Por Patricia Bullrich y Federico Pinedo
LA NACIÓN.- Hay un deporte entre sectores “bien pensantes” e intelectuales que no coinciden con la filosofía del Gobierno, que consiste en denigrar a la oposición. Algunos aseveran que la oposición “no existe”. Ya lo decían cuando el oficialismo estaba en minoría en la Cámara de Diputados y las variadas fuerzas opositoras y no oficialistas juntas votamos el restablecimiento de las reglas republicanas: la eliminación de superpoderes presupuestarios; caducidad de delegaciones legislativas; limitación de decretos de necesidad y urgencia; defensa de la independencia del Banco Central; despolitización del Consejo de la Magistratura.
A pesar de esta frondosa labor de tantos diputados, igual dijeron “la oposición no existe”. Claro que 2011 fue un mal año en el que la fragmentación y el personalismo les ganaron a la racionalidad, a la búsqueda de acuerdos, a la construcción de consensos y de mínimos comunes denominadores. Pero algunos estamos dejando de lado ese camino de desencuentros y sería bueno reconocerlo en una frase un poco más frondosa que “se destacan figuras dignas en la oposición”.
Ahora, mientras un sector de la oposición defendió e federalismo oponiéndose al traspaso forzoso del subte a la ciudad de Buenos Aires; defendió nada menos que la moneda ante la reforma del Banco Central; se opuso a los actos confiscatorios y expropiatorios de YPF, y convocó a una movilización popular contra la impunidad y para defender la Justicia independiente, se afirma -en una columna en este diario- que los opositores “pierden su tiempo jugando a la bolita”, tienen “un rol de pigmeos”, “viven en una burbuja”, “se limitan a unas patéticas danzas de comité” y “reproducen ad nauseam el modelo populista (oportunista)”.
Quizás este autor y algunos otros no han sabido leer que hay conductas diferenciadoras y que no hay una oposición, sino dos maneras de evaluar lo que le produce a la Argentina la vigencia de un sistema de poder que no acepta límite alguno y que se autodefine en el “vamos por todo”.
Quizás es necesario un mayor grado de profundidad de quien analiza la realidad para distinguir entre quien vota a favor o quien vota en contra de la confiscación de YPF o de la autonomía del Banco Central, o quien no se deja avasallar por el poder central. No son ésas actitudes de un modelo populista (oportunista), sino todo lo contrario.
Por eso decimos que existen dos actitudes, dos miradas que comienzan a verse en lo que hasta ahora se llamaba “la oposición”. Ya no se puede hablar en singular de “la” oposición, sobre todo desde una intelectualidad que sabe distinguir y leer la política en términos simbólicos.
Hay una oposición que se para enfrente y otra que se para al lado. El lugar de la oposición que estamos representando es algo más que no pertenecer al partido de gobierno; es tener un modelo alternativo que se exprese en los valores que permitan construir una Argentina más predecible y equitativa, y en la que el respeto por la ley sea un valor supremo.
Un grupo de legisladores de distintos partidos unidos en la acción; el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, en reiteradas apariciones públicas; intelectuales, y cada vez más y más ciudadanos venimos, en las comisiones legislativas, en la calle, en los medios, en el recinto, en los tribunales, en el gobierno, luchando por la República, por la moneda, por la equidad, por una educación de calidad, por la Justicia.
Dirigentes de Pro, del Peronismo Federal, de Unión por Todos, de partidos provinciales como los demócratas de Mendoza y los fueguinos, los demócratas progresistas y muchos radicales hemos estado enfrente del Gobierno, pero con propuestas propias y positivas.
Sabemos que nuestro deber es construir una alternativa que le dé a la Argentina una oportunidad de ser distinta y mejor de lo que es. Lo hacemos sin poner demarcaciones absurdas, vetos ideologistas, que sí recibimos, mientras el poder, sin límite, avanza y va por todo. Nos gustaría que el inspirador de este artículo, Marcos Aguinis, participara con tantos otros en esta empresa.