presidente del Consejo Académico en Libertad y Progreso

Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.

 

LA NACIÓN La denominada justicia social solo puede tener dos acepciones: o es un pleonasmo grotesco, ya que la justicia no aplica a minerales, vegetales o animales, o es la contracara de la definición clásica de “dar a cada uno lo suyo”, y lo suyo remite a la propiedad privada; es decir, a contracorriente de los mandamientos de no robar y no codiciar los bienes ajenos puesto, que significa arrancarles a unos lo que les pertenece para entregar a otros lo que no les pertenece.

Por otra parte, es pertinente subrayar que la única causa de los incrementos de salarios e ingresos en términos reales es la tasa de capitalización, esto es, instalaciones, maquinarias, equipos, herramientas y otras tecnologías en el contexto de conocimientos relevantes que hacen de apoyo logístico al trabajo para aumentar su rendimiento. Esta es la diferencia entre los salarios de Uganda y Alemania, no son los recursos naturales, el clima y otras condiciones fuera del volumen de capital invertido; Japón es un cascote cuyo veinte por ciento es habitable y el continente africano contiene la mayor dosis de recursos naturales del planeta y, sin embargo, en gran medida, sus poblaciones padecen la miseria más extrema.

En esta línea argumental, el empresario que da en la tecla con las necesidades de su prójimo obtiene ganancias mientras que el que yerra incurre en quebrantos, a diferencia de lo que sucede con empresarios prebendarios que operan sobre la base de privilegios otorgados por el poder de turno, lo cual implica explotación, especialmente a los más necesitados.

Como es del dominio público, el Papa ha formulado repetidas declaraciones y escritos que contradicen los fundamentos elementales de una sociedad abierta, pero estimamos que en esta nota periodística basta con señalar dos ejemplos para ilustrar el punto en cuestión. En entrevista de Eugenio Scalfari –director de La Reppublica– al papa Francisco, publicada el 11 de noviembre de 2016 en el mencionado diario, el periodista le preguntó qué opinaba cuando en muchas ocasiones se lo acusa de comunista o marxista, a lo que respondió: “Mi respuesta siempre ha sido que en todo caso son los comunistas los que piensan como los cristianos”.

En su mensaje a la Organización Internacional del Trabajo, desde el Vaticano, el 17 de junio de 2021, el papa Francisco afirmó: “Siempre junto al derecho de propiedad privada está el más importante anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y por tanto el derecho de todos a su uso. Al hablar de propiedad privada olvidamos que es un derecho secundario que depende de ese derecho primario que es el destino universal de los bienes.” A nadie se le escapa que con este peculiar silogismo la propiedad privada queda sin efecto e irrumpe lo que en ciencia política se conoce como la tragedia de los comunes, es decir, lo que es de todos no es de nadie, lo cual perjudica muy especialmente a los más vulnerables, debido a la extensión de la pobreza que significa el derroche de los siempre escasos recursos.

En este cuadro de situación es imprescindible tener presente lo estipulado por la Comisión Teológica Internacional de la Santa Sede, que consignó, el 30 de junio de 1977, en su Declaración sobre la promoción humana y la salvación cristiana que “el teólogo no está habilitado para resolver con sus propias luces los debates fundamentales en materia social […] Las teorías sociológicas se reducen de hecho a simples conjeturas y no es raro que contengan elementos ideológicos, explícitos o implícitos, fundados sobre presupuestos filosóficos discutibles o sobre una errónea concepción antropológica. Tal es el caso, por ejemplo, de una notable parte de los análisis inspirados por el marxismo y leninismo […] Si se recurre a análisis de este género, ellos no adquieren suplemento alguno de certeza por el hecho de que una teología los inserte en la trama de sus enunciados”.

También es de interés recordar que en la Encíclica Rerum Novarum se lee el siguiente pasaje: “Quede, pues, sentado que cuando se busca el modo de aliviar a los pueblos, lo que principalmente, y como fundamento de todo se ha de tener es esto: que se ha de guardar intacta la propiedad privada. Sea, pues, el primer principio y como base de todo que no hay más remedio que acomodarse a la condición humana; que en la sociedad civil no pueden todos ser iguales, los altos y los bajos. Afánense en verdad, los socialistas; pero vano es este afán, y contra la naturaleza misma de las cosas. Porque ha puesto en los hombres la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades. No son iguales los talentos de todos, ni igual el ingenio, ni la salud ni la fuerza; y a la necesaria desigualdad de estas cosas le sigue espontáneamente la desigualdad en la fortuna, lo cual es por cierto conveniente a la utilidad, así de los particulares como de la comunidad; porque necesitan para su gobierno la vida común de facultades diversas y oficios diversos; y lo que a ejercitar otros oficios diversos principalmente mueve a los hombres, es la diversidad de la fortuna de cada uno”. Por su parte, Pio XI ha señalado en Quadragesimo Anno que “socialismo religioso y socialismo cristiano son términos contradictorios; nadie puede al mismo tiempo ser buen católico y socialista verdadero”, y Juan Pablo II ha precisado bien el significado del capitalismo, especialmente en la sección 42 de Centesimus Annus.

La Enciclopedia de la Biblia –bajo la dirección técnica de R. P. Sebastián Bartina y R. P. Alejandro Díaz Macho con la supervisión del Arzobispo de Barcelona– aclara que “fuerzan a interpretar las bienaventuranzas de los pobres de espíritu, en sentido moral de renuncia y desprendimiento” y que “la clara fórmula de Mateo –bienaventurados los pobres de espíritu– da a entender que ricos o pobres, lo que han de hacer es despojarse interiormente de toda riqueza” (tomo vi, págs. 240/241). Y el sacerdote polaco Miguel Poradowski –doctor en teología, doctor en derecho y doctor en sociología– en uno de sus libros titulado El marxismo en la teología consigna: “No todos se dan cuenta hasta dónde llega hoy la nefasta influencia del marxismo en la Iglesia. Muchos, cuando escuchan algún sacerdote que predica en el templo, ingenuamente piensan que se trata de algún malentendido. Desagraciadamente no es así. Hay que tomar conciencia de estos hechos porque si vamos a seguir cerrando los ojos […] tarde o temprano vamos a encontrarnos en una Iglesia ya marxistizada, es decir, en una anti-Iglesia”.

Por último, en este apunte telegráfico subrayo que discrepo con quienes han sostenido que puede separarse el rol del jefe de la Iglesia respecto a sus declaraciones políticas, como si fuera posible escindirlas, del mismo modo que si un economista comete un delito no tiene sentido pretender la división de la persona en sus diversas manifestaciones. Más aún, con dolor es menester señalar que el Papa corroe las bases morales de la sociedad toda al patrocinar el colectivismo estatista, siempre empobrecedor y denigrante. Descontamos las mejores intenciones del Papa en cuanto a contar con el mayor bienestar, pero el asunto estriba en los resultados obtenidos; como queda dicho, las recetas de marras conducen a la pauperización.

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