Lic. en Administración de Empresas. Magister en Economía Aplicada de la UCA. Doctorando en Economía en la UCA.
Es común observar diferencias de opiniones entre lo que se entiende por teoría económica y por política económica.
Esto se debe a que tienen fines distintos. Por un lado, lo que trata de hacer la teoría económica es explicar el motivo por el cual suceden las cosas. En un aspecto más económico intenta definir cómo utilizar los recursos escasos ante la presencia del conocimiento disperso. Dicha teoría no posee juicios de valor. Explica por ejemplo por qué hay inflación, pero no dice si la misma es buena o mala. El académico que se dedica a la elaboración de la teoría, debe concentrarse en que la misma sea eficiente. Al enfocarse en la eficiencia, en una primera instancia, no se preocupa de si la teoría es viable en el mundo que hoy vivimos. Por el otro lado, quienes se encuentran trabajando en la esfera de la política económica se preocupan por la realidad del presente, en aplicar las teorías que elabora la academia.
Llama la atención la falta de comunicación que se observa a veces entre estas dos esferas de trabajo al punto de despertar preocupación. Por esa razón es bueno recordar que existe un problema metodológico pero que se puede trabajar en conjunto y que se debe trabajar en conjunto si se quieren lograr avances hacia economías más desarrolladas. El presente artículo intentará recordar los roles de cada esfera, sus problemas y el por qué la importancia de que trabajen en armonía.
Diferencia entre teoría económica y política económica
La política económica tiene objetivos que cumplir, por ejemplo, reducir el desempleo. Al existir objetivos a cumplir entonces la política económica sí emite juicios de valor. Un funcionario público puede considerar que el nivel de desempleo es alto y que por ende es malo. De esta manera se encuentra emitiendo un juicio de valor y en este caso su objetivo será disminuir la tasa de desempleo. Al cumplimiento de los objetivos (en este ejemplo, la reducción del desempleo) se llega a través de medios. En pocas palabras, en la esfera de la política económica existen objetivos a cumplir a través de medios. Estos medios a su vez, pueden ser políticamente viables o políticamente inviables. El límite de la viabilidad dependerá de que los gobernantes puedan aplicar la medida o no.
Una medida puede ser inviable básicamente por tres razones:
- Existe una opinión pública lo suficientemente negativa para determinar que la medida no será aceptada.
- Debido a que la medida es inconstitucional.
- Existen grupos de presión o de lobby con el gobierno de turno.
De esta manera, la teoría puede ser muy buena pero la población no cree que así sea (primer caso de inviabilidad), no se encuentra permitido por la ley (segundo caso de inviabilidad) o algunos empresarios o ciudadanos podrán “admirar” las teorías pero su preocupación es que pueden obtener dinero mediante subsidios, sindicatos, o de otra manera que se aleja de la brindada por la teoría económica.
El tercer caso sería el camino de una teoría “errónea” (no logra explicar las causas de algo) y políticamente viable. Sin lugar a dudas es el sendero más peligroso y muchas veces el más común. Desde hace muchos años se cree que la expansión excesiva de la base monetaria puede lograr un desarrollo sostenido de una economía. La teoría es “errónea” y sin embargo es muy fácil de aplicar políticamente, al menos en latitudes argentinas.
Sin lugar a dudas hay que lograr que las teorías económicas “fértiles” (las que si logran explicar las causas de un fenómeno) el día de mañana puedan ser viables.
¿Existe armonía entre la teoría económica y la política económica?
Quien aborda este tema con detenimiento es William H. Hutt en su libro Politically Impossible? (¿Políticamente imposible?). De dicha lectura se pueden sacar conclusiones interesantes.
Una de las primeras cosas que aclara el autor es que hay y debería existir una división entre de tareas entre el economista que analiza y el político que implementa. Sin embargo, los economistas pueden por un lado dedicarse a la academia realizando trabajos de investigación o bien a realizar trabajos de coyuntura. Hutt destaca que en los últimos años son cada vez más los economistas que se dedican a la coyuntura y menos quienes lo hacen a la teoría. Mientras el economista de coyuntura analiza el corto plazo (al igual que los políticos) la teoría económica suele aplicarse en el largo plazo. Analizan cosas distintas y es por esa razón que ambas esferas son necesarias.
Según Hutt, la manera de armonizar este dilema es por medio de la comunicación. Ya de entrada, al decir que una política es inviable o imposible pareciera cerrar las puertas a un cambio. No es lo mismo que algo sea imposible a que algo sea improbable en la actualidad. Por esa razón, el autor dedica varios párrafos para mostrar situaciones en donde lo inviable pudo volverse viable:
“Una y otra vez en la historia lo ‘increíble’ ha ocurrido cuando la amenaza de un desastre se ha presentado. Esta generación ha presenciado cómo un pueblo alemán de mentalidad autoritaria, enfrentado a los prospectos sombríos de 1946-7, aceptó la filosofía de Erhardde ‘prosperidad mediante la competencia’, llegando así a disfrutar del consecuente ‘milagro económico’ de la siguiente década”.
Sin ser tan extremista, según el gobernante de turno puede ser viable privatizar empresas o expropiarlas. La historia de África y la esclavitud muestra otro giro en la historia pasando de situaciones inviables a viables. Lo mismo ocurrió con el sufragio universal. Pareciera ser claro que la viabilidad, con el correr del tiempo puede cambiar. Es posible mover el eje del debate.
La clave está en una buena comunicación. Un ejemplo muy claro es el de la educación ya que hablar de privatizarla puede resultar un suicidio político, mencionar bonos de escolaridad puede no sonar del todo atractivo políticamente debido a que el bono se encuentra asociado con el dinero, el cual no siempre es bien visto. Sin embargo, si una persona dice “subsidiar la demanda” se está refiriendo a entregar bonos escolares a los padres para que elijan a que escuela van a enviar a sus hijos y es comunicado de una manera que seguramente será mucho más aceptada por las masas.
Por un lado, el economista teórico intenta elaborar teorías eficientes, o en otras palabras intentar brindar la mejor solución posible a un problema dado. Por su parte, el político es el encargado de aplicar dichas teorías. Sin embargo, ¿Qué sucede si la teoría es inviable? ¿A quién le corresponde trabajar para que sea viable, al político o al académico?
Aquí también se encuentran opiniones distintas. Hutt señala que si bien el rol del teórico es elaborar teorías eficientes, sería de gran valor que luego de elaborar su teoría pueda dedicar líneas extras para expresar de qué forma se podría aplicar en la actualidad esa teoría. Friedrich Hayek, premio nobel de economía, destacó una y otra vez que el desafío del teórico es transformar lo políticamente inviable en viable.
Otros autores, sostienen que depende de la capacidad de transmitir información que tenga el líder político dentro de un “contexto cultural”. Si el líder político es un buen comunicador de ideas, conviene que el académico de lugar al político para dicha tarea. En este caso, el académico debe transmitir la idea al político y éste al público. Sin embargo, si bien hay políticos interesados en aplicar teorías académicas (por más que sean a largo plazo) hay otros agentes de la política que solo piensan en el corto plazo y en este caso no desempeñará bien su rol para transformar medidas inviables en viables. En resumen, tanto el académico como el político pueden influir en la transición de las medidas. Es importante tener en cuenta el “contexto cultural” y el “contexto político”.
La desconexión de la teoría económica y la política económica en la actualidad
Lo preocupante es que en algunos casos suele observarse una separación muy fuerte en ambas esferas de trabajo. Por un lado académicos demasiado focalizados en un “mundo ideal” con intransigencia para negociar o estar dispuestos a dar pasos pequeños antes de dar el gran paso; y por el otro, agentes de la política económica que consideran la teoría irrelevante porque habla de un “mundo ideal”, el cual no se aplica a la realidad. Que exista una diferencia en la visión no es algo malo, por el contrario, ambas esferas son necesarias. Lo que preocupa es el desmerecimiento que a veces se otorgan de un lado hacia el otro. Es la falta de comunicación lo que genera el cortocircuito. Y es casualmente este punto el que Hutt destaca como primordial para resolver el problema. Sin embargo, ¿si no se logra una comunicación entre académicos y los hacedores de política como se puede esperar obtener una comunicación eficiente hacia la población? Si esta comunicación falla no existe siquiera un punto de partida.
Los ideales y los principios son fundamentales para elaborar teoría pero lograr un cambio abrupto hacia su plenitud es casi una misión suicida. Lo que lleva a la alternativa de mover lentamente el eje del debate hacia el “ideal”. Desechar teorías por el hecho de que hoy no son viables es negar la posibilidad de alcanzar una realidad más alentadora en el futuro.
La única manera de lograr un desarrollo económico sostenido es manteniendo una armonía entre la teoría económica y la política económica. Milton Friedman, citado por Hutt, resaltó la importancia de que la teoría económica sea tenida en cuenta por más inviable que hoy pueda parecer:
“’El mundo de los sueños’ se refiere, de hecho, a lo ‘políticamente imposible’, es decir, a un mundo en el cual los políticos dejan de apelar a los que no tienen con promesas de transferencias para ellos a cuestas de los que si tienen. Pero si alguna vez hemos de tener un mundo mejor, alguien debe soñar; y debe soñar acerca de una era en la que las masas ya no son engañadas”.
Referencias
Hutt, William H. 1971. Politically Impossible?.
Ravier, Adrián. “La curva de Phillips de pendiente positiva y la crisis del 2008“. Asociación Argentina de Economía Política. 2009.
Zanotti, Gabriel. 2008. Crisis de la razón y crisis de la democracia. Universidad del CEMA. Febrero de 2008.