Presidente del Club de la Libertad de Corrientes.
La linealidad conceptual, propia de estos tiempos, ha llevado a algunos a cometer el infantil error de anteponer, siempre, el carro por delante de los caballos.
Esa mirada ansiosa, poco práctica y algo ingenua sostiene que se puede cambiar el rumbo de los acontecimientos sin que la sociedad previamente deba modificar su postura ideológica frente a los acontecimientos.
Hay que comprender que lo que sucede a diario tiene que ver con el modo elegido, por la comunidad toda, de razonar acerca de la realidad, de interpretar la historia, el presente y el futuro.
Parece poco sensato creer que un hecho aislado, la aparición de un líder renovado, un golpe de suerte o hasta un traspié de los circunstanciales adversarios, darán paso a un cambio profundo, serio y sostenible en el tiempo.
Los procesos de transformación requieren de etapas, pero fundamentalmente de una metamorfosis que nace desde el seno mismo de la sociedad, que a los tropezones, aprende y comprende la necesidad de buscar nuevos caminos, de hurgar por alternativas diferentes.
Como en la vida misma, suponer que se puede hacer algo distinto por casualidad, es no comprender la esencia de la humanidad. Solo se modifica la acción cuando se tiene la capacidad de aprender de los propios errores, de repasar lo hecho hasta allí y de entender cabalmente que para avanzar se necesita revisar constantemente las ideas vigentes, para ponerlas a prueba, y de ese modo confirmarlas o bien proponerse reemplazarlas por otras mejores, superadoras.
No es novedad que el ser humano se resiste naturalmente al cambio. Siempre le cuesta, le lleva tiempo, por eso es importante entender que se trata de un proceso y no de una mera bisagra casual y aleatoria. Se precisa escuchar nuevas ideas, analizarlas, pero fundamentalmente que las mismas maduren lo suficiente para ser internalizadas, y recién allí poder emprender el recorrido hacia su implementación secuencial. A veces inclusive se requieren de muchas idas y venidas, de reiterados zigzagueos, de permanentes dudas, para dar finalmente el paso. Esa es una característica central de los seres humanos, y no asumirlo debidamente solo deforma la realidad y aleja la solución.
Por eso es que resulta vital en este tiempo, dar la batalla cultural, meterse a fondo en el mundo de las ideas, que son en definitiva las que gobiernan. De poco sirve mutar, de tanto en tanto, de políticos y partidos, si las ideas que ellos defienden son idénticas o semejantes.
Los que piensan parecido solo están dispuestos a ofrecer matices, se distancian solo por cuestiones de estilo, de forma, que son más o menos amigables u hostiles, según sea el caso, pero en el fondo defienden paradigmas demasiado similares.
Para que cambien los dirigentes, para que aparezcan otros, nuevos en serio, la sociedad debe primero renovar sus ideas, y no reclamar que sus líderes circunstanciales sean distintos por arte de magia.
Una sociedad que defiende las ideas actuales, y que espera resultados diferentes, pues aun no ha comprendido la relación entre sus creencias y sus ineludibles consecuencias.
Muchos aun creen que se trata de un problema de instrumentación sin advertir que son esas ideas que se repiten y defienden a rajatabla, sus parámetros equivocados, su forma de razonar, la que provoca buena parte de lo que sucede.
Cuando la gente se enfada con la clase política, por temas como la eterna corrupción y la discrecionalidad con la que se ejercer el poder, o por el autoritarismo, el clientelismo y asistencialismo cada vez más presentes, o la centralización en las decisiones, no advierte que ha sido la gente, con su apatía y desprecio por la política, con su nula, mezquina o escasa participación, y su compulsiva delegación de responsabilidades, lo que ha construido este imperio de corrupción y poder desproporcionado, más allá de los protagonistas circunstanciales.
Cuando se decide entregar todo el poder a un iluminado y solo exigirle soluciones de vez en cuando, para luego pasar a la fase de solo mutar por otro parecido, las consecuencias son evidentes y están a la vista.
La disputa es definitivamente en el terreno de las ideas. Si estas no se permutan, no se pueden esperar grandes revoluciones. Seguirán gobernando los corruptos, mediocres e ingenuos, en la medida que la sociedad no asuma sus propias responsabilidades y evite caer en el facilismo de esperar la llegada del mesías que salvará a todos.
Mientras tanto, habrá que dar, por un lado, la batalla política, para ir midiendo la capacidad de la sociedad para modificar las condiciones de base, pero se debe asumir que el cambio con mayúsculas solo llegará cuando la gente esté dispuesta a dar vuelta la página, asumir sus propios errores, y entender que el rumbo que se recorre fue el elegido, y que no se trata de mejores o peores implementadores, sino de buenas o malas ideas.
Se necesita que muchos participen, desde cualquier espacio, no solo desde la política tradicional y los partidos, sino que ocupen sus posiciones donde sea, para ser parte del cambio, pero mientras tanto se debe comprender que habrá que dedicarle mucho tiempo y esfuerzo para dar la mayor de las batallas, esa que propone nuevas ideas, que reemplace a las actuales, con convicción, y así dar el paso que tanto cuesta.
Por eso, a no subestimar la tarea, porque sin dar el debate adecuado y contribuir a la construcción de nuevos paradigmas, no se avanzará lo suficiente. Hoy, como siempre, habrá que ir por la cruzada cultural.