Dólar: rebelión fiscal contra la inflación

Miembro del Consejo Académico de Libertad y Progreso. Licenciado en Economía por la Universidad Católica Argentina. Es consultor económico y Profesor titular de Economía Aplicada del Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica del Master de Economía y Administración de CEYCE.

LA NACIÓN.- En su discurso de ayer, la Presidenta volvió a referirse al tema del dólar. En algún pasaje de su discurso afirmó que iba a pasar sus ahorros en dólares a pesos “para que esto que nos quieren hacer a los argentinos de volvernos locos no lo hagan de nuevo”.

En rigor la fuga de capitales no es de ahora sino que comenzó con intensidad a mediados de 2007 y ya llevamos acumulada una fuga de capitales de más de U$S 87.000 millones.

En segundo lugar, aquí no hay ninguna conspiración de corporaciones y grupos concentrados, como suelen decir en sus discursos los miembros del Gobierno cuando hablan del dólar. Según datos del BCRA, en 2011 del total de demanda de billetes por parte de los particulares, el 54% fueron operaciones de entre U$S 1000 y U$S 50.000. Es decir, operaciones de ahorristas chicos. Obsérvese que hoy un departamento de 2 ambientes puede costar U$S 80.000, de manera que tomar U$S 50.000 entra, a mi juicio, entre el chiquitaje.

Pero la fuga de capitales del primer trimestre de este año confirma aún más, siempre en base a datos del BCRA, que es el pequeño ahorrista el que se fuga del peso y se refugia en el dólar. En efecto, como decía antes, el año pasado, las operaciones de entre U$S 1000 y U$S 50.000 representaron el 54% de la compra de billetes, pero en el primer trimestre de este año el Central informa que la compra de esos montos de chiquitaje llegó al 75% del total. Por ejemplo, mientras en 2011 las compras de hasta U$S 1000 representaron el 6% del total, en el primer trimestre de este año fueron el 12% y las operaciones de hasta U$S 5000 pasaron de 26% del total al 33%. Es decir, el mismo BCRA reconoce que es el pequeño ahorrista el que no quiere tener los pesos que emite esa institución como reserva de valor y prefiere el dólar.

Si bien como dialéctica política inventar un enemigo conspirativo que nadie sabe quién es puede resultar interesante, la realidad es que lo que debería preguntarse el Gobierno es lo siguiente: ¿Por qué la gente no quiere ahorrar en pesos? ¿Por qué prefiere los dólares que emite la Reserva Federal, y no los que produce el Central?

En mi opinión hay varios factores. El primero y fundamental es la inflación, que el Gobierno sigue negándose a reconocer. La gente la percibe todos los días en sus compras e ignora los datos del Indec al respecto. Por lo tanto hace lo que viene haciendo desde hace décadas: busca una moneda que tenga capacidad de reserva de valor cuando el impuesto inflacionario es alto. Desconozco a qué tasa de interés depositará la Presidenta sus ahorros ahora que los pasará a pesos, pero cualquier mortal, si hiciera lo mismo que ella, recibiría una tasa de interés equivalente a la mitad de la tasa de inflación real, lo que se conoce como tasa de interés real negativa. Nadie quiere perder sus ahorros porque el Gobierno se niegue a frenar el proceso inflacionario y prefiera apelar a un falso nacionalismo.

La segunda causa de la fuga de capitales tiene que ver con la imprevisibilidad en las reglas de juego.El listado de confiscaciones, medidas arbitrarias y regulaciones que conforman el prontuario de política económica de este Gobierno es tan alarmante que la gente quiere tener su dinero bien lejos de la mano del Estado. Es la ausencia de esa cosa horrible para el viceministro de Economía que es la seguridad jurídica lo que genera que la gente compre dólares y los meta en una caja de seguridad, debajo del colchón o en el tarro de la cocina. La gente ha comprobado que cualquier medida es posible bajo este Gobierno y por eso tiene miedo.

En tercer lugar, el mismo Gobierno ha dado todas las señales para que la gente se asuste. El tsunami de medidas para restringir la compra de dólares (autorización de la AFIP, formularios para viajar, perros en la calle olfateando a la gente para ver si tienen dólares, crecientes restricciones a las importaciones, etc.) es la señal inequívoca que el Gobierno reconoce que tiene un serio problema de divisas. Ellos saben que no disponen de U$S 47.000 millones de reservas, sino que, en el mejor de los casos, llegan a un tercio de ese monto, y que el saldo de balance comercial ya no financia la fuga de capitales y la fiesta de consumo.

Como he sostenido en otras oportunidades, cuando la gente se fuga del peso y se refugia en el dólar, estamos en presencia de una rebelión fiscal contra el impuesto inflacionario.

Es posible que la mayoría de la población no compre dólares, como dice la Presidenta, pero eso es porque la gente no tiene capacidad de ahorro, lo cual habla mal del modelo. La inflación, que el Gobierno se empeña en negar, está haciendo estragos en los ingresos. Cualquier persona que no ande en helicóptero, un AUDI o una Harley-Davidson, y sea un ciudadano común, ve que un billete de $ 100 se le evapora en dos pavadas. Es la pobreza y la indigencia que generó el modelo lo que no permite que la gente tenga capacidad de ahorro. Y aquellos que tienen esa capacidad no están dispuestos a rifarla quedándose en una moneda que se derrite como una barra de hielo. Se rebelan contra el impuesto inflacionario y se refugian en el dólar. Y eso no tiene nada que ver con la Patria porque el peso no es un símbolo patrio, es sólo un vale para hacer transacciones de corto plazo. Ha dejado de ser moneda porque, justamente, no es reserva de valor.

De manera que acá no estamos frente a un acto de patriotismo con el tema del peso y del dólar, acá estamos frente a una política económica que ha hecho del impuesto inflacionario una forma de financiar el gasto. En definitiva, la demanda de dólares no tiene nada que ver con actos de patriotismo, sino de mala praxis económica, porque es incapaz de tener una moneda en el estricto sentido de la palabra, disciplina fiscal y respeto por los derechos de propiedad.

*Publicado La Nación, Buenos Aires. 
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