Doctor en Economia y Doctor en Ciencias de Dirección, miembro de las Academias Nacionales de Ciencias Económicas y de Ciencias.
ÁMBITO FINANCIERO.- Sin duda que los regímenes que pretenden sofocar todo vestigio de autonomía individual generan una serie de consecuencias negativas. En esta nota quiero circunscribir mi atención en un aspecto que se refiere a la teoría del conocimiento.
John Stossel ha ilustrado la coordinación del proceso de mercado con un trozo de carne envuelto en celofán en la góndola de un supermercado. Invita a concentrarse, en regresión, en la larga cadena de producción. Los agrimensores, los alambrados, los postes, las cosechadoras, las fumigaciones, los fertilizantes, el ganado, los caballos, riendas y monturas, las cartas de crédito, los transportes y todas las tareas necesarias que implican numerosas empresas horizontal y verticalmente. Recién en al último tramo hay quienes están pensando en el referido trozo de carne, pero antes que eso cada cual estaba concentrado en su respectiva tarea sin considerar el producto final al que aludimos.
Esto es para mostrar que el conocimiento está fraccionado y disperso entre millones de personas con muy diversas habilidades. Incluso algunos de ellos no pueden articular lo que hacen de modo sistemático, simplemente lo hacen del mismo modo que los ciclistas andan en bicicleta sin explicitar todas las leyes físicas implícitas.
El espíritu autoritario desconoce por completo este fenómeno epistemológico y pretende controlar vidas y haciendas ajenas con lo que no solo desarticula los procesos anteriormente mencionados sino que naturalmente concentra ignorancia. Las planificaciones se dificultan no porque los ordenadores no cuenten con suficiente capacidad de memoria ni suficiente velocidad para compatibilizar millones de elementos, se trata sencillamente que los datos no están disponibles antes que las acciones se lleven a cabo.
Es típico de la mentalidad autoritaria el sostener que “no puede dejarse a la anarquía del mercado” la provisión de bienes y servicios y, por ende, se arroga la facultad de disponer y administrar el fruto del trabajo ajeno. Es allí donde aparecen faltantes, desajustes, pérdidas y descoordinaciones superlativas. No es por maldad del planificador, se debe a la naturaleza de las cosas. Entonces, el problema central del autoritarismo se debe a la arrogancia y a la presunción de conocimiento.
Thomas Sowell en su libro Economía, verdades y mentiras hace hincapié en lo que denomina “la falacia de las piezas de ajedrez”, Este profesor de Stanford, toma la idea de la obra de Adam Smith titulada La teoría de los sentimientos morales en la que este autor se burla de aquellos que tratan a los humanos como si fueran piezas inanimadas en un tablero de ajedrez, sin contemplar que se trata de personas con preferencias y gustos independientes de los caprichos circunstanciales de los autoritarios con lo que siempre fracasan en sus propósitos.
Cierro con un ejemplo de los resultados calamitosos de la intervención estatal en la economía. El caso de los precios máximos, es decir, el establecimiento por decreto de precios inferiores a los de mercado. Invariablemente se suceden cinco efectos. Primero, dado que el precio es artificialmente barato se expandirá la demanda. Segundo, en el instante del establecimiento del precio máximo no aparece por arte de magia una mayor oferta, por ende, aparecen faltantes con las consabidas “colas” y frustraciones generales. Tercero, los productores relativamente menos eficientes incurrirán en pérdidas debido a la reducción del precio, por tanto, al contraerse la oferta, el faltante se agudiza. Cuarto, al alterarse los márgenes operativos del sector resulta artificialmente más atractivo invertir en otras áreas con lo que se derrocha capital y, consecuentemente, se reducen salarios e ingresos en términos reales puesto que dependen de las tasas de capitalización. Y quinto, no es infrecuente que los controladores extiendan sus controles de precios a otros rubros con lo que se extiende el problema y los precios dejan de ser indicadores para convertirse en simples números que dicta la autoridad, situación que bloquea la posibilidad de evaluar proyectos y distorsiona la propia contabilidad sin saberse que es rentable y que es antieconómico.