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Editor L&P
Por ejemplo, la gran cosecha del año pasado, la cual generó una mayor oferta interna de dólares que operó como una presión a la baja. Seguramente, y dependerá de las próximas lluvias, la sequía actual tendrá el efecto contrario. Analizando efectos más permanentes, el desarrollo de Vaca Muerta y las recientes inversiones en gasoductos y oleoductos lograron llevar la balanza energética de ser negativa en unos US$ 3.000 M a positiva en US$ 5.000 M en un par de años. Estos dólares adicionales volcados al mercado no son inocuos frente al precio de equilibrio del dólar.
Como se puede deducir, mejoras en la competitividad de ciertos sectores de la economía perjudican, indirectamente, a aquellos otros sectores que no pueden mejorar su eficiencia. Es decir, va cambiando el sector en el cual la Argentina tiene ventaja competitiva demandando más recursos y dejando a otros sectores en desventaja.
En conclusión, como para todo bien, el precio del dólar es un asunto de oferta y demanda. Cuando por alguna razón estructural o especulativa cambia la demanda, también cambiará el precio si la oferta no acompaña o viceversa.
Volviendo a la pregunta inicial, ¿está el peso sobrevaluado? Un indicio, soslayando todos los cambios que hubo en la estructura de la economía en los últimos 30 años, puede ser mirar el tipo de cambio real.
Al día de hoy, el valor del peso (libre) medido en términos reales se ha apreciado respecto de su nivel durante la presidencia de Fernández, lo cual no debería sorprender. Pero, por otra parte, está levemente más débil que durante los primeros dos años de Macri y el tipo de cambio oficial está devaluado en comparación a la segunda presidencia de CFK, aunque los cambios libres mostraban un peso más débil. Yendo aún más atrás, durante la convertibilidad el peso se mantenía más apreciado que en la actualidad. De la revisión de la historia, aun asumiendo que no hubo cambios estructurales en la economía, no surge una respuesta clara.
¿Qué se puede esperar en el futuro? Si Milei consolidara su éxito, se atraerán inversiones y aumentarán las presiones hacia un tipo de cambio más apreciado. A fin de morigerar los problemas en la micro, el gobierno debería usar su superávit (y hasta incrementarlo) para comprar dólares que servirían para reducir la deuda pública y para reducir impuestos, mejorando así la competitividad de las empresas a la vez que sostendría la cotización del dólar. Esto sería lo más sano, un nuevo equilibrio con un peso más fuerte (probablemente aún más apreciado que hoy), pero con un impacto atenuado en la actividad por mejoras impositivas permanentes.